martes, 24 de noviembre de 2015

Cinta Transportadora - Derrota I



Ríos de tinta se estarán escribiendo en estos días para darle sentido a la derrota electoral del FPV, a un lado y otro de una “grieta” que irá, con los días, diluyéndose de la agenda mediática para dar lugar a algún otro concepto como el riesgo país o el índice merval.

Queremos aportar lo nuestro, desde tres o cuatro abordajes que finalizarán amalgamándose en un cuerpo único de explicaciones.

Empecemos por la percepción.

Lo blando

Los fenómenos políticos y sociales populares latinoamericanos de los años recientes bien pueden parangonarse con un proceso en el que, después de largos años de virulento neoliberalismo, los nuevos gobiernos populares se dedicaron a la tarea de identificar y rescatar camiones jaula llenos de pobres, de desocupados, de marginados, de olvidados, de invisibilizados, con el elogiable objetivo de liberarlos.

En una larga y trabajosa pero a la vez esperanzadora tarea los fueron subiendo a una cinta transportadora donde en primer lugar se los alimentó, se los vistió, se los sanó, se les aseguraron en el tiempo estos beneficios que pronto se llamaron derechos, se les pidió que mandaran a sus vástagos a la escuela, se recuperó a los que habían abandonado su educación, se les ofrecieron oportunidades laborales y se les permitió, a quienes no tenían esperanza, volver a pensar en un futuro que no fuera el mate cocido que fungía de cena esa noche y cada noche anterior.

Esa cinta transportadora fue el Estado y, por tradición histórica, fue en nuestro país donde tuvo un rol más protagónico. El peronismo desplegado por los Kirchner ya conocía la capacidad efectiva y la potencia simbólica del Estado como camino al desarrollo. Y análogamente a los Chavez, a los Lula, a los Evo, a los Correa, a los Mugica, lo pusieron en acción. En simultáneo. 

Eso sí, dentro de un marco capitalista, de manera tal que el final de esa cinta, que empezó recogiendo heridos, mutilados, invisibles, convirtiéndolos en beneficiarios, luego en ciudadanos con derechos y finalmente, sin más alternativas, los llevó a un último estadío: los bautizó como consumidores y los arrojó en ese espacio que conocemos como mercado. Casi displicentemente. Sin adoctrinamiento (afortunadamente), sin deudas morales ni materiales con el Estado, sin ataduras con el pasado y sin limitaciones. A rodar el consumo, mi amor.

A lo largo del proceso esos individuos fueron, naturalmente, modificando su perspectiva: primero fueron beneficiarios y luego se hicieron sujetos de derecho, resignificando su rol respecto del Estado y hasta agradeciendo esa metamorfosis con lo único que el mandatario les pedía: votos. Pero nunca dejaron de ser hombres y mujeres libres, con intereses, con objetivos y su individualidad. Por lo tanto su perspectiva y sus demandas fueron adaptándose a los sucesivos cambios y ganando en complejidad y hasta en sofisticación: estilizadamente, pasaron de demandar un mínimo y misericordioso plato de guiso a, en el tiempo, una señal telefónica 3G robusta; pasaron de buscar cualquier oportunidad de conchabo que apareciera, a que el medio público que los transportaba hasta un trabajo estable y formalizado tuviera aire acondicionado.

Barramos cualquier ápice de ironía con un ejemplo: en los barrios y asentamientos del segundo o tercer cordón del conurbano, la herramienta de trabajo de la chica que es empleada doméstica en un barrio de clase media es el teléfono celular; con él atenderá satisfactoriamente los requerimientos de su “patrona”. Como una ley gravitatoria para pobres, si no tenés señal, pronto no tendrás trabajo: y la burguesía, al respecto, es inclemente.

Sofisticación, decíamos: en ese camino ascendente ciertos valores del gobernante que antes eran inopinados, entran paulatinamente en una primera esfera de detección y luego en una esfera de significación. Cuanto más alto posiciono mis necesidades en la pirámide de Maslow, menos quiero ser parte de un colectivo que es “aleccionado” por una Presidente que da clases obligatorias por Cadena Nacional casi todos los días.

Las barracudas opositoras no diseñan ni construyen estos estratos, pero sagazmente detectan sus brechas simbólicas y operan para convertirlas en grietas del sentido que terminan en una implosión.

Miles de argentinos que en 2003 conocían a Tinelli pero no a Lanata, o bien no veían que su radio de influencia los afectara materialmente, lo ingresaron lenta pero firmemente en la dieta diaria. Y hubo gentes que hacía semanas había instalado su primer piso de baldosas, que se indignaba por la situación Qom.

CFK y sus resortes de poder no tomaron debida nota de este paulatino e irreversible cambio de época y mantuvieron una conducta que siendo premiada en las épocas del Club del Trueque, era castigada en las épocas del ProCreAuto.

No sólo eso, parecieron persistir en la brecha de una manera, hoy, inexplicable. 

Atención. Acaso estamos diciendo que esa salita de primeros auxilios aquí, el esperado puente sobre el río allá o la imponente central nuclear acullá fueron obras negativas, indeseadas, redundantes? Naturalmente que no. Estamos diciendo que en el terreno de lo “blando”, de la percepción, de la comunicación, de las formas y de los modos, mostró una tediosa homogeneidad que no respetaba, por el contrario empezaba a escorar frente a los cambios de pantalla.

Y un día aprendimos que la espada verbal que Capitanich o Aníbal Fernández le opusieron al infantil reclamo de conferencias de prensa por parte del complejo mediático opositor bastaba. Y neutralizamos ese “inocente” reclamo de nuestros periodistas de utilería: el patético “queremos preguntar”.

Y otro día aprendimos que, verbalizando algunas cuestiones, poniendo luces altas en algunas áreas neblinosas, Kicillof dejaba en ridículo la pretendida neutralidad y asepsia que suponíamos tenía el fallo de un tribunal norteamericano.

Probablemente haya sido demasiado tarde. O no. Ya no lo sabremos.

No importa, porque probablemente nunca hayamos entendido que un entretiempo publicitario de 15 minutos ultraoficialistas en Fútbol Para Todos nos hizo mucho más daño que 1 hora de corte de luz en Caballito. 

La fisura estaba abierta. La operación mediática fue convertirla en catastrófica a fuerza de palanqueta.

Y nosotros, cada vez más largo, cada vez más alto, le hablamos a los convencidos. Y ahuyentamos al ahora clase media futbolero que caminó refunfuñando a la cocina a cambiar la yerba del mate y calentar más agua, aburrido ya de ver por enésima vez la inauguración "histórica" de Atucha II.

Nos encerramos en nuestro discurso y sólo tuvimos oídos para detectar a quien tenía una posición intermedia, dudosa: a ese le descerrajamos casi sin piedad un interminable rosario de logros idílicos, mientras lanzábamos evasivas cuando nos retrucaban con líneas de pobreza, estadísticas de inflación y corrupción emblemática. Nos hablamos encima.

Molestó la clausura: si no entendías mis argumentos eras un buitre.

Molestó la hermeticidad: no te lo explico porque no lo entenderías.

Molestó la refracción: nada de lo que me puedas decir me resulta provechoso.

Así, en cuestión de tiempo, pasamos al peor estadío en el que puede caer un liderazgo: el vanguardismo iluminado.

Su punto cuspidal, los discursos a la militancia en el Patio de las Palmeras. 
Quizás cada uno de los puntos y comas allí expresados hayan sido razonables, poco importa. Porque no hablamos aquí de racionalidad sino de lo blando, de percepción. Y las señales que bajaban a la orbe desde esas sesiones eran señales onanistas, de desvinculación con la realidad.

Se ha dicho en este blog y aquí se repite: como premisa, no buscamos que nuestro líder sea ni el más inteligente (no DeLaRua no), ni el más bonito (no Menem no) ni el más audaz (no Alfonsín no). Buscamos de nuestro líder (primariamente, luego surgen otros valores) un apego total, irrestricto, incondicional a nuestra realidad (que es La Realidad). Podemos admitir que por momentos viva la realidad de otros, pero sólo por momentos, o a condición que esos otros sean mis pares.

Cualquier desapego de La Realidad (delirio del poder, diagnostican algunos) hace que nosotros entremos en zona de turbulencia y que todo nuestro sistema límbico se prepare para el caos.

Así, no es ocioso que una de las frases que perduran como más sintomática de la irrealidad menemista fue aquella, dicha en una escuelita llena de alumnitos coyas de la Puna, sobre los cohetes espaciales que nos iban a transportar a Corea en una hora y media. 

No es ocioso que otra frase trágica del poder (en este caso de CFK y luego Aníbal Fernández) haya sido la de que tenemos menos pobres que Alemania.

O aquella de Néstor, respecto de inaugurar un tren bala entre Buenos Aires y Rosario.
    
Incluso si fácticamente correctas, deseables o genuinas, la distancia simbólica entre su enunciación y la realidad circundante hace que crezca exponencialmente la duda popular sobre el arraigo a la realidad que mantiene el líder. La persistencia y continuidad del desarraigo conduce invariablemente a la caída en el favor público. Podemos verlo o no.

El Patio de las Palmeras. O, de otra manera, Cristina hablándole a la militancia, fue una representación cabal de este divorcio.

Estamos asegurando que en los párrafos precedentes se esconden las únicas razones de la derrota?

No, hemos dicho que en esta entrada hablábamos de los factores blandos de la derrota. A pesar de las limitaciones descriptivas de quienes suscribimos, tenemos la esperanza de que hayan quedado en evidencia. Se juntarán con factores duros y, como cuerpo y alma, darán humanidad a nuestro verdugo.



4 comentarios:

Anónimo dijo...

http://panamarevista.com/2015/11/24/no-fue-magia/

podria haberlo escrito yo si supiera hacerlo

ayj

Veras que el comisariato tuvo que ver

Gerardo Fernández dijo...

Comparto. Muy bueno, compañero

Anónimo dijo...

se hablo mucho sobre venta de 0km, ventas de aire acondicionado, record de turistas en los fin de semana, Aerolíneas, ¿y los que no se pudieron comprar el 0 km, ni se tomaron nunca un fin de semana largo, se quedaron en la casa sin AA, y nunca se tomaron un avión? El discursos del final del ciclo fue un discurso sobre las bondades del modelo para el consumo de la clase A-B-C1 (24% de la población), como tratando de convencer al cacerolero empezamos a hablar como el, le queriamos explicar que no hay dolares pero tienen todo lo demás y ellos solo querian dolares, porque todo lo demás siempre lo tuvieron. Y se olvido de hablar a la base trabajadora, que sufre la inflación y la precarización laboral, terreno fértil para el discurso de Massa.
teo.

Anónimo dijo...

Parece que quiere seguir en esa línea. :(