Permítanme este post demorado, moroso, casi anacrónico.
Los 14 años de gobierno de Hugo Chávez Frías dejan lecciones
y enseñanzas que el líder popular latinoamericano del futuro no podrá soslayar.
Lecciones que van más allá de incrementos generosos en
índices de bienestar humano y social que, en definitiva, dan cuenta de una población que
hoy vive mucho mejor y con más esperanza en el futuro que al final del mandato
de Caldera. Esos son los resultados, las consecuencias del proceso
que vivió Venezuela.
Las lecciones pueden indagarse y analizarse en el terreno
político, es decir en el terreno en el que se pretenden materializar y
masificar las directrices ideológicas y filosóficas que el Comandante debe
haber mascado y mascado durante largos lustros, mientras observaba con tristeza
cómo el neoliberalismo se llevaba puesto su país.
Veamos.
Chávez entendió de manera cabal que imponer el camino socialista,
progresista, en su tierra, estaba inevitablemente vinculado a las formas
populistas. Lo puso en práctica. Su gobierno se extendió por 14 años. Una
enfermedad invencible nos contiene de inscribir un número mayor.
Salvador Allende eligió las vías institucionalistas.
Pretendió una revolución democrática en la que los términos de intercambio eran
por favor, perdón y gracias. Su gobierno no alcanzó a tres años. Un triste tiro
del final, cuyo gatillador todavía no ha sido definitivamente identificado, nos exime de
ucronías e historias contrafácticas.
Pero claro, escuchamos a los relativistas de siempre
justificar las diferencias entre ambos procesos en el marco de las consabidas
realidades geo-políticas, temporales y estratégias aquí y allá. Ni tanto. Ambos
países, Chile y Venezuela, cuentan con elementos típicos de los sistemas
políticos y sociales sudamericanos: elites oligárquicas acostumbras durante
décadas a no ser contradichas, economías de raigambre extractiva basadas en
pocos recursos, matrices de distribución de la riqueza similares, fuerzas
armadas con formaciones ideológicas extranjerizadas y un largo etcétera que une
mucho más de lo que separa.
El intento de golpe de abril del 2002 fue para Chávez lo que
para Allende fue su Septiembre definitvo. Recorridos esos 3 primeros años de
gobierno, Chávez había logrado un grado de inserción y una popularidad entre
las clases más humildes de la población de su país por la que cualquier primer
mandatario daría lo que tiene.
Allende le ofrecía al pueblo chileno una estrella roja,
deseable y prometedora, aunque montada sobre un horizonte lejano, al final de
un camino denso en sacrificios y dificultades.
Chávez los hizo ingresar por primera vez a la maravillosa juerga
caribeña, los habilitó a comer lo que nunca habían comido, a beber lo que sus
labios nunca habían probado y, además del obvio acceso a educación, salud y
justicia, les impartió la más importante lección: les dijo quién era y dónde
estaba el enemigo.
La única, sutil y a la vez enorme diferencia se asienta en
una palabra: POPULISMO.
Populismo 1 – Institucionalismo 0
O sea.
Chávez 1 – Allende 0
4 comentarios:
¿Cmer lo que nunca habían comido? ¿beber lo que nunca habían bebido?
Que mal informados están muchachos, en los 70 en la villas de Venezuela se consumía whisky de 12 años, aunque no lo crean.
Eso sin contra con la impresionante inversión en infraestructura, revisen la historia por favor.
El día que caiga el precio del petróleo se acaba la mentira chavista.
Respecto de las características del proceso chileno de la Unidad popular no tenés ni la más pálida idea. Como dice Wittgenstein por ahí "De lo que no podemos hablar debemos guardar silencio."
Adelante, Vladimir, ilumínenos.
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