Si alguna vez he cantao
ante panzudos patrones,
he picaneao las razones
profundas del pobrerío.
Yo no traiciono a los míos
por palmas ni patacones.
Atahualpa Yupanqui
En pocos días se cumplirán 7 meses del mandato de Joaquim
Levy como ministro de economía de Brasil, que partió con el segundo mandato presidencial
de Dilma Rousseff en 2015.
El nombramiento fue controvertido ya que Levy nunca dio
señales de un discurso popular y en todo caso heterodoxo, más natural al sesgo ideológico del PT. Pör el contrario, es un economista tradicional de los sectores neoliberales,
con un currículum que lo muestra abrevando en el FMI y en el gobierno de
Fernando Henrique en los 90 y en la gestión privada (Bradesco, uno de los bancos más grandes de Brasil) en la primera década de este milenio.
En estos siete meses ya se pueden observar algunos
resultados del conjunto de medidas que impuso desde enero. Veamos:
- La inflación, que ya era una preocupación sobre el final del año pasado porque en lugar de pegar en el centro de la banda deseable apuntaba al techo, en lugar de bajar subió: de 6.4% en 2014 a 8.9% anualizada este pasado junio. Recordemos que el plan económico brasileño fue diseñado sobre las denominadas "metas de inflación".
- So excusa de bajarla, este centurión de los mercados recurrió a la tradicional receta de la suba de tipos de interés: en términos reales (neteada de inflación) la tasa proyectada 2016 se ubica en 9% anual, la mais grande do mundo (como mal-hablamos por acá).
- No es gratis, los intereses emergentes de la deuda pública brasileña crecieron hasta representar el 7.5% de su PBI: hablamos de transferencia de renta desde el mercado real al mercado financiero. Adivine quién gana.
- El déficit fiscal, ese cuco con el que los mercados mantienen a raya los deseos de expansión y desarrollo de países periféricos, creció del 6,2 al 6,4% en el año, es decir que este doctor del equilibrio económico ni siquiera está haciendo bien lo que se supone es su especialidad
- Por supuesto que el corte recesivo de las medidas ya empieza a surtir serio efecto en la economía del país vecino: la estimación es que el ajuste le mochará dos puntos al crecimiento (?) del PBI; nunca en los últimos 90 años Brasil tuvo dos años consecutivos de caída del PBI.
- Los medios amigos de las corporaciones juegan al cinismo: Valor (un análogo de nuestro Cronista) tituló “La caída de ingresos impide el superávit” desentendiéndose de la relación causa-efecto entre ambas; el Estadao por su parte : “La profundidad de la crisis sorprende”
- Y, finalmente, el que sufre es el mercado de trabajo: 111 mil empleos destruidos sólo en junio y el salario medio corriendo 2% detrás de la inflación.
De insistir en este sendero de fracasos, el perjuicio no
sólo recaerá sobre la persona de Dilma Rousseff, sino también sobre todo el
Partido dos Trabalhadores y en particular sobre su máximo líder Lula, que podría ver diluírse su proyecto presidencial 2018.
Y
significará un seguro corrimiento de poder político brasileño hacia la derecha.
No termina ahí: la tecnocracia neoliberal es experta en eso de encontrar la paja en el plan económico ajeno. Demostrarán que Levy falló por timidez, por falta de audacia. Y ese argumento será el gatillo para aplicar un ajuste regresivo desaforado y en toda la línea.
Como corolario de la revancha hegemónica del poder oligopólico
brasileño Dilma habrá aprendido una lección ya inútil y anacrónica: nunca gana
la izquierda cuando ejerce el rol asignado a la derecha (algo del estilo intuímos para Tsipras, en la península helénica).
No hay que preocuparse por Levy: encontrará, más temprano
que tarde, el sentido de giro de la puerta giratoria que lo deposite en algún refugio
seguro y bien remunerado del establishment.
Y el que pagará los platos rotos será, otra vez, el pueblo brasileño.
1 comentario:
Excelente, Don Contradicto, abrazos!
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