Lo que más me gustaba del Viejo era su risa. Estentórea. Pícara. Singular. Festejaba cualquier chanza de una manera única.
Pero al tiempo me di cuenta que lo que en realidad me atrapaba era su sentido del humor. Y que su risa era sólo el diagnóstico. Su verdadero mal (bien) era, sin duda, su sentido del humor. Se reía de todo y de todos. De propios y ajenos.
Disfrutaba como nadie el comentario socarrón y malicioso hecho al oído, en voz baja. En una reunión de blogueros escabechada en alcohol o en un pomposo acto de asunción de un funcionario amigo.
Venía, como todos, asqueado de testificar como otros manoseaban la pizza y volcaban el champán.
Y, naturalmente, se entregó, manso, a esta primavera orgiástica de populismo mal arreado que arrancó en 2003. Aprovechó para saldar una moratoria de risas que traía de muy atrás. Y le alcanzaron los palos que desde hace algunos años les fuimos deslizando en el orto a los amos y señores de este país, que hasta entonces hubieran jurado que tenían a la democracia bien agarrada de las pelotas. Eso lo divertía mucho. También los escotes abundantes y los tintos con cuerpo.
Tenía, dije, el tesoro que a mí más me gusta encontrar en una persona: sentido del humor. Ese que permite que las victorias se valoren sin grandilocuencias y las derrotas se limiten a su verdadera dimensión.
Tenía, dije, el tesoro que a mí más me gusta encontrar en una persona: sentido del humor. Ese que permite que las victorias se valoren sin grandilocuencias y las derrotas se limiten a su verdadera dimensión.
Y que nos hace darnos cuenta, además, que esta película tiene un final inexorable.
Su sentido del humor era la punta de ese iceberg de inteligencia azul y profunda. Hacía juego con su bonhomía, verde y fresca, como campo de abril.
Decidió irse antes de que la peli llegara al final.
Nosotros decidimos quedarnos, pobres inocentes, para ver cómo termina.
Acá estamos. Apretando los dientes. Los puños crispados.
Eso.
Pero ya nos falta su risa.
Su sentido del humor era la punta de ese iceberg de inteligencia azul y profunda. Hacía juego con su bonhomía, verde y fresca, como campo de abril.
Decidió irse antes de que la peli llegara al final.
Nosotros decidimos quedarnos, pobres inocentes, para ver cómo termina.
Acá estamos. Apretando los dientes. Los puños crispados.
Eso.
Pero ya nos falta su risa.
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10 comentarios:
Contradicto, esa inteligencia y ese sentido del humor se vislumbraban en sus comentarios y notas y es algo que me entristecio a mi, que ni lo conoci personalmente, ni siquiera soy de la misma ciudad, ni siquiera soy peronista, ni siquiera coincidi con sus comentarios siempre.
Pero se veia que era alguien necesario para construir una sociedad mejor.
Al igual que vos y Mariano.
Lo recuerdo asi ,como vos decis.
Abrazo a los cartoneros.
Que bueno que vuelvan. Hacen falta, y la carcajada, de fondo, siempre
Un abrazo, acá estamos
Hermosa sintesis de un gran hombre.abrazo.Juan
No por lugar comun es menos cierto. Tanta basura vivita y jodiendo y alguien asi no está.
abrazos
No tuvimos oportunidad de conocernos. Tan solo por sus escritos y opiniones.
Me causa una gran pena y montones de preguntas. Y surge de repente la palabra dignidad.
Muchachos, como digo siempre, el sol aún no se a puesto por última vez; hay que seguir.
Abrazo.
Gracias por compartir esto Contradicto, y por seguir con el blog.
Ese hombre tiene que haber hecho algo bien, muy bien, para haber dejado semejante imagen entre los suyos. Si yo pudiera estar seguro de que me recordarán así después de que me haya ido, ya tendría una parte de felicidad ganada. Un abrazo y adelante, muchachos.
Así es, Contra. El kioslo del Cani se alegra de verlos pasar con el carrito, nuevamente
sólo conocí sus escritos,los que disfrutaba mucho leer. Lamento la pérdida de gente como Andres. Decirles que todos me acompañan a la distancia, ánimo cartoneros y a seguir caminando que no están solos!! Azulsureña
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