sábado, 12 de julio de 2014

Im-pronóstico


Mañana domingo 13 a las 16 horas de Argentina y Brasil, 8PM en el meridiano de Greenwich, se jugará en el mítico estadio Maracaná la final del vigésimo Campeonato Mundial de Fútbol Mayor, en el que se encontrarán las representaciones de la Asociación del Fútbol Argentino y de la Deutsche Fussball Bund, de Alemania.

Estimativamente 2 horas más tarde, que podrían ser casi 3 si los equipos en pugna finalizan el juego empatados, el mundo sabrá el nombre del país cuya Federación se coronó ganadora y acreedora de la bellísima Jules Rimet que presidirá todo el juego desde un lateral.

Y a partir de allí, como en un sueño, se presentan dos escenarios posibles.

UNO.
En uno de ellos, un avión de Lufthansa descenderá en el Berlin-Tempelhof, se abrirá una puerta, descenderá una escalerilla y aparecerán deportistas y dirigentes, hombres rubios, altos, que saludarán desde ese mismo umbral metálico. Bajarán a la pista, donde los esperará el alcalde de la ciudad, algún alto funcionario federal, quizás un secretario de deportes y una larga fila de relucientes Mercedes Benz descapotables, blancos, prístinos se prepararán para una caravana desde ese lugar.

El primero de esos automóviles un enorme y hermoso arreglo floral en su capot, con flores negras, rojas y amarillas. Los demás autos seguramente tendrán crespones, prolijas banderitas, escarapelas; y los protagonistas de la jornada, jugadores y equipo técnico, se sentarán de a pares en la parte trasera, sobre el baúl, visibles, enhiestos, triunfales, acompañados por hermosas jovencitas, reinas y princesas de las diversas fiestas regionales alemanas que llegan a rendirle homenaje a la juventud flor y nata de un país robusto, poderoso, altivo.

Los vehículos, con todas sus luces encendidas, seguidos cuidadosamente por móviles televisivos, periodistas hiper-educados y familiares emocionados pero respetuosos, buscarán Alexanderplatz, y a lo largo del camino se irán encontrando con miles de compatriotas que, del otro lado de vallas prolijamente instaladas por el rathaus local, saludaran orgullosos a esta comitiva generosa y emocionada que recibirá el reconocimiento de una gesta deportiva importante (los alemanes son adustos en el uso de adjetivos).

Luego tomarán dirección oeste, e ingresarán a la tradicional e imperturbable avenida Unter den Linden, tan prusiana, tan sobriamente bella. Allí gentes felices harán sonar bocinas y cornetas tricolor, adornadas con cintas y flores. Pasarán frente al Museo Nacional, frente a la Catedral, frente al Parlamento y harán una detención obligada en la puerta de Brandemburgo. Nadie osará cruzarse en el trayecto, ni quitarles protagonismo, ni aguar la fiesta, ni mucho menos improvisar un salto a la valla y una corrida urgente dribleando la eficacísima Polizei, hasta robar un beso de un Lahm, un Klose, o un Özil tan turcamente teutón.

Una verdadera fiesta que convergerá en el SiegesSäule, ese imperturbable ángel dorado que convocará a antiguos dioses germánicos a participar de la coronación con laureles de estos mercurios modernos, veloces, poderosos, frutales.

DOS.
El otro escenario es, dicen experimentados y sagaces reyes de las apuestas inglesas, improbable. Habla de un avión azul celeste y un poco blanco de nubes que aterrizará en la periferia de una megalópolis tercermundista en la que la pobreza extrema se mira a los ojos día a día con opulencias casi obscenas. Una ciudad que en el centro es parisina, en las medianías napolitana y en los extremos limeña.

Y 23 muchachones al borde de las fuerzas y al borde de las emociones, emergerán de la mariposa de aluminio con sonrisas enormes y las lágrimas preparadas, sabiendo que lo que está por venir es un desafío, pero no deportivo, sino uno de los sentimientos, de las emociones, algo más difícil que los Robben, los Fellaini, los Lukaku.

Desde su contacto con el piso argentino el desorden y la turba serán su sino, improvisación pura, con un pie en imprevisibilidad de los hechos y otro pie en ese pasado napolitano, gaditano, judío, gitano, mediterráneo, quién sabe, ese pasado que nos hace tan nosotros.

Un bus grande y eventualmente abierto podrá ser el vehículo al que se les pida ascender y si la organización (organización será un noble eufemismo que esconderá el trabajo solitario y gratuito de hormiguitas a las que nunca le será reconocido) no pudo conseguirlo, pues será un camión de bomberos viejo y ruidoso, pero nadie preparará guirnaldas celestes y blancas ni pasará la noche en vela recortando flores celestes y blancas. 

Todos tendrán derecho a dormir y a soñar con vivir en el país del mejor equipo del mundo.

A la travesía de llegar al vehículo se le interpondrá la travesía de subirse sin ser arrastrado por una turba de fieles que querrán tomarlo, abrazarlo, besarlo, felicitarlo, rescatarlo, secuestrarlo, amarlo, despeinarlo… en fin, nuestro pueblo tiene deseos a veces inconfesables.

Y así comenzará una peregrinación lentísima, infinita, interminable de un grupo de hombes que creerán ver en cada cara que se acerca a la ruta un viejo amigo, un hermano, un compinche de siestas y pelotas contra la pared cuando eran más pobres que un perro y cuando mamá refrenaba el pan de su boca para que el jugadorcito tuviera un desayuno digno que le permitiera correr y patear con fuerza esa pelota que era su novia más fiel.

Y miles de niños que la mañana anterior jugaron a la pelota deseando ser el Messi, el Di María o el Mascherano que están arriba del ómnibus ahora romperán protocolos y se acercarán a la ruta sólo esperanzados en ver a otros chicos grandes que tejieron los mismos sueños que ellos
Y todas las medidas de seguridad inexistentes serán violentadas y las gentes se cruzarán delante del bus y detendrán su marcha cien veces y el embajador alemán verá todo esto por televisión y se preguntará cómo un pueblo puede ser tan desorganizado y tan incierto y por qué no me tocó la puta embajada en Oslo.

Entonces, más allá en Plaza de la República una multitud que mezcla lágrimas guardadas durante 28 años y sudores de todos los días se arremolinará y se embarrará alrededor del falo enhiesto en Corrientes y 9 de Julio y en las mil plazas de pueblos y ciudades sin orden, sin prioridad, sin certezas, envueltos todos en celeste y blanco y cantos y abrazos y emociones contenidas y un llanto feliz que no terminará hasta la próxima mala noticia que ya preparan los enemigos del pueblo, sus lobos.

Y el cansancio en los ojos y la emoción en el pecho y el tiempo irán haciendo el trabajo de sentar a todos estos hombres en el cordón acostarlos en las plazas derribarlos pero unidos abrazados hermanados y uno cualquiera desconocido le dirá a otro desconocido que encuentra cercano, amigo, hermano “che, qué grande el Pipa!” y este le responderá “sí, un grande el Pipa” en un código tan incomprensible como cierto.

Quién sabe que ocurrirá en la todavía lejanísima tarde del domingo. Quizás poco importa.


Lo único que está claro hoy, al momento de escribir estas líneas, es que la ofrenda más importante que esos muchachos podían hacer, su ejemplo, su entrega, su audacia, su coraje y un juego inteligente ya están en el altar de nuestra historia deportiva. 

Pero como queremos un poco más, VAMOS PUEBLO, VAMOS FUTBOL, VAMOS ARGENTINA!!!



2 comentarios:

Anónimo dijo...

"... la bellísima Jules Rimet que ..." El trofeo Jules Rimet se lo adjudicó Brasil en el torneo de Méjico '70. El actual, en disputa desde Alemania '74, se llama Copa Mundial y jamás se lo adjudicará nadie (amarreta la FIFA).

jfc dijo...

el dos se va a dar si o si,
no matter what,
que los tiró a los gringos, juna i gran siete,
ganamos perdemos a los pibes los queremos,
ojalá que sea como en la composición del santafesino de veras,
navegar tantos mares, venirse al cuete, que digo, venirse al cueté