Uniendo Bariloche con San Antonio Oeste, en la provincia de
Río Negro, se extiende un viejo camino, una ruta, que atraviesa la Patagonia en
su sobria e inmutable belleza.
Esta región, que bien pudo ser una de aquellas de las que el
Payador Perseguido aseguraba que “Dios por aquí… no pasó”, se ha hecho conocida
como Línea Sur. Seguramente porque ese era el nombre de la más sureña vía férrea
regular que supo tener nuestro país en otros años felices. Para llegar a Bariloche en tren debía usarse la este ramal de la línea Roca,
cruzando parajes solitarios y rincones únicos, de nombres ignotos (quién escuchó hablar de Sierra Colorada, Los Menucos, Aguada de Guerra, Maquinchao, Ingeniero
Jacobacci, Comallo, Pilcaniyeu?). Seguramente conocimos o alguna vez daremos con
un viejo que nos cuente las interminables jornadas para llegar a la cordillera
atravesando esa estepa que despierta la curiosidad de gringos de fortuna y directores de
cine.
Aunque para el ojo urbano parezcan todos iguales, cada
uno de esos pueblos tiene sus particularidades, su liturgia y sus propios cuadernos de bitácora. Pueblos a los que la frase “ramal que para, ramal que
cierra” les significó un cuchillazo artero en su horizonte. Pueblos en los que todavía
pueden verse, acodados en los estaños de las últimas pulperías genuinas, apurando su caña o su ginebra, arrieros y manseros. Gente de pocas palabras, porque las valora en todo su peso, que cuando te anticipan que te cuides porque “hace fresco”, te hablan de 25 o 30 bajo cero.
Como una bendición, se está terminando de asfaltar la Ruta
23, que durante largas décadas fue el único camino de tierra apto para moverse a cerrar
un negocio, comprar una “chata” o, sencillamente, salvar una vida.
La estepa no tiene el encanto de los lagos verdeazules o el
glamour de los deportes invernales, pero para quien sabe buscar, mantiene
escondidas perlas que valen el esfuerzo, sea un cordero entre paisanos o un
arroyo que llena de vida verde intensa todo lo que toca o una mujer que nos abre la puerta de su casa para convidarnos unas tortas fritas.
Eso sí, ahora tenemos la oportunidad de conocer y probar una mínima muestra de los
frutos del esfuerzo de sus trabajadoras y artesanos. En el cruce de la
ruta de entrada a Bariloche, la ex 237, y el nacimiento de la 23 se levanta Quimey
Piuké, el Mercado de la Estepa, un emprendimiento cooperativo para que
artesanos y artesanas de las comunidades de la Línea Sur acerquen sus productos a la ciudad.
Como es usual en estos pagos, con más voluntad que recursos y más solidaridad que apoyo, distintas
cooperativas de trabajo de los parajes de la Línea Sur ofertan y venden sus
variados productos en este lugar. Por ser un emprendimiento entre cooperativas, humilde y sensible a gastos fijos y a compromisos que no garantice cumplir, el Mercado es atendido por sus miembros, que se arriman desde sus parajes y apeaderos en turnos rotativos semanales (con comodidades para comer y dormir en el lugar). Con su paciencia y amabilidad proverbial atienden al público. Los que viven más
lejos, por ejemplo los ceramistas de Valcheta, rotan con menor frecuencia, y los que están más cerca, las tejedoras de Pilca, aparecen más
seguido.
El Ministerio de Desarrollo Social de la Nación ha arrimado
recursos para acompañar este esfuerzo, siempre minúsculos frente a la
magnitud del esfuerzo y las necesidades de estos compatriotas y frente a su potencial como articulador económico y social.
Vaya a conocerlo.
Vaya a comprar.
Vaya a conversar.
Vaya a tomar mate.
Vaya a escuchar sus silencios.
Sus sonoros silencios.
Es otra forma de hacer patria.
2 comentarios:
Este formato en apariencia más moderno es una cagada,con perdón del vocabulario, ya lo probaron otros y volvieron al tradicional. No por viejo conservador lo digo, además de que no me gusta, rompe con los links de las otras lecturas que serían imposible de encontrar sin ese sistema de recomendación en recomendación de otros blogs, que es así como se llega a muy buenos blogs como el suyo y otros. Saludos
Sus demandas, poli, cuántos votos representan?
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