martes, 22 de abril de 2014

Amanece en la Ruta


Nos agarraron en un momento de debilidad. Un momento de debilidad de nuestra sociedad que con fruición de caníbal habían creado. Necesitaban de nuestra sumisión y entrega incondicional. Desde hacía años sus títeres mediáticos más prestigiosos percutían nuestras conciencias con sus curaciones racionalísimas y sus econometrías de Chicago.

Llegaron con su receta, una “listita” infalible de metas y objetivos.

Y ganaron. Nos pudieron.

A partir de entonces, nos dedicamos con ahínco a cumplir todos y cada uno de los requerimientos de aquella lista que se llamaba “Consenso”. Extraño, porque nosotros no recordábamos haber consensuado nada. Más bien sí-señor-claro-señor-comonoseñor.

En poco tiempo, argentinos como somos, nos convertimos en el alumno ejemplar. Arrancábamos cada mañana, muy temprano, con la medicación y la terapia. Y como si fuéramos aprendices de un arte marcial infalible, cumplimos cada uno de los preceptos que la receta imponía.

Más de una vez, cuando creíamos haber satisfecho un logro, nos presentamos íntimamente orgullosos ante los Sensei. Recibíamos la respuesta del poder: nos miraban con desdén y nos pedían más. Si aquello hubiese sido religión, en poco tiempo nuestras almas se hubiesen elevado al paraíso como plumas.

Nos convertíamos en los mejores alumnos y a nuestro alrededor nos miraban entre perplejos y envidiosos. Nuestro chamán era convocado a conferencias magistrales, en las que le contaba al mundo libre sobre nuestras proezas. Invitado a lugares distantes que desconocíamos, Davos, Harvard o la Conferencia de Primavera del FMI, volvía orgulloso, con bríos renovados, y nos pedía lo que piden los conversos: “un poco más”.

Convertimos ese ruego en credo y concedimos lo que nadie imaginó, lo que ningún vecino tuvo el tino: entregamos a nuestra madre energía. YPF. Fue en 1998. Estábamos fanatizados.

3 veranos más tarde y sólo 3, nuestro pueblo, que había pagado con esfuerzo inmenso su boleto de “ingreso al Primer Mundo”, estaba jugando a la Edad de las Cavernas. En cada pueblo y en cada punto de reunión, pero especialmente en Plaza de Mayo, donde el juego dejó un saldo de 39 muertos, aún impune.

Cuando los gases lacrimógenos de la Policía se disiparon y la sangre dejó de correr, desesperados, incrédulos, fuimos a preguntarles a los sumos sacerdotes (recordamos sus apellidos, aún fingen prestigio en algunos clubes) que nos habían iniciado en aquellos ritos cuál era el motivo de tan patético desenlace.

Las respuestas fueron cortantes y displicentes, y nos llegaron como un cachetazo. Pudimos percibir, entre líneas, la suficiencia del psicópata: “faltó profundidad en las reformas… se desmadró el gasto público… no hicimos todo el ajuste que necesitábamos… la política actuó con desprolijidad”.

Nuestros espíritus, que lloraban las mismas lágrimas de las Barbaritas hambrientas del prime time, no podían creer lo que oían: la receta nos había convertido en una bestia violenta y demencial y el motivo era la única mañana de una década en la que nos habíamos olvidado abdominales y sentadillas.

Hoy que el tiempo y la realidad sanaron aquellas úlceras, enfrentamos la tarea de entender por qué el diagnóstico que recibimos a la crisis económica, social e institucional más grave de nuestra historia fue una desordenada enumeración de tecnicismos berretas. Su cabal comprensión nos mantendrá inmunizados.

Desentendernos del asunto nos pondrá en rango de repetición.

La respuesta fue tecnocrática por que las recetas son el plan de acción de los tecnócratas. La receta que "desinteresadamente" nos vendieron ya tenía incorporado su diagnóstico, uno que no conocíamos, elaborado por una junta médica de la que nunca participamos. El Consenso era “de Washington”, lugar desde el que difícilmente se consiga una buena perspectiva de los problemas de Talampaya, Gobernador Gregores o Laguna Blanca. Ni siquiera un mapa.

Y lo más importante, nos negaron el debate para llegar al diagnóstico. Ninguneándolo, nos privaron de la política. Cancelando la discusión, nos negaron la democracia.

Ahora, que contamos con "el diario del lunes”, miramos lo que pasa alrededor y el deja vu es atronador. Y nosotros sus infelices debutantes: la tecnocracia le niega el debate a la Europa de la Austeridad. Izquierdas y derechas, socialistas y conservadores pelean por aplicar las mismas medidas. Sólo se discute el orden de prioridad o el largo del bisturí.

Por eso no es descabellado decir que el clivaje derecha - izquierda es obsoleto. Al menos para estos escenarios.

El poder ha cambiado su estrategia de ataque, y su desembarco en Normandía lo ejecuta un ejército de tecnócratas con recetas duras y excusas blandas.

Esos de un lado.

Y del otro?