Mañana domingo 13 a las 16 horas de Argentina y Brasil, 8PM en
el meridiano de Greenwich, se jugará en el mítico estadio Maracaná la final del
vigésimo Campeonato Mundial de Fútbol Mayor, en el que se encontrarán las
representaciones de la Asociación del Fútbol Argentino y de la Deutsche
Fussball Bund, de Alemania.
Estimativamente 2 horas más tarde, que podrían ser casi 3 si
los equipos en pugna finalizan el juego empatados, el mundo sabrá el nombre del
país cuya Federación se coronó ganadora y acreedora de la bellísima Jules Rimet
que presidirá todo el juego desde un lateral.
Y a partir de allí, como en un sueño, se presentan dos
escenarios posibles.
UNO.
En uno de ellos, un avión de Lufthansa descenderá en el Berlin-Tempelhof,
se abrirá una puerta, descenderá una escalerilla y aparecerán deportistas y
dirigentes, hombres rubios, altos, que saludarán desde ese mismo umbral
metálico. Bajarán a la pista, donde los esperará el alcalde de la ciudad, algún
alto funcionario federal, quizás un secretario de deportes y una larga fila de relucientes
Mercedes Benz descapotables, blancos, prístinos se prepararán para una caravana
desde ese lugar.
El primero de esos automóviles un enorme y hermoso arreglo
floral en su capot, con flores negras, rojas y amarillas. Los demás autos seguramente
tendrán crespones, prolijas banderitas, escarapelas; y los protagonistas de la
jornada, jugadores y equipo técnico, se sentarán de a pares en la parte
trasera, sobre el baúl, visibles, enhiestos, triunfales, acompañados por
hermosas jovencitas, reinas y princesas de las diversas fiestas regionales alemanas
que llegan a rendirle homenaje a la juventud flor y nata de un país robusto,
poderoso, altivo.
Los vehículos, con todas sus luces encendidas, seguidos
cuidadosamente por móviles televisivos, periodistas hiper-educados y familiares
emocionados pero respetuosos, buscarán Alexanderplatz, y a lo largo del camino
se irán encontrando con miles de compatriotas que, del otro lado de vallas
prolijamente instaladas por el rathaus local, saludaran orgullosos a esta
comitiva generosa y emocionada que recibirá el reconocimiento de una gesta
deportiva importante (los alemanes son adustos en el uso de adjetivos).
Luego tomarán dirección oeste, e ingresarán a la tradicional
e imperturbable avenida Unter den Linden, tan prusiana, tan sobriamente bella.
Allí gentes felices harán sonar bocinas y cornetas tricolor, adornadas con cintas
y flores. Pasarán frente al Museo Nacional, frente a la Catedral, frente al
Parlamento y harán una detención obligada en la puerta de Brandemburgo. Nadie osará
cruzarse en el trayecto, ni quitarles protagonismo, ni aguar la fiesta, ni
mucho menos improvisar un salto a la valla y una corrida urgente dribleando la
eficacísima Polizei, hasta robar un beso de un Lahm, un Klose, o un Özil tan
turcamente teutón.
Una verdadera fiesta que convergerá en el SiegesSäule, ese
imperturbable ángel dorado que convocará a antiguos dioses germánicos a
participar de la coronación con laureles de estos mercurios modernos, veloces,
poderosos, frutales.
DOS.
El otro escenario es, dicen experimentados y sagaces reyes
de las apuestas inglesas, improbable. Habla de un avión azul celeste y un poco blanco
de nubes que aterrizará en la periferia de una megalópolis tercermundista en la
que la pobreza extrema se mira a los ojos día a día con opulencias casi obscenas.
Una ciudad que en el centro es parisina, en las medianías napolitana y en los
extremos limeña.
Y 23 muchachones al borde de las fuerzas y al borde de las
emociones, emergerán de la mariposa de aluminio con sonrisas enormes y las lágrimas
preparadas, sabiendo que lo que está por venir es un desafío, pero no
deportivo, sino uno de los sentimientos, de las emociones, algo más difícil que
los Robben, los Fellaini, los Lukaku.
Desde su contacto con el piso argentino el desorden y la
turba serán su sino, improvisación pura, con un pie en imprevisibilidad de los
hechos y otro pie en ese pasado napolitano, gaditano, judío, gitano,
mediterráneo, quién sabe, ese pasado que nos hace tan nosotros.
Un bus grande y eventualmente abierto podrá ser el vehículo
al que se les pida ascender y si la organización (organización será un noble
eufemismo que esconderá el trabajo solitario y gratuito de hormiguitas a las que
nunca le será reconocido) no pudo conseguirlo, pues será un camión de bomberos viejo
y ruidoso, pero nadie preparará guirnaldas celestes y blancas ni pasará la
noche en vela recortando flores celestes y blancas.
Todos tendrán derecho a
dormir y a soñar con vivir en el país del mejor equipo del mundo.
A la travesía de llegar al vehículo se le interpondrá la
travesía de subirse sin ser arrastrado por una turba de fieles que querrán
tomarlo, abrazarlo, besarlo, felicitarlo, rescatarlo, secuestrarlo, amarlo,
despeinarlo… en fin, nuestro pueblo tiene deseos a veces inconfesables.
Y así comenzará una peregrinación lentísima, infinita,
interminable de un grupo de hombes que creerán ver en cada cara que se acerca a
la ruta un viejo amigo, un hermano, un compinche de siestas y pelotas contra la
pared cuando eran más pobres que un perro y cuando mamá refrenaba el pan de su
boca para que el jugadorcito tuviera un desayuno digno que le permitiera correr
y patear con fuerza esa pelota que era su novia más fiel.
Y miles de niños que la mañana anterior jugaron a la pelota deseando
ser el Messi, el Di María o el Mascherano que están arriba del ómnibus ahora romperán
protocolos y se acercarán a la ruta sólo esperanzados en ver a otros chicos
grandes que tejieron los mismos sueños que ellos
Y todas las medidas de seguridad inexistentes serán
violentadas y las gentes se cruzarán delante del bus y detendrán su marcha cien
veces y el embajador alemán verá todo esto por televisión y se preguntará cómo
un pueblo puede ser tan desorganizado y tan incierto y por qué no me tocó la
puta embajada en Oslo.
Entonces, más allá en Plaza de la República una multitud que
mezcla lágrimas guardadas durante 28 años y sudores de todos los días se arremolinará
y se embarrará alrededor del falo enhiesto en Corrientes y 9 de Julio y en las
mil plazas de pueblos y ciudades sin orden, sin prioridad, sin certezas,
envueltos todos en celeste y blanco y cantos y abrazos y emociones contenidas y
un llanto feliz que no terminará hasta la próxima mala noticia que ya preparan los
enemigos del pueblo, sus lobos.
Y el cansancio en los ojos y la emoción en el pecho y el
tiempo irán haciendo el trabajo de sentar a todos estos hombres en el cordón acostarlos
en las plazas derribarlos pero unidos abrazados hermanados y uno cualquiera
desconocido le dirá a otro desconocido que encuentra cercano, amigo, hermano “che,
qué grande el Pipa!” y este le responderá “sí, un grande el Pipa” en un código tan
incomprensible como cierto.
Quién sabe que ocurrirá en la todavía lejanísima tarde del domingo. Quizás poco importa.
Lo único que está claro hoy, al momento de escribir estas líneas, es que la ofrenda más importante que esos muchachos podían hacer, su ejemplo, su entrega, su audacia, su coraje y un juego inteligente ya están en el altar de nuestra historia deportiva.
Pero como queremos un poco más, VAMOS PUEBLO, VAMOS FUTBOL, VAMOS
ARGENTINA!!!
2 comentarios:
"... la bellísima Jules Rimet que ..." El trofeo Jules Rimet se lo adjudicó Brasil en el torneo de Méjico '70. El actual, en disputa desde Alemania '74, se llama Copa Mundial y jamás se lo adjudicará nadie (amarreta la FIFA).
el dos se va a dar si o si,
no matter what,
que los tiró a los gringos, juna i gran siete,
ganamos perdemos a los pibes los queremos,
ojalá que sea como en la composición del santafesino de veras,
navegar tantos mares, venirse al cuete, que digo, venirse al cueté
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