
Tres pibas, ninguna todavía cumplió los 15. Una es hija del Cartonero que suscribe. Las llevo en mi carro cartonero a un cumple nocturno, que es lejos. Voy en silencio, tratando de que mis palabras no interrumpan la conversación ni generen timidez. Que se confíen y hablen. Las tres están empezando segundo año en un colegio universitario, de esos que dos por tres son noticia por una toma, una sentada o un quilombo entre el centro de estudiantes y el rector. Un colegio como a mí me gusta.
La charla pasa por varios tópicos, sueltos, inconexos, volátiles. Ropa. Moda. Profesoras mal cogidas. Compañeritas que tuvieron problemas. De chicos no se habla, está papá en el auto.
No sé ni cuándo ni de qué manera, la charla cae en la política. Una de ellas dice que no es kirchnerista, pero que “los apoya”. Otra dice que lo que la tiene cansada son los del peó. “Qué es el peó?” pregunta la tercera, algo más caída del catre. “Los trotskistas, el partido obrero, el XXX (acá la sigla de una organización estudiantil que no recuerdo).” “Ah, sí, son unos pesados. Re-prepotentes. Hablan ellos y no dejan hablar a nadie” “Sí, se creen que siempre tienen razón y después de hablar un rato se están peleando por lo que dijeron hace 5 minutos”. “Insoportables” agrega la segunda.
Pongo las balizas porque justo llegamos. “Es acá, chicas” “Buenísimo, me das plata, pa?” “Uy, ahí viene Vicky, mirá los zapatos que se puso” “Sí, nosotras estamos re-crotas, boluda!”.
Pongo primera y huyo horrorizado de semejante nivel conciencia política.
35 años.
Gracias Madres. Gracias Abuelas. Gracias Néstor. Gracias Raúl Ricardo. Gracias Chacho. Gracias Lanata el Anterior. Gracias Todos.
Gracias país.
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