sábado, 24 de enero de 2015

Futuro Potencial


50 minutos de reportaje realizados por quien podría ser Primer Ministro de España, el actual líder del partido Podemos Pablo Iglesias primero lejos en los sondeos peninsulares de las últimas semanas a quien podría ser Premio Nobel de Economía, nuestro últimamente iterativo Thomas Piketty, si la Academia alguna vez mostrara un buen timing para entregar un premio.

Si hoy hay una barricada real a la hegemonía neoliberal en Europa es esta. 

Pero por ahora sólo una barricada. 

El futuro todavía se escribe en potencial.   


jueves, 22 de enero de 2015

Humor y risas


Nancy llega a su trabajo con su hijo, Dardito. Hace ya unos cuantos años que trabaja como empleada doméstica en esa casa. Un cierto bienestar y una actitud relajada, que nadie parece saber cuando comenzaron, son el espíritu de todo lo que allí ocurre. Como el viejo y coqueto reloj de péndulo que preside el comedor y que Nancy limpia todos los lunes, extremando la delicadeza porque sabe que esa reliquia tiene valor para el patrón.

A pesar de tantos años de trabajo, a Nancy, que conoce y maneja como nadie el pulso de ese hogar, no deja de sorprenderla la enorme distancia que hay entre ese lugar y su hogar sencillo y lejano, allá en la periferia; una distancia mucho mayor de la que recorren el tren y el colectivo que toma cada día. Distancias que no sabe explicar, pero sí reconocer.

Por ejemplo la familia. La familia de su jefa es esa: Don Jorge, ella, Carlos, el hijo mayor y Andrea, la nena. Allí empieza y allí termina. Pero Nancy nunca sabe donde empieza y dónde termina su propia familia. Sus primos y sus cuñados, que llegan en goteo de Paraguay y luego se vuelven. O se van. A ese paraíso con escasez de albañiles que parece ser Barcelona.

O el almuerzo: que Nancy no imagina pueda completarse sin la presencia de todos. Sólo una desgracia o un imprevisto hacen que el sábado o el domingo no esten todos en su mesa. Y aquí, en la casa donde trabaja, en todos estos años nunca vio las cuatro sillas de la mesa ocupadas simultáneamente. Parece más un hotel que una familia, piensa Nancy.

Dardito está de vacaciones y en casa se aburre, entonces Nancy le pidió permiso a la Señora para traerlo, para que la acompañe, para que las horas de trabajo se hagan más cortas al lado de su benjamín y único varon. La Señora no tuvo problemas. Y hasta sugirió que si ayudaba, hacer algún mandado, limpiar y engrasar las bicicletas, ir al puesto de diarios por las revistas de moda de la Señora y los diarios del Señor, ella podía darle unos pesitos para “sus gastitos”.

Y así ocurre desde hace unos cuantos veranos. Dardito tiene unos meses menos que Carlos, el niño de la casa, pero más horas de vuelo: más pajaritos bajados con la honda, más tortazos con la bicicleta, más fogatas hechas en un baldío, más caramelos robados en la vitrina de un kiosco y ya es propietario de algún beso robado a Yenny, su compañerita de grado. A veces Nancy reniega, pero íntimamente sabe que Dardo es un buen chico.

Carlos, en cambio, es distinto. Alto, rubiecito, bonito, mañas para comer que Nancy conoce al dedillo, el mejor colegio de la zona, campeón de natación en el último intercolegial, habla en inglés y francés, un chico despierto. Pero no puede esconder la arrogancia que nace con las diferencias. A veces se ríe de Dardo, porque lo ve chusco, silencioso, indescifrable.

Dardo no tiene nada que ver con sus compañeros de escuela, cree Carlos. Esos que una vez se rieron de él porque llevó debajo del uniforme una camiseta de Messi, del Barcelona, regalo de su papá, y uno de los compañeros descubrió que no era la “original”, que era trucha. Se le rieron y lo verduguearon un rato largo; volvió a su casa en llamas, se la tiró con furia a los pies del Señor Jorge y se fue al cuarto indignado, tras un portazo. Nancy estaba ahí ese día. La Señora Rodríguez levantó la remera, lo miró al marido arqueando las cejas, y se la dio a Nancy con un susurro: “a Dardo le va a encantar”.

Durante la infancia, la amistad de Carlos y Dardito era bastante amena, pero al acercarse a la pubertad, las diferencias se ampliaron y la petulancia de Carlos hizo que las cosas fueran más ásperas. Hace un tiempo Carlitos, que tiene por hobby dibujar, dibujar y dibujar, dibuja a su hermana con cachetes inflados y pecosos, dibuja a su madre, dibuja a su padre, dibuja al cura del colegio, se enteró de que Dardito es devoto del Gauchito Gil, algo que seguramente heredó de su papá, a quien hace años que no ve.

Cuando Dardito tiene que tirar un tiro libre de los que le gustan a él, o entrar a un examen o presentarse ante su madre porque se mandó alguna macana, no piensa ni en Dios, ni en Cristo, ni en la Virgen ni en Papá Noel. Dardito invoca en una oración silenciosa y compungida “Gauchito, por lo que más quieras, por favor te pido, ayudame en esta”. Y parece que el Gauchito lo escucha, porque tan mal no le va.

Carlos se enteró de esta creencia inexplicable de Dardo, y más temprano que tarde se dio cuenta que en ese lugar el hijo de la mucama ofrecía un flanco. Ese inolvidable y caluroso verano que estaban en el piso de la cocina, mientras Nancy transpiraba detrás de la tabla de planchar, los dos dibujaban. Algo que entretenía más a Carlos que Dardo.

Estuvieron tranquilos y silenciosos un rato largo hasta que Carlos, el hijo del Señor Jorge y de la Señora, se levantó con su papel recién dibujado y lo miró a Dardo, que seguía dibujando avioncitos, con cierta sorna. “Mirá Dardo, mirá lo que dibujé”. Nancy se dio cuenta al vuelo pero no supo cómo evitar el terremotos que venía, ni tuvo tiempo para arriar velas. El dibujo de Carlitos era un Gauchito Gil visco y desgarbado, pero en cuatro patas, con el culo al aire y atrás un soldado de campaña con un rifle en una mano y una zanahoria en la otra. Dardito lo vio, Nancy miró a su hijo y supo que llegaba el final.

Dardo se levantó como una tromba, empujado por el Gauchito Gil y todos los demonios, le apuntó a Carlitos y le dio una derechazo en el ojo que lo sentó de culo en el canasto de la ropa.

La señora le dijo a Nancy que mañana el Señor Jorge quería hablar con ella.

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No.

Yo no soy Dardito.

Pero tampoco soy Carlitos.

Don Jorge, sus amigos del club, sus socios, la Señora de la casa, sus amigas de la Beneficencia pueden horrorizarse y mostrarme un cartel que dice “Yo soy Carlitos”. Bien.

Pero yo no.

Cuando el humor y la ironía no se hacen con el poderoso.

Cuando, después de un chiste, no sabés si te van a pisar con el borceguí del Monarca

Y la risa busca la complicidad de los poderosos para mofarse del débil, no se llama más humor.
Se llama burla.

Yo no soy Carlitos.

O, contra lo que dicen por ahí

#JeNeSuisPasCharlie

Y parece que Francisco tampoco.



martes, 20 de enero de 2015

Los Desheredados


Hace unos cuantos años un economista nacido en lo que hoy sería Bielorrusia pero que a causa de la Revolución Bolchevique debió emigrar a Estados Unidos, de nombre Simon Kuznets, se dedicó a investigar la relación entre crecimiento económico e igualdad en las sociedades.

Para los años 60, y en base a estadísticas de varios países de diverso nivel de desarrollo, Kuznets desarrolló una teoría que le valió el Nobel de Economía de 1971 y cuyo corolario se plasma en una curva estilizada que lleva su nombre: la curva de Kuznets.

En un resumen excesivamente simplificado y banalizado como para dar lugar a agudos comentarios de los seguidores de este blog, digamos que lo que Kuznets postula es que en la medida que una economía crece a lo largo del tiempo (hipótesis que además requiere que el crecimiento económico supere al demográfico, lo que debería reflejarse en el crecimiento del ingreso per cápita de esa población), la desigualdad de esa población crecerá en primera instancia, dando lugar a un proceso social regresivo, y después de un tiempo manteniendo las condiciones, ese proceso se revertirá y la desigualdad comenzará a disminuir hasta llegar a un mínimo.

Si dibujáramos esta secuencia en un papel, la desigualdad tomaría la forma de una U invertida, que es el otro nombre con que se conoce a la curva de Kuznets, curva de la U invertida.

Los académicos kuznetsianos explican el proceso sobre la base del “sentido común” (ese que ellos mismos moldean). Veamos. Cuando ocurren cambios tecnológico significativos en una economía, lo que se llama un cambio de paradigma o una revolución tecnológica, es el capitalista el que se apropia inicialmente de los beneficios, en tanto que los trabajadores tienen que recorrer durante ese lapso una “curva de aprendizaje” de la nueva tecnología para poder tomar beneficios.

Dicha curva de aprendizaje no sólo tiene que ver con aprender las nuevas técnicas requeridas sino también modificar algunos aspectos demográficos, sociales, etc (el ejemplo canónico usado por Kuznets era, en una revolución industrial urbana, el tiempo que demoran los campesinos en mudarse a los conglomerados urbanos y convertirse en mano de obra útil para las fábricas incipientes).

Llegados a un punto la desigualdad llega a un máximo, y a partir de allí, en la segunda parte del proceso los trabajadores mejoran su bienestar y disminuye la desigualdad porque comienzan a tener un mejor poder de negociación para capturar los beneficios y la renta disponible: esto puede entenderse por vía de procesos como la sindicalización, la ejecución del derecho de huelga, etc.

Esta teoría de Kuznets fue cobijada desde su génesis por sectores del mainstream ortodoxo económico (lo que hoy llamamos neoliberalismo). No es para menos, su tesis central es absolutamente funcional a la inefable estrategia de la tecnocracia: para los trabajadores el paraíso siempre está adelante, esperando. Llegará con seguridad, pero más tarde, luego, cuando sea oportuno (y cualquier parecido con el Paraíso Cristiano o con las propuestas de Sturzenegger y Melconián es mera coincidencia).

“Ajustémonos ahora, que disfrutaremos después” es la frase que Kuznets le regala al neoliberalismo para que este, a cambio de un presente de látigo, nos prometa un futuro venturoso de zanahorias.

Para sustentar sus análisis, Kuznets usa datos y series existentes en diversos países entre 1870 y 1960. No hay malicia, son los datos de los que disponía.

Recordemos sucintamente: desde 1870 se dan en el mundo varias cambios tecnológicos significativos como son la revolución de la química originada en Alemania, la aparición del motor de combustión interna, el uso generalizado de la electricidad y las primeras formas de telecomunicación. Esos cambios se ven robustecidos y profundizados por las dos guerras mundiales, que sabemos qué efectos derraman sobre la tecnología. No obstante, los devastadores efectos de la segunda guerra mundial y la reconfiguración geopolítica del mundo al comienzo de la Guerra Fría hace que los gobiernos de los países pongan en marcha lo que se conoció como los Estados de Bienestar, que para fines de los años 60 estaban en su apogeo.

Esta es la teoría, este es el ícono que un visitante reciente a nuestro país, el profesor Thomas Piketty, DESTRUYE de manera CONTUNDENTE e IRREVERSIBLE en su libro “El Capital en el Siglo XXI”.

El francés que hoy está en boca de toda la disciplina económica global, observa que el período analizado por Kuznets corresponde a una selección demasiado sesgada y decide revisar dicha teoría: durante años se dedica a recopilar información que básicamente es la misma (series de renta versus igualdad) pero para un período mucho más extenso (en países empieza en el siglo XVIII) y por lo tanto su trabajo requiere una profunda y dedicada investigación en bases de datos antiguas y prácticamente intocadas como el impuesto a la renta en Inglaterra, Francia y Estados Unidos.

Los resultados son los que todos imaginamos: no hay tal cosa como una curva de U invertida en la distribución a largo plazo de la riqueza mundial. Por el contrario, hay un visible e incontrastable proceso de CONCENTRACIÓN del ingreso en los sectores más ricos y poderosos de las sociedades, que sólo encuentra alteración frente a situaciones excepcionales como pueden ser una guerra, un desastre natural o, principalmente, configuración geopolítica mundial que le demande al 1% más rico la urgencia de crear situaciones de bienestar específicas (ie Plan Marshall).

El libro de Piketty, cuyas críticas académicas a izquierda y derecha no han podido hasta el momento mellar la médula de su rotundo señalamiento, reafirma y confirma lo que Marx definía siglo y medio antes: lo que el capitalismo puro no ha podido resolver es el efecto concentración, del que tenemos registro y que nos acompaña desde tiempos de Cristo (ver Efecto San Mateo).

Los medios económicos opositores locales han tomado recortes de declaraciones de Piketty en su paso por nuestro país (cuando no) para dejar en sus lectores la sensación de que el francés vino a amonestar al kirchnerismo, en particular en referencia a las estadísticas del INDEC. No nos dejemos engañar: el profesor Piketty tiene muy claro que en nuestro país y en otros de la región se están dando esos procesos excepcionales y contrapuestos a la tendencia global de redistribución progresiva de la renta que él aplaude, inducida y disciplinada desde el Estado. Y lo alaba, como también ha remarcado positivamente la posición argentina en foros internacionales para limitar el poder de los fondos buitres, otros enormes jugadores en cuanto a concentración basada en crear dinero sólo del dinero.

A una visita significativa como esta sólo puede respondérsele estando a su altura: 2015 se presenta como un excelente año para re-imponer el Impuesto a la Herencia, derogado por ese miembro conspicuo de nuestro patético 1%, José Martínez de Hoz. Ojalá esa haya sido la charla que Thomas Piketty tuvo con Cristina el pasado sábado en Olivos.



*En la foto, El Bosnio, Maestro de Luz de la Mesa de Autoayuda y quien suscribe invitamos de manera fotogénica y amigable al visitante francés a olvidar todas esas ideítas progres, haciéndole una oferta que no podría rechazar.

martes, 6 de enero de 2015

Convergencia Mediática


La perspectiva de Ignacio Ramonet sobre lo que viene en comunicación masiva. Paso a la historia de la grilla televisiva, youtube, consumo diferido y a la carta, produ-consumers, etc.

Valen la pena los 42 minutos.