He estado hablando con Satanás. Sí, leyó bien, con el diablo. En estos últimos
días.
Buen tipo, amable, detallista y hasta racional, sin por eso dejar de ser irónico y corrosivo.
Buen tipo, amable, detallista y hasta racional, sin por eso dejar de ser irónico y corrosivo.
Se trata de deshacerse de los prejuicios. De sacarse de la
mochila unos dos mil años de injurias, rumores y acusaciones. Una vez que podés
con eso, podríamos decir que estás listo para una charla despojada y franca con Mefisto. No
inocente de chicanas, guiños y espirales ascendentes de inteligencia, moderadamente sazonada con cultura, humor y años. Que el diablo sabe por diablo...
Es un placer hablar con él. Como en las charlas con los ancianos sabios, uno se embarca en ese paseo maravilloso y humano en el que suele convertirse, cuando lo dejamos, al diálogo. Cuando los celulares se callan y las agendas se cierran.
Paradójicamente y contra todos los pronósticos, gracias a la permanente
y firme campaña de la que es objeto de parte de los últimos, digamos, 265 Papas, hablar con Satanás es muy fácil.
Sucede que hace muchos siglos que sus antiguos compinches de aventuras,
sus amigos, se fueron alejando, muriendo quizás, y hoy está bastante solo. Por
lo tanto, premia con interesantes anécdotas y agradece con dones infernales menores cuando
encuentra alguien que le dedique un buen rato en una charla amena.
Hace mucho, me cuenta, que no lo ve al Viejo. Dice que eso,
que está muy viejo. Que perdió los reflejos de juventud y que la calidad de los
milagros se le ha ido deteriorando. Le respondo que lo mismo se siente en la Tierra, todos los días.
Y me secretea que el Viejo, sin llegar a vanidoso por
supuesto, era un poquito presumido con eso de los milagros. No terminaba de inventar uno nuevo y, más temprano que tarde, se lo escuchaba golpeando las puertas
del infierno al grito de “Lucifer, Lucifer! Mirá lo que preparé!!” No podía
dominar esa fanfarronería. Y al Diablo lo cansaba.
Dicen que ahora está bastante sordo y que le cuesta dominar
un temblor permanente en la mano derecha. Esa con la que en los viejos tiempos se cobraba
diluvios universales, siete plagas o la apertura del Mar Rojo.
Del diablo no se puede decir lo mismo. Maduro, sobrio y
agudo, parece estar en su mejor momento. Me cuenta que le encanta el tango. Y
que el único lugar en el que le gusta bailarlo es en Buenos Aires. A veces, con
elegante discreción, hace su entrada en alguna milonga arrabalera y tratando de pasar
desapercibido, camina suavemente de mesa en mesa. Hasta que, por fin, le echa el
ojo a alguna francesita, brasileña o japonesa de ocasión que, por supuesto,
difícilmente cede a la tentación de bailar Bahía Blanca con él, que solo lo admite en la versión original de Di Sarli. Un "viejo zorro" se le escapa en voz alta cuando menciono el apellido.
Nada tiene que temer nuestra protagonista de ocasión en los
brazos del señor de la oscuridad. El diablo es, ante todo, un caballero, y no necesita
aprovecharse de la inocencia de la dama, que solo sospechará que ha abrazado al
Mal después de haber sentido que el tango que bailaron pareció el primero.
Y se
sintió como el último.
Si ella lo desea, como ocurre siempre en estos casos, lo
arrastrará a su alcoba. El Diablo, respetuoso tenaz del libre albedrío, no provoca nada. Y, por supuesto, no me cuenta los detalles.
El diablo creé que, en nuestra imperfección cotidiana, somos
criaturas perfectas. Le respondo que ahí concidimos.
El diablo aprovecha ese sutil momento de comunión y va más
allá: me dice que, en el largo plazo, confía en el éxito del hombre, de la humanidad.
La magia se
rompe cuando yo le digo que no estoy tan seguro.
3 comentarios:
Muy bueno.
Relacionado con:
Eludiendo a la parca. <=Clic
Brilante, Contradicto, en su mejor registro.
El diablo - que ante todo es un "Angel" - es el mejor amigo de los hombres, y aquí discrepo con el párrafo final.
El diablo, a diferencia de otros personajes, más encumbrados y con mejor prensa, sabe de nuestras imperfecciones, las comprende y las perdona.
Un abrazo
Gran trabajo. Todo un gusto leerte.
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