sábado, 27 de febrero de 2016

Mi enfermedad


En ambos extremos del espectro ideológico y a lo largo de siglos historia, las dos ideologías que marcaron nuestro pasado mostraron que ninguna de ambas pudo auto-inmunizarse de su propio síndrome crónico.

Por un lado, el Capitalismo no pudo (cuando uno observa el desinterés por la equidad entre los ganadores permanentes del sistema podríamos decir “ni quiso” ) encontrar la vacuna contra la CONCENTRACIÓN, ese proceso irreversible que un tal Jesucristo hace 2 milenios dejó planteado en el Dilema de San Mateo: “Porque al que tiene mucho se le dará más y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, aún lo poco que tiene le será arrebatado”.

Siglos más tarde, del otro lado del mostrador y con un valiosísimo aporte intelectual, el marxismo aportó una respuesta radical: forzar la distribución manu militari, sin importar los muertos que quedaran en el camino. No sólo la experiencia de la Unión Soviética, pero sí la más contundente, demostró que el dilema no tenía una solución tan sencilla: la anulación radical de la individualidad capitalistas significó al mismo tiempo la anulación casí definitiva del INCENTIVO.

En el largo plazo, la búsqueda de mejoras vía creatividad e innovación, por ejemplo, rezagaron la economía soviética y para 1989 era simplemente inviable seguir adelante. Algo de eso aprendieron las economías socialistas que resisten desde entonces, empezando por China.

Todavía no está claro para la intelectualidad central, que quedó entre los fuegos del mundo profundamente polarizado en el que esa dialéctica ocurría, pero la tercera alternativa hizo su aparición por estas pampas sudamericanas.

Nuestro populismo progresista y latinoamericano, que tuvo apariciones esporádicas y fugaces a lo largo del siglo pasado, se consolidó en varios de nuestros países en los últimos quince años.

Buscando retener lo mejor de las ideologías precedentes, los populismos latinoamericanos pusieron énfasis en ecualizar sociedades que estaban entre las más desiguales del planeta. Ocurrieron estatizaciones de empresas clave (la YPF Argentina o la Sidor de Venezuela por caso), regulaciones respecto de la soberanía de determinados recursos, etc. Pero en ningún caso se amenazó la iniciativa privada como componente central del desarrollo económico.

Si pensábamos que en este punto intermedio, mucho Estado para regular, y mucho incentivo para promover, habíamos encontrado la fórmula adecuada, les traemos malas noticias: el populismo latinoamericano no es la excepción y lleva inscripta en su ADN su propia enfermedad congénita. Y al parecer insalvable.

Veamos.

Hemos tomado importantes fracciones de los sectores más humildes de nuestra población, aquellos que sufrieron de la peor manera la ola neoliberal de los 90, los piqueteros, los desocupados, los que comían de las bolsas de basura, los invisibilizados y así, en multitudes, los subimos a esa cinta transportadora llamada Estado, que nos entregaron desvencijada casi destruida, y allí hicimos por ellos lo que humanamente debíamos hacer. Les dimos el plato de comida de hoy sin preguntarle filiación ni sexo ni raza y pronto también les garantizamos el plato de mañana… el de pasado y el del futuro.

Cuando tenían la panza llena y la certeza de que eso se quedaba, aparecieron las demandas de segundo orden. Los vestimos, y en varios casos los ayudamos a tener su techo. Nos preocupó también la educación y la salud de los pibes. Mientras nuestros maestros enseñaban, nosotros íbamos aprendiendo muchas cosas. Desde recuperar la salud bucal hasta ayudarlos a completar sueños truncos que el dios finanzas les había quitado.

La cinta transportadora, empujada por el sudor de las mayorías y con una enorme cantidad de errores, hizo un gran trabajo y durante década y media transportó a nuestros hermanos a lugares que muchos de ellos, especialmente los más jóvenes, nunca habían visto. Eso significó smartphones, motitos, tecnología, el primer auto, vacaciones, sueños.

Los indigentes eran cada vez menos, al igual que los pobres. Y la cinta transportadora estaba cada día en mejores condiciones, con mayor potencia para transportar mayores multitudes a planos cada vez más altos.

Pero nadie preguntó qué pasaba allá arriba, al final del recorrido. Y lo que pasaba era que nuestros compatriotas iban dejando la cinta llamada Estado e iban cayendo, suave, relajadamente en un repositorio, una tolva llamada Mercado. Con su música estrepitosa, sus luces fulgurantes y la insoslayable seducción de sus objetos, el Mercado capturó y monopolizó la atención de los que llegaban. Modificó subliminalmente sus intereses, enredó, tergiversó, en pocas palabras confundió.

Pasó en Argentina. Y está pasando en todos los demás procesos que nos acompañaron en el viaje. Este blog no ofrece recetas ni tiene respuestas, pero alerta a quienes quieran escucharlo que esa es una lección que no debemos olvidar. Radicalizarse y encarnizarse con nuestros hermanos será un error imperdonable: la misma fraternidad que marcó el proceso de inclusión con equidad debe ser el sustrato en el que quienes disfrutan las mieles del Mercado entienden claramente quién es el adversario.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿La tercera sección electoral dejó de votar al peronismo: 47 % en las PASO, ¡44% en la primera vuelta! y 58 % RECIEN EN EL BALOTAJE CONTRA 62 % DE CRISTINA EN EL 2011 porque está "demasiado bien"? ¿Se perdió POR EXCESO DE JUSTICIALISMO en los últimos cuatro años? Por favor. Las cosas que hay que leer.

Mariano T. dijo...

No comparemos la catástrofe de Sidor con el YPF de Galluccio, que consus limitaciones está en pie y hasta avanzando un poquito.

qcancionq dijo...

, tal vez se olvidaron de darle de comer a varios, tal es asi, q se murieron de hambre, el populismo duro mientras hubo guita. alguien tiene q laburar si todos viven del estado es dificil q aguante