martes, 7 de enero de 2014

Conversando con José


Conviene empezar diciendo que José ha estado y está bajo el permanente paraguas de radiofrecuencias hostiles y virulentas con las administraciones Kirchner. Y que José no ha creado, ni hay razones para que lo haga, algún tipo de anticuerpos contra el veneno que emana desde aquellas usinas en pequeñas dosis diarias.

Vive la vida normal de un jubilado, que incluye algunos trabajitos para mejorar sus ingresos, junto a una mujer y una familia bastante comunes. Gente normal que se pone contenta cuando ve que a sus hijos les va bien (y se amarga en caso contrario) y que mide la prosperidad en esos términos. Clase media, bah.

Y también vale decir que José no es un insensible ni un desinteresado, ni mucho menos un post-moderno que exacerba el individualismo y se traga el cuento Ayn Rand metamorfoseado en la Argento Way of Life. Por el contrario, en su vida social siempre antepuso la concreción de objetivos colectivos frente a los individuales, ya fuera en la cooperadora de la escuela, en la cena solidaria de los bomberos voluntarios o, ahora, en el centro de jubilados.

Su origen y filiación están en el peronismo, que para él fue una experiencia juvenil, casi infantil. Y uno de los recuerdos que mejor guarda le viene de su padre, que vivió un momento impactante en su vida cuando le dio la mano a Evita, el día que ella se llegó a inaugurar el Complejo Vacacional de Chapadmalal, donde él era un albañil más.

Un albañil más del que su hijo recuerda, con ternura, que decía que no iba a gastar el aguinaldo porque "no quería", cuando en realidad todos sabían que después de las penurias vividas durante la Década Infame, lo que pasaba era que el padre de José había perdido la imaginación con la cual crear el mundo en el cual gastarlo.

Un Nuevo Testamento Peronista debería incluir un sermón de la montaña en el que un Mesías Regordete, Morocho y Peloduro augurara “bienaventurados aquellos que no saben como gastar un aguinaldo, porque de ellos es la democracia de los cielos”.

José empujó todo lo que pudo hacia el presente su herencia descamisada, pero los vaivenes político-económicos de los 20 años posteriores al golpe de la Libertadora y con mayor agudeza los 30 años posteriores, de neoliberalismo mestizo primero y puro después, fueron una vivencia arrasadora, plagada de ilusiones arrebatadas y quebrantos inesperados. Que lograron lo que sus autores ocultos finalmente querían: que un tipo como él, con el cuero curtido de cien derrotas, pasara a militar en las filas de los incrédulos.

Ya que si el logro central del kirchnerismo en los últimos 10 años fue la recuperación de la autoestima colectiva como valor central, una suerte de “yes we can” vernáculo, pues entonces el triunfo de 25 años de neoliberalismo fue la fundación y expansión del Partido de los Escépticos, que en lugar de cuadros militantes, pecheras y punteros tiene por fuerza viva a unos personajes inesperados que al volante de un taxi, o en una reunión de padres del colegio, o con broche de corbata y gemelos relucientes detrás de un escritorio de ébano te disparan “los políticos son todos chorros”. Aceitada maquinaria creadora de sabelotodos idiotizados contra la cual nuestra democracia no ha creado todavía ninguna inmunización, en particular demostrando que la política viene a solucionar los problemas que la tecnocracia origina.

La cosa es que con José, después de largas y tediosas discusiones en las que ha tenido siempre la capacidad y el estoicismo para escucharnos y dejarnos redondear una idea, hemos llegado a un sensato acuerdo de caballeros. Del cual:

a nosotros nos toca reconocer que son numerosísimos, frecuentes (y algunos particularmente estúpidos) los errores y desaciertos en la acción de gobierno del kirchnerismo. Tanto los actuales como los previos: el paso del tiempo no cancela los fracasos y las facturas que nos pasa José deben ser todas sesudamente analizadas y eventualmente aceptadas. Quiere una?: para el vecino que vive en Ciudad Evita, los favorables precios en el Mercado Central durante la gestión Guillermo Moreno eran una bendición; para el vecino de Quimilí o de San José de Jáchal, eran una afrenta, un cachetazo.

En contraparte, José tiene una tarea difícil para quien vive en un ambiente como el suyo: empezar a reconocer e interpretar la realidad de todos los días como el producto de una confrontación enorme y abierta de dos proyectos de país, antagónicos y excluyentes, pugnando uno por mantener la hegemonía, el otro por alcanzar dicho estadío alguna vez.

Que uno de esos proyectos, el que trae consigo el sentido común propio de haber sido excluyente durante 130 años, es el de las elites tradicionales. Y el otro, heterogéneo, difuso y flexible, es el popular.

Sin épicas, sin heroísmos y sin grandilocuencias, nos animamos a proponer que ese es el pacto que tenemos que ofrecerle a los millones de Josés que han apoyado o le han quitado sustento a los gobiernos K, alternativamente y sin un patrón que todavía hayamos comprendido totalmente.

No estamos hablando de las vanguardias caceroleras opositoras que se plegan incondicional y acríticamente a cualquier expresión multitudinaria que confronte con el gobierno.

Sino de esos sectores sociales que, a la sombra de la percusión permanente de mensajes negativos desde los medios concentrados que con pulso quirúrgico clavan la estaca sobre significantes con altísimo poder desmovilizante y anti-político como la mentira (corporizada por la corrupción: “cómo van a trabajar por el país si están afanando?”), la devaluación del esfuerzo personal (corporizada en la inseguridad: “me rompo el culo para tener algo y cuando enfrento el riesgo de perderlo no mueven un dedo” o también por la inflación: “no les importa que mi sueldo valga menos”) o la traición (corporizada en la insensibilidad oficial frente a los artificiosos saqueos recientes).

Sectores que luego también saben volver agradecidos y asombrados por tal o cual medida que viene a modificarles positivamente su existencia. Que han comprendido de manera muchas veces difusa (porque así llega el mensaje K) e imprecisa, que es muy alto lo que está en juego.

Acá creemos que hay que remover el tronco en el ojo propio. En algunos casos causa vergüenza ajena lo poco que se ha entendido la principal lección que nos dejan disyuntivas clásicas de los setenta, dejar en manos de una conducción iluminada el camino de las masas hacia un país ecualizado a patadas en el culo.

Si José entiende, aún bajo el bombardeo permanente del que es objeto, la naturaleza dialéctica del conflicto que vivimos y empieza a poner las piezas del rompecabezas en los quicios correctos (y solito puede).

Y si nosotros revisionamos nuestro pasado inmediato para ofrecer herramientas útiles de comprensión.
Si leemos.
Si nos instruimos.
Si estudiamos, especialmente nuestra historia.
Si nos preocupamos por deconstruir el discurso de lobbistas travestidos de economistas.
Si recorremos el cuadernito juntos, palote a palote, renglón a renglón.

El camino será tan difícil como hasta ahora;
pero placentera y definitivamente nuestro.

Salud, José, feliz 2014.

*Imagen: José ingresando voluntariamente a la Matrix, a través de la Claringrilla.

1 comentario:

gem dijo...

muy bueno, y si hay muchos José, algunos se pueden recuperar y nos toca a nosotros hacer ese trabajo si no se hace desde la Ley. gracias