miércoles, 4 de noviembre de 2015

Patio de las Palmeras



Hemos mencionado recientemente en algunos ámbitos una frase sólo apta para híperpolitizados. El 95% de nuestra población no tiene idea que qué estamos hablando. Nos referimos a “Patio de las Palmeras” asociándolo a esa costumbre que se ha convertido en liturgia entre CFK y sus seguidores más cercanos, inferimos también más jóvenes (salvo que cuando canten “acá tenés los pibes para la liberación” se trate de una impostura perfectamente orquestada).

Somos peronistas, no nos amilanan ni las muchedumbres ni el sudor. Más bien nos convocan. Disfrutamos sin relajos las manos que van confeccionando esa costura única, enhebrando y uniendo los corazones en una plaza, en un estadio, y lenta pero tenazmente los va preparando para el aplauso, el canto, el éxtasis.

Disfrutamos también el sudor, a veces en otras formas, por qué negarlo.

Pero no podemos dejar de volver al tópico "Patio de las Palmeras" y subrayar: lo que genera resquemores en sectores significativos de la sociedad (más significativos que nunca entre el pasado 25 de octubre y el futuro 22 de noviembre) es lo que subyace de manera soterrada a esa liturgia oratoria repetitiva, anodina, exógena al interés de quienes no están en ese momento escuchando a CFK en el Patio de las Palmeras.

Nos referimos a que esa circunstancia (que algunos, incluso nosotros mismos, juzgaríamos secundaria, accesoria, sin importancia) opera sobre el imaginario del ciudadano de a pie, ese cuyo voto vale lo mismo que el de Paolo Rocca o Goyo Perez Companc (viva la democracia) gatillando un escenario que ante esta “anomalía” permite evaluar probable, dicho en primera persona: que ella, MI líder y la de MIS compatriotas, esté perdiendo grados de vinculación con MI realidad.

Esa señal, que se agrava con la repetición acrítica después de cada Cadena Nacional, abre un abismo insondable en mi horizonte porque se rompe ese hilo delgado pero resistente de confianza en quien, como ella misma dice, “me cuida los porotos”.

Imagine cualquiera de ustedes, supongamos oficinista típico, llega una mañana a su trabajo y la autoridad máxima, el director, el timonel, lo cita a reunión amplia para informarles que el próximo proyecto de la empresa será algo para lo que usted y todo el resto saben que no están preparados; por ejemplo mandar un satélite al espacio. 

No sólo (luego de confirmar que no es 28 de diciembre día de los inocentes) lamentará el hecho de que tienen que trasladar a su jefe a un psiquiátrico de manera urgente (incluso usted puede ayudar a calzarle el chaleco) sino que luego pero inmediatamente usted caerá en la cuenta de que el más jodido de todos no es su jefe, sino usted mismo. Porque su trabajo, su proyecto y fundamentalmente su futuro ahora han quedado en flor de entredicho.

Bajando varios grados la intensidad de la comparación, algo asociado a la misma zozobra se siente cuando uno percibe a su líder en una dinámica que tiene más asidero a una realidad de pocos, de círculo privilegiado, que la realidad del conjunto.

Para que vayan bajando las armas, no estamos hablando de ningún tipo de enajenación presidencial. Hablamos de separar la realidad de Casa Rosada de la mía como votante no militante no intenso de un proyecto nacional y popular.

Esta zozobra, agregamos, puede o no ser expresada. Pero cuando emerge lo hace con forma de aversión. Es usual encontrarnos con personas que aprueban un poco algunas medidas, desaprueban otro poco otras, pero cuando son preguntados sobre qué les disgusta, esta épica del discurso repetitivo y lejano del Patio de las Palmeras (ese monólogo CFK intenso a la militancia dura) aparece en formas muy refractarias, del tipo “me revienta la cadena nacional”.

Si la naturaleza aborrece del vacío, las masas populares aborrecen del vanguardismo endógeno. 

Ejemplos como los movimientos de izquierda revolucionaria en la América Latina de los 70 alcanzarían. No obstante nos gusta más uno cercano, más caro a nuestro presente. Abundemos.

El 6 de octubre del año 2000 y tras no más de 11 meses en funciones, Carlos Chacho Álvarez renunció a su cargo de vicepresidente de la Nación. Había llegado a él en alianza política con el líder del radicalismo del momento, Fernando de la Rua, que había ganado las elecciones internas y así ocupó la candidatura presidencia. Estaba claro que los esfuerzos de Menem por boicotear las posibilidades de su propio compañero Eduardo Duhalde no eran suficientes y que era necesaria una alianza que amalgamara en un único frente a las dos segundas minorías electorales, el radicalismo y el Frente Grande.

Estaba más que claro que ninguna de ambas fuerzas era, per se, capaz de alzarse con la mayoría política necesaria no sólo para derrotar al peronismo sino, más importante, sostenerse razonablemente en el gobierno.

Claramente la renuncia de Chacho era un asunto en extremo delicado para aquella coyuntura. Y tan o más importante era la forma en que se resolvía. 

Lo hizo, a nuestro entender, de la peor manera: en cuestión de horas los micrófonos de los periodistas se acercaron a la boca del hombre cuya declaración era para nosotros la más importante de la galaxia. 

Un silencio electrizante pausó todo después de la primera única ultima gran pregunta: “el gobierno sigue como está, nada nos va a detener, Flamarique será Jefe de Gabinete” dijo DeLaRua como al soslayo, minimizando. Fue la peor respuesta de su vida.

Porque puso a casi 40 millones de personas en autos, como un mazazo, de que nuestro presidente no hacía buen contacto con la realidad.

Otros podrán buscar razones de índoles económicas, judiciales, administrativas. Para quienes escribimos este blog ese fue el principio del fin de una era. Nada fue, después, igual.

Y penalizamos esa actitud descreyendo de cada iniciativa de DeLaRua y su equipo, por brillante y atinada que fuera (ninguna, bah) durante los siguientes 14 meses.

Años después confirmamos aquella enajenación cuando nos enteramos del "whiskicito", esa reunión del círculo íntimo que al final de cada tarde se reunía en el despacho presidencial a destejer conspiraciones y roscas, quizás con menos afán que a tomar escocés.

Y esta es para nosotros también la lección más significativa que nos deja el baldazo de agua helada del pasado domingo 25 de octubre. Lo que estuvo en duda en los últimos meses fue el nivel de contacto con la realidad del gobierno. 

Puesto que ese es uno de los requisitos más importantes que un pueblo requiere de su líder: total y absoluto contacto con la realidad.


Si además puede contarnos algo del futuro lo elevaremos a la categoría de Estadista. Pero no es necesario. 

Sólo le pedimos a Daniel algo que sabe hacer mucho mejor que su contrincante. Quedarse a vivir durante cuatro años en nuestra realidad. 
No en la suya, ni en la de Durán Barba.
En la nuestra.

3 comentarios:

Pablo dijo...

Excelente análisis, y muy útil para interpretar la realidad (aunque a los K paladar gris oscuro como yo nos duela bastante).

Desde que no se ganaron las elecciones, la mayoría de los artículos más lúcidos sobre la coyuntura los he leído en este blog.

Gracias, y esperemos que los leucocitos logren su cometido.

Anónimo dijo...

demasiados comisarios politicos, demasiado sicristinismo, demasiado odio sembrado,
el mesianismo, que de eso se trata lo que decis, nos hizo mucho mal y lo vamos a pagar todos, los peronistas, no peronistas etc

en lo personal, me alegra sobremanera, aunque me salga caro

ayj

Anónimo dijo...

Por lo menos sacá la foto de Néstor , miserable...