domingo, 6 de enero de 2013

Benicio en La Pradera


En este lugar de Siboney, barrio occidental de La Habana, apacible y solariego, deliberadamente diseñado para parecerse más a un hotel de jubilados que a un hospital de alta complejidad, rankeado entre los más exitosos del mundo en materia de tratamientos de enfermedades de tres tipos: discapacidades, oncologías y patologías complejas de la niñez, está internado hace algunas semanas Benicio.

Benicio es un joven venezolano oriundo del estado Amazonas, seguramente la región más alejada y más relegada de ese país, y pertenece a la etnia Yanomami. Siempre tuvo natural facilidad para trabajar con el ganado y fue conchabado sin contrato y por un salario muy pobre para trabajar en una gran hacienda de la zona.

En su tarea tuvo un accidente con su caballo, que cayó encima de él tras pisar un pozo. Para su patrón, el hacendado venezolano, esta noticia no pasó de un trastorno de fácil y expeditiva solución: sacrificar al caballo y abandonar en el hospital más cercano a quien ahora era su ex empleado.

Para Benicio la cosa fue mucho más difícil: siendo aborigen, pobre, analfabeto y ahora en el borde de la discapacidad, se entregó mansamente al sistema de salud pública venezolana. La prótesis que pondría fin a su drama costaba en Venezuela lo que Benicio hubiera tardado cuatro años en juntar con el salario, por ponerle un nombre, de su último trabajo.

Un equipo que trabaja en el Convenio de Cooperación para Atención Médica a Pacientes Especiales entre Cuba y Venezuela identificó el caso de Benicio, cuya única obligación a partir de ese momento fue la de elegir un acompañante tiempo completo que viaje con él a La Habana para su cirugía pero fundamentalmente un largo y complejo tratamiento pos-operatorio para que vuelva a caminar. Por supuesto que Benicio eligió a su fiel compañera y juntos, sin poner un solo bolívar y con las esperanzas renacidas, subieron a un avión camino a esa isla que sufre bloqueo hace 50 años pero que reboza solidaridad con sus hermanos latinoamericanos.

Benicio, casi sin saberlo, junto a otros 27 mil compatriotas pasó a formar parte del Convenio. Ya está operado. Y puede ponerse de pie por sus propios medios. Pero todavía no camina. Richard, un kinesiólogo cubano lo sigue como a su propia sombra entre las 8 de la mañana y las 3 de la tarde.

Benicio tiene todavía un largo y difícil trabajo por delante, pero como dice Richard, depende exclusivamente de él.

Benicio todavía está buscando a quién agradecerle.

Quizás porque Benicio no sepa que en ese mismo hospital, no lejos de allí, pelea valientemente contra el cáncer y contra la muerte un hombre que no lo conoce, pero que es gran responsable de sus próximos pasos y de su dignidad Yanomami resurrecta.

1 comentario:

Musgrave dijo...

clap, clap, clap

Me imagino que el caso de Yanomami es contado en heavy rotation por todos los medios independientes venezolanos y argentinos, no?
ah, no pará.