Hizo una pausa, sus pupilas se dilataron, noté un extraño
brillo en sus ojos.
Pareció que iba a reprimirse, pero no. Embistió. Y me
preguntó "qué es el peronismo?"
No era un turista gordo, pelirrojo y de bermudas buscando
una very typical impresion.
Tampoco era un chicanero gorila, hijo de gorila, nieto de
gorila, listo para volcarme un balde lleno de menemismo en la cabeza.
Parecía una pregunta genuina que buscaba una respuesta genuina.
Estábamos solos en el estaño del aquel bar, y ya era madrugada.
Toda
su fragilidad y su belleza, esa vulnerabilidad que me anula, se hizo punto
focal y me explotó en las pupilas.
Intenté alguna evasiva. Pero no pude negarme, y respondí algo que recuerdo vagamente...
El peronismo?
No es una religión. Ni mucho menos un dogma.
No es una ciencia. Ni mucho menos una filosofía.
No es una marcha, ni dedos en V, ni una liturgia decadente.
El peronismo es una acción deliberada, como un
tiro libre: primero pienso dónde y cómo la voy a patear; y después la pateo.
Primero pensar. Pensar significa entender. Comprender que lo
más importante, lo más gratificante, lo más fructífero, lo más digno para un
hombre es el trabajo. Entender eso. Nutrirse de eso. Profesarlo.
Y luego viene la acción. Una máquina implacable de trabajar. Y de generar trabajo. Para sí. Y para otros.
Un peronista es alguien cuyo objetivo, cuya meta, es trabajar. Y crear
trabajo. Más trabajo. Más digno. Más amplio.
Un peronista verdadero se revuelve en su asiento cuando alguien, cercano o lejano, no tiene trabajo.
Y va a hacer algo para que ese trabajo ausente, se haga presente.
Un tío que le consigue a su sobrino su primer trabajo genuino, por
simple que sea, es peronista. Aún cuando sea el tío más radical de todos.
No es lo mismo que el que le consigue un contratito o un curro. Ese no es peronista. A lo sumo demócrata progresista, pero no peronista.
El director del hospital, el gerente de empresa, el supervisor que
recibe una orden de recortar personal y esa mañana tiene una gastritis, es
peronista, aún cuando no lo sepa.
El funcionario que empuja un plan de viviendas es peronista.
El sindicalista que lo piensa 7 veces y decide un paro, suspendiendo momentáneamente el trabajo para tener más y
mejor trabajo, es peronista.
Lo que explica porque para un peronista hacer una
huelga es una de las decisiones difíciles. Uno ve a los pollos sobreros amenazando paros acá y allá con una liviandad insultante y se da cuenta de que no son peronistas. Un peronista va a retorcer los argumentos
hasta que lo lleven al borde del abismo y ahí dirá: “si no nos dejan otra salida,
tendremos que evaluar una huelga”. Es peronista, y aunque esté haciendo lo correcto, esa noche no duerme.
El Moyano que paraba con sus compañeros del MTA cuando la
desocupación arañaba el 23% era peronista. El Moyano que para porque la crema
del movimiento obrero paga impuesto a los ingresos no es
peronista. Porque no existe ningún circunloquio explicativo que le permita justificar de qué manera, removiendo ese impuesto, habrá más trabajo.
Aunque Moyano me cante toda la marchita a centímetros de la
cara, mi grito silencioso es más profundo: no Hugo, eso no es peronismo.
Peronismo es más laburo, más genuino y más estable en las
ganas, en la mente, pero especialmente en las vísceras.
Esto permite ordenar los tantos de esa vieja disputa: aunque
haya sido amo y señor del partido, Menem no fue peronista. No fue peronista por Tartagal, por
Cutral Co, por Gregores, por los frigoríficos entrerrianos, por los pueblos sin ferroviarios y por 1 de cada
cuatro laburantes poniendo un remis o un parripollo.
Nestor sí lo fue. Exactamente por lo contrario.
Tanto es así, que cuando un peronista se queda sin laburo,
va a visitar a su viejo amigo peronista.
Y le cuenta que está sin laburo.
Y al
amigo peronista se le atraviesa el vermú en la garganta y le dice, no te
preocupes porque hablo en la fábrica y en la semana te llamo.
Y habla en la fábrica.
Y en la semana
lo llama.
Esto ya lo sabía un viejo peronista, y lo firmaba diciendo que “para un peronista no hay nada mejor que otro
peronista”. Era por esto.
Coincidamos en que los que le enseñan al hijo a abrir cerraduras ajenas o implementan un Megacanje millonario son los menos, los puntos
fuera de la curva.
Finalmente, a la mayoría de los hombres la falta de laburo
se nos presenta como un enorme dilema al que intentamos ponerle fin con un nuevo
laburo. Porque, como decía ese viejo, “peronistas somos todos” no?...
Iba yo irrefrenable por estos senderos cuando, sorpresivamente, ella se me
acercó y sentí sus labios de fuego detener mis palabras. Con un beso como brasa.
Que luego confirmó cerca de mi oído con un “peronistas son los
buenos”.