El siguiente posteo está condenado a la indiferencia por parte de quienes no son economistas, y probablemente a la burla de parte de quienes sí lo son.
El tipo de cambio se ha constituido en uno de los tópicos más atractivos de las discusiones sobre política económica.
Uno de los modelos que se utilizan como referencia de la valuación real de una moneda y su relación con el tipo de cambio nominal es el que se conoce como análisis PPP (Purchasing Power Parity, o Paridad de Poder Adquisitivo, dicho en criollo).
A grandes rasgos, el método consiste en identificar canastas de productos similares (y preferentemente de consumo básico) en dos países: supongamos EEUU y Argentina. Valuar la canasta estadounidense en dólares, y la Argentina en pesos. Traducir el precio de la canasta argentina a dólares, según el tipo de cambio nominal (hoy sería U$S1 = $3,78), y comparar con el precio de la estadounidense. Si la canasta argentina vale menos, es porque su moneda está nominalmente subvaluada. Podría derivarse de esto que habría que ajustar a la baja el tipo de cambio nominal (a $3,50, por decir algo). Si vale más, por el contrario, habría que subirlo (a $4,20, por decir algo que nos haga reconciliar con la UIA), si se pretende que el tipo de cambio nominal y el real de largo plazo coincidan.
En esta dirección, la revista The Economist confecciona el pintoresco índice Big Mac, que opera con la misma metodología y el mismo criterio, pero reemplaza las canastas de productos, por el Big Mac, de Mac Donalds.
Digresión: con un criterio aparentemente disímil, desde distintos sectores se apela a la “temperatura” del mercado cambiario como un indicador de la dirección en la que debería moverse el valor del peso en relación, obviamente, al dólar. Así, cuando los dólares sobran, lo mejor es dejar que la cotización baje (en lugar de que el Central intervenga comprando). Y cuando faltan, permitir que la cotización suba (en lugar de que el Central intervenga vendiendo). Vale una recorrida por diarios viejos para observar que hasta el año pasado sobraban y ahora andarían faltando, en opinión de varios.
Toda la parafernalia confusa y compleja de argumentaciones que aparecen en torno a esta cuestión, defendiendo intereses diversos, se basan, de manera más o menos explícita, en un tópico: limitar la intervención del Banco Central en la política cambiaria, y a través de ella en la economía real.
En este sentido, uno puede concederle al enfoque PPP la validez del diagnóstico: el tipo de cambio nominal actual no coincide con el tipo de cambio real de largo plazo (la discusión, en todo caso podría enfocarse en la pregunta: ¿por qué debería coincidir?).
La concesión que ya no puede hacerse es la de usar el enfoque PPP, a modo policíaco, para "denunciar" a aquellos países que autónomamente intentan subvertir la División Internacional del Trabajo, abaratando artificialmente la producción de bienes para la cual no están “naturalmente” provistos y, de ésta forma, terminar retaceándole sacralidad a las ventajas comparativas ricardianas.
En definitiva, tal vez sea una exageración, pero si la idea es que el tipo de cambio nominal acompañe la tendencia cambiaria de largo plazo expresada por el PPP, ¿para qué sirve tener una autoridad cambiaria nacional?
Nota: En esta dirección de pensamiento, aquel proyecto de dolarización es la teoría del PPP llevada al paroxismo. Pero el punto es ese: la palabra es prevalece sobre la palabra paroxismo, que apenas si modaliza la cuestión.
2º Nota: el título es una broma.
1 comentario:
Te voy a acusar con mi co-blogger Joe, el brujo economista, para que te haga un gualichín hermenéutico telúrico incaico, que transtrueque la peripatética notrética de tu filosofía cuasi aristotélica, por la inicuidad fáctica de los diálogos socráticos no dogmáticos que aquí has mencionado tácitamente :p
Yo por las dudas te digo que no :p
Abrazo
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