domingo, 15 de noviembre de 2015

Exodo Jujeño



Corría julio y las noticias de Pío Tristán y sus fuerzas realistas bajando desde Cochabamba ya eran un hecho.  Pío Tristán había logrado contener la insurgencia local y marchaba con una fuerza de más de 3 mil hombres buscando la quebrada de Humahuaca.

La misión de Belgrano era reservar y contener una tropa de alrededor de mil hombres, los sobrevivientes del desastre de Huaqui, que más que un ejército eran una milicia con pocas armas, pocas provisiones, mucha hambre y muchos jornales adeudados.

Para tal fin bastaba con cumplir las órdenes de Buenos Aires y alejarse con esa tropa en peregrinación hacia el sur, buscando Tucumán y si esa distancia aún no amainaba la agresión realista, hasta Córdoba.

En ese escenario, dejaba a la población civil en manos del ejército restaurador. Y sabía que las condiciones de revancha para los pueblos que han probado las mieles de la libertad, aun cuando esta fuera incipiente, eran venganza, humillación, violaciones de las mujeres, muerte de los hombres adultos y jóvenes que pudieran alguna vez formar parte de cualquier potencial movimiento revolucionario.

De manera que una vez más abandonó la disciplina militar que tanto lo incomodaba y apeló a su instinto, su destreza política y su audacia. E invocó la orden de Éxodo y Tierra Arrasada.

Que significa “abandonen todas sus pertenencias, sus riquezas, su patrimonio, y marchemos”.  Tenía frente a sí a un San Salvador de Jujuy de unos 3mil habitantes en dos claros colectivos:
- a la oligarquía local, esa que ya estaba negociando con Pío Tristán las condiciones de su llegada la puso en marcha a punta de bayoneta: marchan o mueren. Parecen ser las únicas palabras que entienden algunos explotadores.

- al los humildes. Claramente su pequeño y andrajoso ejército era parte de ese pueblo al que le estaba pidiendo el sacrificio más grande y el mandato de la amenaza no era siquiera pensable: ningún soldado iba a disparar contra su mujer o sus hijos.

De manera que entre las masas populares tuvo que apelar a la política. Cómo hizo el General Manuel Belgrano para persuadir a miles de sus compatriotas pobres y desclasados que el destino más seguro y deseable era el que exigía el mayor sacrificio, las crónicas y los testimonios de la época nos lo niegan.

De cómo Belgrano convirtió a pobres, campesinos, obreros de las minas, esclavos, sirvientes y mujeres en ciudadanos de un país que ni siquiera tenía identidad propia es algo que nos está vedado.
Pero aquel hombre pudo convencer, a fuerza de fusil a los ricos, a fuerza de sueños a los pobres, que había adelante un país justo, libre y soberano para ser vivido. Era el que quedaba a final del desierto de sacrificios que les proponía.

Qué pasiones motivaron a aquellos hermanos tampoco lo sabremos.

O quizás sí, las conozcamos esta misma noche cuando nuestro candidato en el debate presidencial nos diga que el futuro que deseamos y merecemos no es el de una satisfacción inmediata de deseos con bienes que ni siquiera necesitamos, ni el de una burbuja artificial y efímera en manos de un todopoderoso dios Mercado.

Sino el futuro en base a nuestro trabajo, a nuestras ideas, a nuestra creatividad y a nuestros sueños puestos en acción.

Esta noche, en sólo minutos, le toca a nuestro Belgrano.
El domingo que viene nos toca a nosotros.


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