El 30 de marzo de 1981, sólo dos meses después de haberse
hecho cargo de la presidencia de los Estados Unidos, Ronald Reagan pronunciaba
un discurso de 18 minutos ante 3500 personas en el Hilton International de la
ciudad de Washington.
En una parte de este mensaje, este viejo cowboy
anticomunista, bocón y de bolsillos enriquecidos por los cortos publicitarios para la General Electric, decía: “el crimen violento ha aumentado en un 10%,
haciendo que las calles sean inseguras y las familias sientan temor en sus
propias casas”. Salió aplaudido.
Cuando caminaba, junto con su Secretario de Prensa Jim Brady,
desde la puerta del hotel hacia la limosina que lo esperaba con la puerta
abierta, Ronnie se detuvo a regalar algunas sonrisas a quienes se enjambraban a
su alrededor, partidarios, curiosos o simples transeúntes. Saludó levantando el
brazo izquierdo, que fue por donde entró uno de los seis disparos que, al
descerrajarse, congelaron el pulso de todo un país.
Brady también fue alcanzado por la ráfaga y en minutos una
pila humana caía sobre John Warnock Hinckley, un muchachito de 25 años que
según su confesión posterior, con semejante acto quería llamar la atención de
la actriz Jodie Foster, su obsesión secreta.
El presidente perseguidor de comunistas fue hospitalizado de inmediato y en poco
tiempo se repuso, para poder tomar decisiones tales como el apoyo a los
Contras, la invasión de Granada, la baja de impuestos a los sectores más ricos de la población y la carrera armamentista que lanzó frente a la Unión Soviética, conocida como la
“Guerra de las Galaxias”.
El 6 de mayo de 1983, dos años más tarde, Ronnie era
invitado a dar su discurso a la Convención Nacional de la Asociación Nacional
del Rifle, en Phoenix, Arizona. A ellos les dedicaba 25 minutos pletóricos de referencias
a la importancia de la industria de las armas livianas en el empleo, a resaltar acciones heroicas contadas con los dedos de una mano por parte de compatriotas armados, o del apoyo que necesitaba su gobierno de parte de la ANR para tomar partido en la crisis política que ellos mismos habían desatado en El
Salvador.
Todo el discurso no era otra cosa que el recurrente sellado
de ese antiguo pacto entre el Partido Republicano y el lobby armamentista,
confirmando que no habría ninguna restricción a la compra, manipulación y venta
de armas de cualquier tipo y calibre por parte del gobierno a los consumidores norteamericanos.
Historias viejas, dirán nuestros lectores.
Historias viejas, es cierto.
Historias viejas que hacen eco
recurrente en el presente de un país en el que los niños matan a los niños y en
el que sus profesores debaten luego si deben ir armados a los colegios para
matar a los niños que matan a los niños.
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