Pongamos que se llama Claudia.
Por supuesto que no.
Pero no importa.
Es dueña de un pasado inquietante, oscuro.
Claudia fue criada por su papá. Construyeron una relación
sólida, amable.
Pero cuando este ya está en la agonía de su lecho de muerte,
con voz segura pero temblorosa le dice
– Claudia, vos no sos mi hija. Sos hija de Fulano…
– Cómo?! Papá, si Fulano fue durante años tu mejor amigo!...
– Sí, en efecto, pero compartíamos voluntariamente a tu madre.
– Papá, es difícil creerte.
– Es así, Claudia. Y aún así, yo te amo como a nada en el
mundo.
– Papá, yo también.
dice ella, minutos antes de que el muera. Por la madre no pregunten. Desapareció
muchos años atrás, poco después de destetarla.
Entonces Claudia decide ir al reencuentro de su terrible pasado.
En el que sólo fue respetada y valorada por ese enorme y
querido cuasi padre.
Todo el resto de aquella familia ejerciendo, durante su
infancia, las vilezas más detestables sobre aquella rubiecita ojos
celestes, tan físicamente distinta de su padre. Tan moralmente igual.
Violencia moral, represión, denigraciones, incluso tremendas
golpizas producto de una maldad anclada en las profundidades del odio y la envidia de sus pares a un hombre distinto, a un hombre mejor que el resto. Eso fue lo que aquella
familia ejerció cada vez que pudo.
Por ejemplo cuando el cayó enfermo. Y pasó dos
años internado en un hospital.
Recuerda a sus abuelos, sus familiares, sus tíos, llevándosela a provincia, dejándola durante días al amparo de familias
desconocidas, seleccionadas, de fortuna, buscando que se encariñen con ella.
Y que la compraran a buen precio.
En aquellas golpizas, en aquel destrato, ellos no lo sabían, empezó a
fermentarse el combustible que le dará sentido a toda su vida: la venganza.
Y elige el mejor camino. El de la represalia lenta y fría,
pero segura y firme como una roca.
Estudia hasta las madrugadas para convertirse en una abogada, afilada como una navaja gitana.
Trabaja hasta caer rendida sólo para demostrar que es más y
mejor que todos los que la rodean. Que la siguen de atrás, mejor decir.
Entra en corrillos de la política y en breve su mente lúcida
y su verba le abren camino hacia la cima del poder. Sube como un relámpago.
Una vez allí, con el poder de un acorazado y la decisión de
un leopardo, inicia su trabajo fino, diseñado durante largas noches de desvelo.
Coordinadamente, va al encuentro de cada desalmado que le
jodió un minuto de su vida, sólo cuando este ha llegado a su lecho de muerte. Lo
saluda amablemente y, como una bala de conciencia, le recuerda quién es. Cuando
está segura de que la memoria del infeliz la identificó, le cuenta para qué
está allí.
Si su víctima desea aferrarse cobardemente a la vida, nuestro
ángel rubio, inconmovible, arbitra sus medios y capacidades para empujarlo a la
muerte. Sin titubear.
Si, por el contrario, desea morirse porque no resiste más un dolor, un sufrimiento, nuestro ángel pone en acción todo su poder para sostenerlo en la más lenta y larga agonía.
Sin quitarle un segundo los ojos, ve a cada hijo de puta retorcerse de miedo
y lástima.
No se le escapa una lágrima.
Pero tampoco arruina el
momento con una sonrisa.
El odio, Claudia lo sabe, también es un motor.
Un motor que empuja un tren imparable.
Casi perfecto.
Mantéganse alejados.
El motor de Claudia está encendido.
1 comentario:
hace unos meses en este blog, en enero, febrero, tiempos de la devaluación propiciada por shell que justo llevó el precio del dólar al punto de convergencia apropiado para capitanich, entonces, digo, quedamos en vernos en unos meses, a ver donde estaba el dolar.
y ahora que esta a 14, vengo y este es blog no político, no berni, no dolar, no se habla del campito donde vamos a sostener el dolar a 8,
bue,...
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