Es casi una ley natural que los grandes negocios sean
manejados, gestionados desde un liderazgo único, centralizado.
Son poco frecuentes los ejemplos de fuentes de producción y obtención
de recursos que alimentan simultáneamente a varias cabezas entre las que no hay
consistencia en decisiones y estrategias.
Esto no significa que el vertido de esos recursos caiga
en las mismas, únicas, manos: no estamos hablando de a quienes se derivan los recursos
sino de quién los administra.
Con el fútbol (y con otras disciplinas deportivas en otras
geografías) pasa lo mismo: un negocio brillante y de muy bajo costo converge
hacia una conducción centralizada y única.
La función principal de Julio Grondona, su ausencia nos lo
deja más claro que nunca, no era la de generar nuevos y más grandes negocios,
para los que además tenía olfato y audacia, sino que su centralidad consistía en
evidenciarles a los diversos actores, en particular a los presidentes de los clubes,
que la clave para la sostenibilidad del negocio era apoyar un plafón mínimo de
intereses comunes.
Grondona era, antes que nada, la mesa de arena de las
discusiones y compromisos por el reparto. Pero también era garantía de cumplimiento
de esos compromisos. Y disciplina para quien los desatendía.
Su ausencia puede verificarse en escenas que nos viene regalando
el fútbol argentino en los últimos meses. Con él la foto del presidente de
River mirando el clásico sentado en el piso de un vestuario nunca hubiera
ocurrido. Y conste que no estamos asingnándole responsabilidades del particular
a la dirigencia aurizazul ni tampoco lo contrario. Pero esa escena difícilmente
hubiese ocurrido, al menos sin que al día siguiente ambos presidentes
fueran a comparecer, cola entre las
patas, ante el señor del anillo famoso.
Por el momento el cuidado de la Pax Romana se ha transferido
a la Conmebol, a falta de mejor referencia. Y esta traerá alguna forma de
justicia, pero no la traerá en su forma superior, que es la política.
Entretanto se tejen escenarios para elegir al sucesor de Don
Julio. Y aunque se lo prefigure un trabajo sencillo y un sitial de poder, es
una delicada artesanía de costura diaria de intereses. Nadie que proyecte sus
máximas preocupaciones en el rating del primetime podrá dar el piné.
Y una decisión significativa que pende de los futuros
protagonistas es decidir qué tanto mal le hace la violencia al negocio. Siendo
lo más objetivos posible, debemos reconocer que violencia y negocio han
convivido hasta el momento sin que, en apariencia, haya ocurrido una erosión
significativa de intereses.
Y aún si la decisión a futuro fuera la de deslegitimar la
violencia y alejarla del deporte, sería una decisión relevante pero no
definitiva. La violencia sólo puede ser erradicada de los espectáculos
deportivos con una decisión meridiana desde el vértice de la política
(teléfono, Cantero). Cuestión que el kirchnerismo que tantos logros tuvo, no
acometió.
He ahí agenda para el candidato del FPV, ya que en esta
materia el candidato de la derecha está hundido en la mierda.
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