El jueves pasado, durante su discurso de cierre en la Cumbre
Anual del BRICS, realizada en Durban, Sudáfrica, la presidente de Brasil le pasó un mensaje a la patria rentista brasileña, un mensaje que nuestros oídos
argentinos ya han oído: que va por todo. Y, sin sorprender, la misma crispación que
esa frase causa en la plutocracia argentina, causó el discurso de Rousseff entre
la obesa burguesía brasileña.
La economía de Brasil, como la nuestra, navega con viento
de frente desde comienzos del 2012. Pero, como aquí, desde hace tiempo el gobierno de Dilma intenta disciplinar a
los grandes capitales brasileños, mal acostumbrados a hacer “grana” fácil
gracias a la arquitectura económica neoliberal montada en años de Fernando Henrique, que 12 años
de gobierno del PT todavía no terminan de desarticular.
Cuenta a su favor, eso sí, con el plafond de una estructura industrial
mucho más robusta que la nuestra, que puede permitirse algunos “excesos”. No puede permitirse que tales excesos se sostengan indefinidamente en el tiempo, pues profundizarían el peligro de
abortar un desarrollo industrial deseable desde estas pampas. Excesos fogoneados desde usinas neoliberales que tuvieron éxito
en imponer un esquema de distribución de renta alla Consenso de Washington, cuya punta del
iceberg es un modelo económico basado en metas de inflación, es decir uno en el que
la variable de ajuste es el nivel de “calentamiento” de la economía, lo que
Keynes de por medio equivale a decir que la variable de ajuste de la
economía es el nivel de ocupación.
Este esquema ortodoxo (como ortodoxo era el primer gabinete
económico de la presidencia de Lula, en su afán de irrumpir en el gobierno crispando a “los mercados”)
está gobernado por la tasa de interés de referencia de la economía brasileña,
denominada SELIC, cuyas magnitudes han
dado lugar a la emergencia de un negocio de renta financiera fácil, que no sólo
ha convocado a los grandes jugadores locales sino también a convertido a Brasil
en una de las atracciones de los capitales especulativos a nivel mundial.
Si bien los compañeros Lula y Dilma se han esmerado en la
aplicación de políticas sociales y de inclusión que sus compatriotas nunca hubieran
imaginado, arrastrando a 50 millones de compatriotas fuera de la pobreza, en la
esfera del desarrollo industrial y tecnológico hasta el momento no habían
podido evitar quedar atrapados de los intereses concentrados que forzaron un
ciclo de des-industrialización y primarización de la economía brasileña sin
precedentes en los últimos 40 años.
Hasta esta semana.
Porque Dilma, Lula y el PT saben que doce años de políticas
progresistas e inclusivas, de combate a la pobreza y al hambre, no podrían
continuarse en un país cuya infraestructura está pensada para un 30% de la población, el centro sur rico, europeo y blanco que históricamente comandó el país.
El desafío es enorme y mete miedo. Pero Dilma y Lula, a
diferencia de procesos populares brasileños anteriores, que además de lidiar
con la oligarquía azucarera, dependían del omnipresente fantasma de la
restricción externa, cuentan con algunos avales que marcan una diferencia: un
nivel de reservas inédito en su historia, 9 veces superior a las disponibilidades
argentinas, excelentes condiciones de crédito (quién se negaría a financiar a
la sexta economía del planeta que en la próxima década estará refinando sus
propias reservas petroleras, las más grandes descubiertas en el siglo XXI) y la
clara concepción de que mantener a la nueva clase media dentro del sistema
significa lograr mejoras en las productividad y en la competitividad, que se
traducirán como aumentos del salario real, y que sólo pueden ser
cumplidas mediante mejoras en la infraestructura y logros efectivos en el campo
de la innovación y el avance tecnológico.
La misión que enfrentan no ha sido completada
con éxito en ninguna sociedad latinoamericana: convertir a las obesas y
parasitarias elites rentistas, adictas por años a rendimientos
financieros siderales (45% de interés anual en 1999), en inversores eficaces, audaces y propensos al riesgo.
De manera que lo que Dilma les dijo en Durban a los playboys
de siempre es que no habrá aumento de la tasa de interés, que la fiesta se
terminó, y con ella la perversa acción de pinzas de los factores de poder verdeamarelos, de mantener el negocio financiero de la SELIC bajo coacción de desborde inflacionario. Acción de pinzas operada con la gentil y profusa colaboración de medios de comunicación hiperconcentrados, que mantienen intrincados y espurios vasos comunicantes con los capitalistas de juguetería que siguen prefiriendo ser cola de león de las grandes potencias.
Una única cuestión está en duda, que es tan o más importante que el nivel de reservas del banco central o el precio de las commodities, la de la audacia necesaria para dar ese salto de paradigma y resistir con coraje las enormes presiones locales e internacionales que se avecinan si el rumbo anunciado se mantiene.
Hechas estas consideraciones, nos complace destacar que su batalla por el aumento de la inversión como mecanismo de baja de la inflación en el mediano plazo es también nuestra batalla (y no un acuerdo de precios por 60 días).
Y le encendemos una vela a Santa Dilma, porque entendemos que su éxito, que podría sentar un precedente a nivel continental, también es el nuestro.
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