Apelando al ejercicio de la memoria que nos demanda ElBosnio
en
este post, recuerdo que todos los procesos de corte nacional y popular que
se vivieron en nuestra historia tuvieron un final decididamente triste y
amargo.
Otra alusión más, sólo en referencia al siglo XX: la
virulencia y el salvajismo con que los poderes fácticos le respondieron al
avance efectivo de gobiernos populares fue in crescendo, no sólo medido en
cantidad y violencia de muertos, también en las ambiciones destructivas.
Sirva
la siguiente escala:
- la autodenominada Revolución Libertadora de 1955 vino a por
la persona, el Coronel Perón, y la convirtió en el foco de su embestida;
cualquier mención de su nombre o el de Evita, sus imágenes, la icónica
peronista quedó prohibida;
- la siguiente, la Revolución Argentina, que se llevó puesto a
Illia en 1966 vino a por el Gobierno y tuvo eficacia en llevárselo puesto y
- el posterior inmediato, autodenominado Proceso de
Re-Organización Nacional, amplió el rango y vino a destruir el Estado (el lector
inquieto puede averiguar en qué Organización Nacional se referencia un grupo de
criminales que se bautiza a sí mismo “Re-Organización”)
La violencia antedicha como instrumento de disciplinamiento
social ejerce, como si se tratara de un infausto terremoto, ejerce réplicas
que, alejadas de las botas y los tanques habituales hasta 1983, tienen gravosas
consecuencias para los sectores más pobres de nuestra población.
Ahora, en forma de hiperinflación (89), caos social y saqueos
(los más o menos organizados del 2001) el poder ha encontrado que el látigo que
mejor ordena y somete los deseos populares de protagonizar un proceso de
desarrollo inclusivo es el económico.
Los poderes fácticos tradicionales argentinos, conscientes de
que perdieron control definitivo del joystick político-económico el 28 de
noviembre de 2005, glorioso día en que Néstor Kirchner echó del gobierno al
Pálido Lavagna, buscan con fruición desde entonces la fisura, el poro o la
grieta que les permita filtrarse para detener el proceso vigente y clavar una estaca
que habilite hacerlo estallar por los aires.
Lo hacen aún a pesar de las enormes desconfianzas que
despierta en la población la recursiva y monótona receta que proponen: afortunadamente
no se requiere de quienes dubitativamente los escuchan más que el esfuerzo de
averiguar qué está pasando en Grecia o España o, si se le niega el acceso a
información extranjera, recordar nuestro nefasto 2001. Sus oportunidades de
quiebre han sido muchas más en cantidad y calidad como efecto de las enormes
falibilidades y la fragilidad estructural que ofrece el Kirchnerismo.
Avisamos que no son gente con muchos escrúpulos. Fusilaron.
Torturaron. Se cargaron 30 mil desaparecidos. No se les estrujó el alma con la
Barbarita tucumana televisada que lloraba de hambre. Ni mucho menos con el
chino saqueado en un super de Ciudadela. La lista sigue.
Toda esta larga y pesada introducción para decir algo que Gerardo Fernández insinúa en
este post: desde
el punto de vista político a nuestro país se le abren dos escenarios
potenciales de resolución de la actual coyuntura con características
antagónicas y enormemente significativas:
- Una cosa es un 10 de diciembre de 2015 caluroso
y excitante en el que, tras “sencilla pero emotiva ceremonia” Cristina
Fernández le entrega bastón y banda a un sucesor institucional, sin importar si
este es propio, cercano, lejano o adversario;
- Otra bien distinta es el caos institucional y la
sucesión anticipada
El primer escenario es el sello lacrado que valida y fragua como cemento los derechos recuperados y los creados.
Los poderes fácticos van por el último. Creen que los
habilita a declarar esta década un fracaso tout court, deconstruir selectivamente
cada uno de los derechos en los que se ha avanzado, pero fundamentalmente
volver a imponer disciplina social y ajuste mediante su regresivo plan
económico
Los tiburones están excitados. Creén haber olfateado sangre. Se los nota inflamados, enardecidos. Desde las opiniones desatadas del presidente de la Sociedad Rural hasta en detalles como el tenor de comentarios intempestivos en foros de lectores y opinadores. Podrían tener una mala noticia.
Es lo que se juega en estas horas.
Conjurada la corrida cambiaria contra el peso en los últimos
días, la batalla por el control se traslada al frente precios: cada precio
irrazonable, cada exceso, cada convalidación de la locura que se alienta desde
los medios opositores nos pone más cerca de una escalada hiperinflacionaria.
Por estas horas los mejores soldados del kirchnerismo son
esas señoras que, carrito en mano, le dicen “quedateló” al gallego que les
ofrece el cuartirolo de siempre con 40% de aumento; los maestros de obra, los
plomeros, los carpinteros que en lugar de comprarle sus insumos al repuestero
habitual a precios marcianos, desensillan hasta que aclare, postergan
decisiones de compra, esperan pacientemente a que las cosas se calmen, desinflan expectativas, compran
lo imprescindible y transmiten esa actitud hacia arriba en la cadena de valor
de sus proveedores.
Porque quizás es el momento de recordar que, pareciendo una
entelequia, la mecha de un proceso hiperinflacionario que haga explotar nuestra
economía es una reunión o telefonazos cruzados entre no más de 10, 15 personas.
Alfonsín podría dar cuenta de ello. Esto dicho también debe aclararse que
hablamos sólo de la mecha: una hiperinflación también necesita un consenso
social de desconfianza y caída de la credibilidad en el timón político
económico que estos personajes saben que no existe desde hace una década.
En este contexto ciertamente antes que una patética campaña oficialista
de poster de jetones en la vía pública (más propia de Goebbels que de La Cámpora)
preferiríamos un Secretario de Comercio que nos aburra por una presencia masiva
y repetitiva en medios de comunicación, mientras su equipo de trabajo le va pasando
información rigurosa y robusta que ponga en evidencia las innumerables jetoneadas
que los señores del poster ponen en marcha en distintos puntos de la geografía
nacional.
Ya lo hemos dicho, si de algo adolescen los gobiernos de CFK, lamentablemente, es de táctica.
Por suerte los tiburones no están a la altura.