jueves, 22 de enero de 2015

Humor y risas


Nancy llega a su trabajo con su hijo, Dardito. Hace ya unos cuantos años que trabaja como empleada doméstica en esa casa. Un cierto bienestar y una actitud relajada, que nadie parece saber cuando comenzaron, son el espíritu de todo lo que allí ocurre. Como el viejo y coqueto reloj de péndulo que preside el comedor y que Nancy limpia todos los lunes, extremando la delicadeza porque sabe que esa reliquia tiene valor para el patrón.

A pesar de tantos años de trabajo, a Nancy, que conoce y maneja como nadie el pulso de ese hogar, no deja de sorprenderla la enorme distancia que hay entre ese lugar y su hogar sencillo y lejano, allá en la periferia; una distancia mucho mayor de la que recorren el tren y el colectivo que toma cada día. Distancias que no sabe explicar, pero sí reconocer.

Por ejemplo la familia. La familia de su jefa es esa: Don Jorge, ella, Carlos, el hijo mayor y Andrea, la nena. Allí empieza y allí termina. Pero Nancy nunca sabe donde empieza y dónde termina su propia familia. Sus primos y sus cuñados, que llegan en goteo de Paraguay y luego se vuelven. O se van. A ese paraíso con escasez de albañiles que parece ser Barcelona.

O el almuerzo: que Nancy no imagina pueda completarse sin la presencia de todos. Sólo una desgracia o un imprevisto hacen que el sábado o el domingo no esten todos en su mesa. Y aquí, en la casa donde trabaja, en todos estos años nunca vio las cuatro sillas de la mesa ocupadas simultáneamente. Parece más un hotel que una familia, piensa Nancy.

Dardito está de vacaciones y en casa se aburre, entonces Nancy le pidió permiso a la Señora para traerlo, para que la acompañe, para que las horas de trabajo se hagan más cortas al lado de su benjamín y único varon. La Señora no tuvo problemas. Y hasta sugirió que si ayudaba, hacer algún mandado, limpiar y engrasar las bicicletas, ir al puesto de diarios por las revistas de moda de la Señora y los diarios del Señor, ella podía darle unos pesitos para “sus gastitos”.

Y así ocurre desde hace unos cuantos veranos. Dardito tiene unos meses menos que Carlos, el niño de la casa, pero más horas de vuelo: más pajaritos bajados con la honda, más tortazos con la bicicleta, más fogatas hechas en un baldío, más caramelos robados en la vitrina de un kiosco y ya es propietario de algún beso robado a Yenny, su compañerita de grado. A veces Nancy reniega, pero íntimamente sabe que Dardo es un buen chico.

Carlos, en cambio, es distinto. Alto, rubiecito, bonito, mañas para comer que Nancy conoce al dedillo, el mejor colegio de la zona, campeón de natación en el último intercolegial, habla en inglés y francés, un chico despierto. Pero no puede esconder la arrogancia que nace con las diferencias. A veces se ríe de Dardo, porque lo ve chusco, silencioso, indescifrable.

Dardo no tiene nada que ver con sus compañeros de escuela, cree Carlos. Esos que una vez se rieron de él porque llevó debajo del uniforme una camiseta de Messi, del Barcelona, regalo de su papá, y uno de los compañeros descubrió que no era la “original”, que era trucha. Se le rieron y lo verduguearon un rato largo; volvió a su casa en llamas, se la tiró con furia a los pies del Señor Jorge y se fue al cuarto indignado, tras un portazo. Nancy estaba ahí ese día. La Señora Rodríguez levantó la remera, lo miró al marido arqueando las cejas, y se la dio a Nancy con un susurro: “a Dardo le va a encantar”.

Durante la infancia, la amistad de Carlos y Dardito era bastante amena, pero al acercarse a la pubertad, las diferencias se ampliaron y la petulancia de Carlos hizo que las cosas fueran más ásperas. Hace un tiempo Carlitos, que tiene por hobby dibujar, dibujar y dibujar, dibuja a su hermana con cachetes inflados y pecosos, dibuja a su madre, dibuja a su padre, dibuja al cura del colegio, se enteró de que Dardito es devoto del Gauchito Gil, algo que seguramente heredó de su papá, a quien hace años que no ve.

Cuando Dardito tiene que tirar un tiro libre de los que le gustan a él, o entrar a un examen o presentarse ante su madre porque se mandó alguna macana, no piensa ni en Dios, ni en Cristo, ni en la Virgen ni en Papá Noel. Dardito invoca en una oración silenciosa y compungida “Gauchito, por lo que más quieras, por favor te pido, ayudame en esta”. Y parece que el Gauchito lo escucha, porque tan mal no le va.

Carlos se enteró de esta creencia inexplicable de Dardo, y más temprano que tarde se dio cuenta que en ese lugar el hijo de la mucama ofrecía un flanco. Ese inolvidable y caluroso verano que estaban en el piso de la cocina, mientras Nancy transpiraba detrás de la tabla de planchar, los dos dibujaban. Algo que entretenía más a Carlos que Dardo.

Estuvieron tranquilos y silenciosos un rato largo hasta que Carlos, el hijo del Señor Jorge y de la Señora, se levantó con su papel recién dibujado y lo miró a Dardo, que seguía dibujando avioncitos, con cierta sorna. “Mirá Dardo, mirá lo que dibujé”. Nancy se dio cuenta al vuelo pero no supo cómo evitar el terremotos que venía, ni tuvo tiempo para arriar velas. El dibujo de Carlitos era un Gauchito Gil visco y desgarbado, pero en cuatro patas, con el culo al aire y atrás un soldado de campaña con un rifle en una mano y una zanahoria en la otra. Dardito lo vio, Nancy miró a su hijo y supo que llegaba el final.

Dardo se levantó como una tromba, empujado por el Gauchito Gil y todos los demonios, le apuntó a Carlitos y le dio una derechazo en el ojo que lo sentó de culo en el canasto de la ropa.

La señora le dijo a Nancy que mañana el Señor Jorge quería hablar con ella.

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No.

Yo no soy Dardito.

Pero tampoco soy Carlitos.

Don Jorge, sus amigos del club, sus socios, la Señora de la casa, sus amigas de la Beneficencia pueden horrorizarse y mostrarme un cartel que dice “Yo soy Carlitos”. Bien.

Pero yo no.

Cuando el humor y la ironía no se hacen con el poderoso.

Cuando, después de un chiste, no sabés si te van a pisar con el borceguí del Monarca

Y la risa busca la complicidad de los poderosos para mofarse del débil, no se llama más humor.
Se llama burla.

Yo no soy Carlitos.

O, contra lo que dicen por ahí

#JeNeSuisPasCharlie

Y parece que Francisco tampoco.



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