domingo, 2 de junio de 2013

Efectos Fallidos


El 8 de octubre de 1973, dos días después de iniciada la cuarta guerra árabe-israelí, los líderes de la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo, reunidos en Kuwait, resolvieron, de manera inconsulta con sus clientes, un gradual retención de las exportaciones petroleras de sus países.

En menos de una semana el ritmo de ingreso de petróleo a los países industrializados cayó en un 15%, lo que por supuesto tuvo un efecto inmediato en los mercados, que ajustaron sus precios de 3 dólares por barril a un nuevo 5,12.

E inmediatamente su inevitable consecuencia: un movimiento sísmico mundial que hizo que los dueños de automóviles enormes y extravagantes sintieran temblar el piso ante cada acelerada y las amas de casa quedaran azoradas ante las fisuras de bolsillo que significaban los nuevos precios de las bombachas de nylon.

Algunos percibieron, de una manera rápida y dramática, que el Imperio era dueño de casi todo, excepto de la canilla y de su control.

Este acto era la materialización del sueño de un nacionalista venezolano, cuándo no. Pérez Alfonso ya había ensayado una ley de hidrocarburos antimonopólica en su país, con bastante éxito. Hasta que la Standard Oil encontró un dictadorzuelo títere que calzara bien su mano y no se contuviera ante la sangre y la muerte causadas por su régimen.

Quizás el único error de Pérez Alfonso y sus cofrades de los países árabes fue una excesiva naiveté: pensar que la creación de la OPEP en 1960 no iba a desatar por parte de las Siete Hermanas (Exxon, Mobil, Texaco, Gulf, British, Chevron y Shell) y los gobiernos de los países industrializados, una réplica contundente.

Si bien la crisis gatilló nuevos procesos políticos o afianzó los que ya se habían lanzado en países musulmanes, como fue la radicalización del gobierno nacionalistas de Khaddafi en Libia o el surgimiento de los ayatollahs en Irán, para Estados Unidos fue una oportunidad bien aprovechada de mejorar y profundizar su penetración geopolítica en Oriente Medio, principalmente frente al gran adversario de esa hora, la Unión Soviética.

No obstante, los mejores corolarios para el capitalismo y para Estados Unidos no radican en haber logrado una mejor amistad con los gobiernos de Egipto o Irak.

Lo más significativo para el poder económico fue percibir que ya estaban dadas las condiciones para rescatar de los olvidados gabinetes de la Universidad de Chicago la teoría neo-marginalista de Friedman y convertirla en el credo económico monoteísta que hoy domina al planeta. Algo que no sólo iba a convertirse en gravoso para las teocracias de Oriente sino también, y cómo, para nuestra Latinoamerica.

Si la Crisis del Petróleo del 73 fue un intento de los débiles para ponerle coto a los poderosos y su resultado fue el opuesto, cabe preguntarse si la actual crisis provocada por los poderosos para disciplinar a los débiles pudiera tener algún efecto colateral inesperado.

Algo es paradójicamente cierto: cuanto más apriete el poder el cinturón de los débiles, más condiciones estará creando para un vía de escape alternativa y contrapuesta.

La refracción argentina a cualquier retorno neoliberal es punta de ese iceberg.

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