Decíamos en la
entrada pasada que la ciencia económica más que una disciplina es un campo de
batalla donde se dirimen las disputas por el sentido común que adquieren las
investigaciones y, principalmente, sus corolarios y consecuencias.
En esa entrada
hablábamos del proceso de enjuage y suavizado al que se sometieron los
principios keynesianos. Por supuesto no es el único caso: en el curso del
último lustro fuimos testigos de la aparición de la teoría de Piketty, que vino
a desintegrar la tesis de Kusnetz que decía que en el largo plazo las
sociedades tienen naturalmente a una distribución progresiva del ingreso. Con
buena data y sesudo análisis Piketty demostró lo que todos sabíamos: la
tendencia es hacia la concentración. A quienes nos interesa el tema nos llegó a
apasionar el intento por "destruir" la tesis de Piketty; algunos lo
hicieron frontalmente: Piketty puso mal una coma acá y un tilde allá. Otros
fueron por la cooptación: es capitalismo es cíclico y las mediciones del
francés no alcanzan.
En fin, como
sea, hay entre estos procesos uno que nos interesa especialmente. En 1958,
pleno apogeo de las teorías keynesianas y los estados de bienestar en los
países centrales, un señor llamado William Phillips publicó un artículo que
volvió a sacudir al mainstream económico.
Estudió 96 años
de correlación en Gran Bretaña entre desempleo e inflación. Su hipótesis, que
surge de un análisis extendido del modelo IS-LM, fue obvio: en las condiciones
típicas del funcionamiento de un mercado de competencia, lejos de "efectos
de borde" diferenciales, desempleo e inflación están relacionados de una
manera intrínseca e inversa. Cuando aumenta la inflación, baja el desempleo. Y
viceversa.
Su trabajo,
condensado en la denominada curva de Phillips, pasó a ser parte de la infraestructura
del pensamiento económico. Por supuesto su enunciación y efectos son totalmente
adversos a las estrategias de los poderosos cuando, buscando disciplinar
sociedades y naciones, presentan planes económicos que disfrazan como demandas
por bajar la inflación, al que caracterizan como "el impuesto de los pobres".
De manera que la
Curva de Phillips era un grano en el culo del poder desde el momento mismo de
su presentación en sociedad. Y su destino estaba cantado: o demonizarla o recusarla.
Ocurrió lo segundo. La crisis del petróleo de 1973 desencadena unas condiciones
específicas: la economía global entra en recesión pero el crecimiento
exponencial del precio del petróleo desata un derrame inflacionario sobre la
totalidad de los bienes porque todos, de una manera u otra, tienen un contenido
energético.
De manera que
por un período de tiempo se da un efecto inédito en la economía mundial que hoy
se conoce como "estanflación": inflación rampante y desocupación
creciente. Alcanzó sólo con este set de condiciones espurias, gatilladas por un
evento inaudito: la cartelización subrepticia de la oferta energética en el
mundo.
Esta
circunstancia permitió a los economistas del mainstream "librarse", por
fin, de la Curva de Phillips. Desautorizaron su validez arteramente, una vez más. Es
como decir que un auto de la Fórmula Uno no sirve porque no tiene cenicero. Una teoría socio-económica
no puede ser evaluada a la luz de condiciones excepcionales, si dichas condiciones no están previstas en las premisas del modelo en cuestión, toda vez que los agentes
tienden a actuar distinto.
Los profesores
de economía ortodoxos que se ven en la "difícil, sucia" tarea de mencionar a la Curva de
Phillips en sus cursos de Macroeconomía, lo hacen como refiriéndose a un
capítulo cerrado (y preferentemente muerto) e invalidado.
Esto tiene,
naturalmente, impacto directo sobre la Argentina de hoy y sobre nuestra
realidad económica. El gobierno de Cambiemos ha puesto a la inflación en el centro
de su agenda. Por supuesto no es inocente: disfrazada de una pretensión
virtuosa de cuidar el bolsillo de la ciudadanía, la lucha contra la inflación
esconde su verdadera naturaleza, detener el proceso de distribución progresiva del
ingreso.
La economía
argentina no ha sufrido recientemente ninguna perturbación que inhabilite la validez
de la Curva de Phillips, que nos dice que hay una única verdad.
La INFLACIÓN se regula
con una palanca que en el otro extremo dice DESOCUPACIÓN.
La virtuosa
expresión "El gobierno quiere bajar la inflación" tiene en economía
una lectura reversible y viciada, una cinta de cassette que se pasa al revés
para escuchar al demonio de la realidad: "El gobierno quiere subir la
desocupación".
Los despidos con que el macrismo despegó su gestión, sobre una importante masa de trabajadores estatales que fueron
etiquetados perversamente como "ñoquis camporistas", fue el comienzo
de su nuevo relato y una insoslayable señal al poder económico: si bien gravísima, su consecuencia más importante no serán los
50, 60mil despedidos y despedir gente ya no es una incorrección ni económica ni política. Empezó, desembozadamente. Todas las grandes empresas en Argentina están
reduciendo planteles o su contracara, reduciendo salario real.
La disyuntiva será inevitable: es un hecho que la inflación bajará efectivamente en el ahora famoso #SegundoSemestre. Y también más allá. Sólo el patrulla perdida de Aranguren puede adversar con este hecho. En consonancia la desocupación subirá. IRREMEDIABLEMENTE.
Está en el ideario de este gobierno la repetición de un ciclo que ellos consideraron virtuoso y, a la luz de su pardigma, uno de los mejores ciclos del capitalismo vernáculo: el del menemismo 91-95. No lo confesarán. Pero ese es su sueño húmedo.
Enfrenta, eso sí, algunos problemitas. Por ejemplo no tiene el precedente de un ciclo de hiperinflación provocada, ese efectivo disciplinador social.
La repetición de ese ciclo es improbable porque después del menemismo 91-95 (y por lo tanto más fresco), en nuestra memoria social y política, están el 19 y 20 de diciembre de 2001.
Precisamente de esta confrontación de modelos hablaremos en los próximos episodios.
Está en el ideario de este gobierno la repetición de un ciclo que ellos consideraron virtuoso y, a la luz de su pardigma, uno de los mejores ciclos del capitalismo vernáculo: el del menemismo 91-95. No lo confesarán. Pero ese es su sueño húmedo.
Enfrenta, eso sí, algunos problemitas. Por ejemplo no tiene el precedente de un ciclo de hiperinflación provocada, ese efectivo disciplinador social.
La repetición de ese ciclo es improbable porque después del menemismo 91-95 (y por lo tanto más fresco), en nuestra memoria social y política, están el 19 y 20 de diciembre de 2001.
Precisamente de esta confrontación de modelos hablaremos en los próximos episodios.