sábado, 23 de mayo de 2009

17 Años




Tal vez fuera la guitarra

tan lindo como sonaba.

Mi corazón remontaba

tristezas de los caminos

y lo maldije al destino

que tantas penas me daba.


Atahualpa Yupanqui


Acompañaba a mi viejo al laburo en aquella vieja Chevrolet, fiel como un perro y celeste como el cielo. Yo era un chiquilín que todavía no entendía de ocupaciones, responsabilidades y de cómo se procura el pan nuestro de cada dia. Era un mocosito tímido y observador que cuando le preguntaron en la Estación de Servicio del Ñireco adónde iba, casi con terror respondí que iba a trabajar con mi papá.

Nunca, a casa de nuestros viejos, llegó nadie con un reclamo, con una deuda, con una pendencia. En un bolsillo la plata y en el otro decenas de papelitos desordenados con los nombres y las direcciones de los que nos esperaban y mientras tanto, desesperaban. Entrando a cada casa con su caja mágica de herramientas. Y saliendo con la mirada clara y el orgullo a reventar que me hacía parte ínfima de una tarea bien hecha.

Me acuerdo de sus manos firmes al volante de la camioneta. Fumaba unos LM, el único gusto que se daba en serio. Esa tarde, yendo hacia Arroyo del Medio, me dijo: “sacá de la guantera un casette, el que está envuelto en celofán”. Lo había comprado un rato antes en la Estación, en uno de esos anaqueles giratorios negros y enclenques que juntaban la locura de Charly con el saxo de Fausto Papetti y los ojos ensimismados del Chango Nieto.

“El Payador Perseguido” decía la caja, y el casette era gris con letras azules. Mientras arremetíamos lomadas y yo vigilaba por la ventana trasera que ninguna herramienta volara de la caja de la chata, empecé a escuchar los acordes de esa guitarra solitaria y profunda que después, mucho después, adquiriría el significado que hoy tiene para mí. El del hombre que recorre el camino agreste silbando un canto que lo consuela. Buscando entre los neneos y las jarillas una reseca armonía de viento patagónico.

Fue uno de los mejores regalos que me hizo. El único juguete que nunca se rompió. El de nuestra unión en el silencio. El de esa fe pesimista en el porvenir.

Gracias, viejo.

Gracias, Atahualpa, ahí donde estés.






1 comentario:

Anónimo dijo...

memoria emotiva, asi se le dice; orgullo, es lo que sientes; y grandes valores, los de su padre Contradicto ....