domingo, 25 de diciembre de 2016

Tornillos sueltos



Qué es ese ruido? Qué es lo que está fallando?

Parece la correa de distribución. Pero no. Lo que está fallando es ese proyecto de izquierda progresista moderada filo-liberal, formateado a la sombra de El Fin de la Historia fukuyámico, en el que democracia y capitalismo se casan y viven felices para siempre, con pequeños ajustes en la tornillería, cambio de foquitos quemados y cambio de filtros cada 10mil kilómetros.

Esos ruidos y chirridos que se escuchan en las grandes democracias occidentales señalan que hay un daño mayor y que difícilmente podamos mantener la velocidad y el rumbo como si nada hubiese ocurrido.

Y, como suele ocurrir, cuando vamos a chequear los desperfectos confundimos síntomas por enfermedades. El problema para la izquierda progresista moderada parece ser Trump. El problema parece ser el UKIP británico. O el problema es la franchuta Le Pen. O el triunfo de la ultraderecha en Austria.

Son todos síntomas, pero ahí no está la enfermedad. El problema no está en las poleas ni en las correas de transmisión, que en esencia transmiten los daños y meten ruido.

El problema está en que las izquierdas progresistas moderadas que se autoproclamaban motores del proyecto, han sido intervenidas, cooptadas, infiltradas por un aceite trucho que les vendió el poder financiero en Wall Street. Ese aceite con alto nivel de acidez picó las piezas, las oxidó y las estropeó. El daño parece irreversible.

Así, las izquierdas progres moderadas propulsoras de ese modelo de convivencia pacífica terminaron imponiendo una agenda tan pero tan parecida a la de sus antagonistas que las diferencias sólo son perceptibles bajo el microscopio.

España no puede no gustarnos como ejemplo atroz. Veamos.

La diferencia ideológica entre el derechoso Partido Popular y el izquierdoso Partido Socialista Obrero Español es tan nimia que casi con naturalidad surgieron en sus extremos exteriores, expresiones que tratan de recrear una izquierda real (Podemos) y una derecha real (Ciudadanos). Notablemente, para consolidar el diagnóstico, la probabilidad de que un caso de corrupción financiera de los más graves y obscenos de la historia peninsular reciente, pueda corresponder a actores del PP (supondríamos a la derecha más amiga del poder financiero corruptor) o a actores del PSOE depende de la caída de una moneda.

Por caso el escándalo de las tarjetas negras de Bankia ensucia a Rodrigo Rato, miembro del PP y amigo de nuestro DeLaRua, mientras que casos como el Filesa o el AVE se asocian al PSOE. Y no alcanzan los dedos de las manos para enumerar casos de corrupción en autonomías y ayuntamientos en los que, a poco de tirar de la cuerda, uno termina encontrando miembros regionales de ambos partidos, hundidos en la mierda.

No es un accidente: el establishment mundial tuvo capacidad para infiltrar y dominar a los partidos del poder a escala global. También en Argentina. 

El menemismo no sería concebible sin la híper del 89, pero no sería posible sin personajes como Manzano, como Grosso, como Bauzá. Piezas de un motor partidario que fueron lubricadas con aceite de negocios fáciles y diezmos interminables.

Es en circunstancias como estas en las que se percibe y se diferencia con claridad a los verdaderos mecánicos de los chantapufis. Los mecánicos se toman su tiempo, analizan y tratan de llegar directo a la causa raíz del problema. Los chantapufis sólo te cambian lo que está roto y te mandan a casa, esperando que vuelvas dentro de un ciclo electoral para ofrecerte un repuesto igual al anterior, pero más caro, porque "este es alemán".

Trump es el síntoma. La causa raíz del problema es el titiritero Wall Street controlando desde las sombras los hilos de Hillary.

La contaminación financiera ácida que afecta al lubricante es silenciosa y opera solapadamente. Pocos actores a nivel internacional la han identificado y su prédica es, por supuesto, limitada. No alcanzarán 20 asambleas en Puerta del Sol, ni cien acampes en Occupy Wall Street, ni mil primaveras árabes: la diseminación de la falla es sutil y los medios de comunicación que deberían alertarnos son controlados por el vendedor del aceite. Cuando alguien rompe el molde, siempre hay una embajada de Ecuador para encarcerlarlo.

En nuestro camino a una inédita re-nacionalización, esta vez paradójicamente globalizada y con conflicto en ciernes entre China y EEUU, quedan todavía muchas cosas por romper.

Y por casa?

La descripción previa tiene tantos puntos de contacto con el escenario político local como grados de libre albedrío. Por ejemplo confirmemos que el gobierno de Macri es síntoma y no enfermedad: está allí por razones que lo trascienden y que no puede manejar, aún cuando algunos de sus protagonistas centrales no pueda disimular un cierto grado de soberbia y hasta escriban libros sobre la épica que significó ganarle al peronismo en elecciones limpias.

Aún más: los analistas medio pelo dicen que, inversamente a lo esperado, al gobierno le va mejor en política que en economía (una zoncera para coleccionar, pero usemosla también para poner ladrillos). Se debe a razones que son hijas del triunfo electoral.

Obtienen leyes que jamás hubieran imaginado negociar. Si suponen que se debe a sus capacidades artesanales en el Congreso se equivocan. La oposición realmente existente quedó congelada en un manequin challenge en el que ningún actor, ni siquiera CFK (mal que les pese a los troskirchneristas), tiene capacidad de juego sin que cada movimiento propio signifique entregar fichas al adversario: un loose-loose que ya lleva un año y que sólo podría disiparse con la potencia de las urnas (el potencial utilizado adrede: también podría ocurrir que las urnas del 2017 no digan nada sustancial al corpus peronista, y la letanía permanezca y viabilice un segundo mandato del peor gobierno de nuestra joven democracia, Dios nos guarde).

Que Macri es el síntoma, repetimos, habilita la analogía con nuestra primera descripción. Pero termina allí.

El kirchnerismo no fue esa izquierda progre moderada a la que se le caen los papeles del discurso y cuando los levanta, sólo leé notas al pie llenas de neoliberalismo. El kirchnerismo fue una izquierda populista inmoderada, ambiciosa y justa, pero provinciana y miope. A la que le sobró coraje para dar batallas innecesarias y le faltó excel para garantizarse supervivencia. 

Jugó un juego que entendió a medias. Y, en rigor, le fue bastante bien. Hasta perder por primera vez en la historia democrática con la derecha rancia en las urnas. También pueden vanagloriarse de eso si quieren.

Valiente y mezquina al mismo tiempo. Tanto, que su mezquindad la encerró en su propia isla y que su valentía la hizo quemar las naves, para luego nunca más poder salir a la mar.

La clave reside, insistimos, en dejar de preocuparse por los síntomas. Y atacar la enfermedad. Que no afecta ni al macrismo, ni a sus votantes, ni a sus aliados circunstanciales: afecta al peronismo. Mirarnos al espejo, explorar, entender y reconocer la derrota, y convertirla en victoria y en el plano secreto que nos lleve de vuelta al poder.


Está todo ahí, dicho y escrito. Sólo se requiere dejar de fungir colectivos, proyectos que son personales, reconocernos genuinamente en los pobres y los olvidados que decimos representar y bajar la cabeza y volver a tender lazos de franqueza y humildad con la sociedad. Que, como la vieja, siempre nos está esperando.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"... un loose-loose que ..." -> Error. Es "... un lose-lose que ..."

Comandante Cansado dijo...

Me gustó. Bien escrito (más allá del error en inglés :) ).