Martin Luther King era imparable.
Apenas abría una puerta
para la gente de su raza, aparecían otras que permanecían cerradas. Fue
detenido tantas veces, separado, encarcelado, que todos los sheriffs del Estado
de Alabama decían que había estado en su comisaría. Y con cada nueva detención
su fama crecía. Iba convirtiéndose en una figura cada vez más reconocida y,
entonces, frente a cada nueva detención por “escándalo público” o por “resistencia
a la autoridad”, era liberado cada vez más rápido. Y cada vez más personas lo
esperaban a las puertas de la comisaría, donde King daba un pequeño sermón con
el que los tranquilizaba y los alentaba a la próxima batalla.
Iba convirtiéndose en una pequeña liturgia.
Por aquellos años para votar en Estados Unidos había que
estar registrado. No era tan simple como estar mencionado en un padrón general.
Por ejemplo en Louisiana para acceder al Registro de Voto había que presentarse
en una oficina municipal atendida exclusivamente por blancos y solicitar la
inscripción. Los empleados municipales decidían quiénes eran anotados y quiénes
no. En otros estados se sometía a los postulados a exámenes escritos en los que
debían demostrar alguna formación cívica y no era raro que en las bandejas
hubiese un formulario para blancos con preguntas sencillas y otro para negros
que requería conocimientos acabados de derecho constitucional. Se cuenta que un
juez blanco y progresista de Selma le hizo al encargado del Registro, en un
juicio, una pregunta igual a la que este le sometía a los negros que querían ejercer su derecho, y no obtuvo
respuesta.
A medida que aumentaba la popularidad de Martin Luther King,
aumentaba el número de enemigos. El más importante era el director del FBI,
John Edgar Hoover, que hizo colocar micrófonos en las habitaciones donde sabía
que Martín mantenía affairs extra-conyugales. Hoover le mandaba anónimamente
las cintas a Coretta, su esposa, buscando un escándalo.
Pero Coretta reconocía la importancia de la batalla de la
igualdad entre negros y blancos y desestimaba cada uno de los envíos. Pero el mayor
revés de Hoover fue el premio Nobel de la Paz a King en 1964.
Pero no fue lo más decisivo en la campaña por los derechos
civiles. Eso fue el 28 de agosto de 1963 en el Lincoln Memorial de Washington
frente a 250 mil personas, cuando pronunció el más bello discurso de su vida,
aún hoy recordado por su leit motiv: “tengo un sueño”.
Quizás sea la hora de que también nosotros, aquí abajo, aquí ahora, aquí entonces pronunciemos ese discurso.
Y le contemos nuestro sueño a nuestro pueblo.
Now is the time.
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