Hoy proponemos como tesis que las construcciones y la
arquitectura gubernamental son una de las formas más irrefutables de caracterización
del perfil y de la genética de un gobierno pero también de eso que los alemanes
denominan zeitgeist, el clima de época.
Cada gobierno suele y puede ejecutar muchas obras en lo que
dura su administración. También recibe algunas inconclusas como herencia y deja
otras para que su corte de cinta lo realicen sus continuadores. Pero están, por
supuesto, esas obras a las que un gobierno y su líder le dedican un tiempo y
recursos especiales. Creen que son importantes y que debe garantizarse su
completamiento antes del final del mandato.
Y también hay otras que no revisten esa centralidad, y sin
embargo se convertirán, habitualmente gracias a la sarcasmo de los pueblos, en
el “elefante blanco de Fulano”, siendo Fulano un gobernante malogrado,
caracterizado como corrupto, o también uno con final trágico, que no atinó a
dejar tal o cual predio finalizado.
Pero no siempre esa Opus Magna, aquella a la que el Príncipe
aboca horas y sudor, es la que perdura y la que lo simboliza frente a las generaciones
siguientes. El pueblo y el tiempo suelen ser los dos fiscales más implacables en
el juicio de una época y a veces ocurre que el resultado es totalmente
contrario al esperado.
Esto no sólo vale para nuestro presente y para nuestro país,
podríamos pensar en otras geografías como el nazismo y la Berlín de Speer, o la San Petersburgo del zar
Pedro el Grande, o en otras escalas, como la Mar del Plata del intendente socialista
Bronzini. Como este blog pretende hablar de Argentina y de la actualidad, hacia
allí vamos.
La dictadura
Tomemos la dictadura militar que rigió a sangre y fuego los
destinos de los argentinos entre 1976 y 1983. Si tenemos que elegir su nave de
bandera es casi inevitable quedarnos con
la Autopista 25 de Mayo. En la medida que la analicemos, podremos ver con qué
potencia se expresa el ADN de la dictadura: para construirla el gobierno
expropió y demolió todo lo existente en la larga línea que va entre Liniers y
el bajo San Telmo, avasalladoramente, sin lugar para el reclamo ni el pidogancho.
Así, partió a la ciudad literalmente en dos. Un norte rico y
pujante que visita poco y nada lo que ocurre en un sur pauperizado e
invisibilizado. Los restos de esa demolición fueron arrojados al Río de la
Plata para formar lo que hoy se llama Reserva Ecológica.
Por esa autopista difícilmente viaja transporte público, no
fue pensada para que ni una vía férrea ni un colectivo la aprovechen (si bien
algunas líneas incluyen en su recorrido un ramal “rápido por autopista”, viajan
como uno más). Sólo viajan autos, autos que para estar ahí, pagaron el peaje.
Es decir, sólo la pueden usar aquellos que accedieron a ese umbral mínimo: un
pobre no sabe qué hay arriba de la autopista.
La autopista no puede disimular problemas de diseño: yendo
hacia el oeste, quien no se baje en Avenida Jujuy ya no podrá bajarse hasta
Alberdi, varios kilómetros más adelante. Una suerte de cárcel móvil de clases
medias.
Y para darle un último derechazo de volea a esta metáfora, la autopista 25 de mayo nace alegremente en el
mundial (la cancha de Vélez fue una de las dos sedes porteñas del mundial 78) y
tras muchos desatinos, termina muriendo en un Centro Clandestino de Detención, el
que años más tarde se identificó como Club Atlético, en Paseo Colón y
Cochabamba. La defensa descansa, su señoría.
La democracia alfonsinista
Es difícil decirlo, porque si bien la referencia más fuerte
al gobierno de Alfonsín pudo ser el juicio a las juntas, no hubo herencia
arquitectónica que la represente. Acá elegimos, arbitrarios como somos, el
Mercado Central de Buenos Aires. Ese intento trunco por domar a los oligopolios
dueños del bolsillo de los argentinos, ofreciendo un enclave desde el cual
conectar de la manera más directa posible a productores y consumidores. Intento
trunco, decíamos.
El Mercado Central terminó siendo un elefante blanco obsoleto y
anacrónico al que se enquistaron pequeños grupos cuyas actividades y objetivos podrían no ser del todo lícitos. Pregúntele el lector de estas crónicas al encargado del edificio, a la
mucama, al pobre que tenga a mano, si conoce, si alguna vez fue al Mercado Central. Dicen que es
una suerte de lugar maravilloso, con precios de fantasía. Del alfonsinismo
algunos dicen lo mismo. Sólo puede comprobarlo una clase media provista de un camionetita
y un sábado libre por mes.
Pero ahí estaba cuando llegó un secretario de
comercio kirchnerista para darlos vuelta.
El menemismo
El menemismo no hizo nada. Y sin embargo le aparecieron una
constelación de edificios en condominio, doques, veleros invaluables, anchas
avenidas, plazoletas y mujeres de tetas recreadas paseando costosas mascotas en
nuestra Little Miami, que nos haga olvidar por un rato el tremendo calor de
South Beach.
Para lo cual hubo que crear una corporación que se denominó Puerto
Madero, sin que uno sepa bien para qué arco patea. Eso sí, el diseño justo para
que sea el mercado quien asigne los recursos, en lugar del puto Estado.
Habría tanto para escribir sobre Puerto Madero, pero no sería escribir sobre el menemismo. O sí.
La alianza
Seguramente algún plan tenía esa gente tan ilustrada. No nos
creemos que hayan llegado hast
El kirchnerismo
Durante los primeros años de mandato de Néstor asaltaba en
nuestra redacción la idea de que podrían haber pasado los primeros cuatro años
sin siquiera señales de una construcción representativa. La perspectiva que le
pone el tiempo a la salida del infierno justifica esa ausencia. Nestor no tuvo
un minuto para pensar en grandezas. Y probablemente semejante idea no estuviese
en su ADN. Luego vino ella y quizás allí la cosa haya vuelto a sus carriles
típicos. Apareció Tecnópolis: primero una feria de fin de semana en los bosques
del feudo opositor porteño. Gracias a una oposición genial que creé que oponer
significa decir NO, Tecnópolis se convirtió en idea encarnizada de Cristina. Y
a los pocos meses tendríamos satélites y cohetes sobre piso de tierra.
Eso también es el kirchnerismo, negros choripaneros mirando
al cielo y rezando sus 20 verdades. En el conurbano, pero el conurbano primer
cordón, recuerdo que en sus comienzos, cuando estaba en construcción, para
meter un tornillo, una maqueta de un cohete o un tinglado completo, había que
hablar por teléfono con un veintiúnico tipo que te habilitaba a acceder. Eso
era el kirchnerismo, un club de pocos.
Luego la sensación de lo efímero de desvaneció, la idea del Parque del Bicentenario prendió y el piso de
tierra con piedra encima para no embarrarse se convirtió en una citadella
amplia y abierta en la que abrevan familias, escuelas, skaters, rapperos,
seminarios de filosofía y partidos de tenis de la Davis. La combinación del
denigratorio “Negrópolis”, ese maravilloso “vivaelcancer” de nuestra época, y
los millones de personas que la visitan cada año son, quizás, su mejor definición: millones de negros
nuestros, sanos, regordetes, felices de hacer la cola para entrar en la Cámara
del Agua a hacer quién sabe qué.
En Tecnópolis hay ciencia, hay tecnología, hay
entretenimiento, hay consumo y, razonablemente, no hay industria, no hay UIA,
no hay ADIMRA, no hay SMATA. Eso también son estos últimos años en los que
supimos preocuparnos por todo, excepto por lo más importante. En los que
recurrimos a la fórmula del consumo cuyos efectos mágicos aparecen atenuados.
…
Quizás lo que viene sea una continuación virtuosa y
expansiva de lo que falta. O quizás debamos conformarnos con dos, tres, cientos
de Estadios Únicos de La Plata.
1 comentario:
Muy bueno El Centro Cultural Kirchner creo que también será un hito
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