domingo, 16 de diciembre de 2012

Sostiene Pierre



Sostiene Pierre que los sociólogos de su época estaban acostumbrados a decir, casi como una cantinela, lo que acabó por convertirse en una verdad de Perogrullo: que todo cambia. Se hablaba de las mutaciones. Todo mutaba, todo el tiempo.

Pierre observó que, en efecto, algunas cosas mutaban. Pero el sustrato, el trasfondo, no mutaba tanto.

Por ejemplo no cambiaba la desigualdad.

Y en cuanto a la desigualdad, uno de los factores de estabilidad, de permanencia, era, es, la transmisión del capital. El padre rico le da dinero a su hijo, que quizás no sea brillante en una Escuela de Negocios (donde estudian los nenes de papá), para que creé su propia empresa. Su padre le dará dinero y el hijo saldrá adelante: esa es una forma de reproducción del capital. Esta es una forma ECONÓMICA de reproducción del capital.

Pero otras formas. Lo que llama el capital cultural. No es un concepto fácil de definir. Pero, por ejemplo, tomemos el idioma. El idioma y todo lo que conlleva. El adecuado uso del idioma. Nuestro colectivo social habla una lengua, como todos. Pero hay formas y formas de hablarlo. Todos en nuestro colectivo hablan nuestro idioma, incluso los inmigrantes llegados recientemente. Pero hay una forma de idioma que usa palabras específicas, que se articula “adecuadamente”, que aprovecha formas y recursos y que surge de escuchar a papá cuando nos habla, de escucharlo contarnos cuentos cuando nos íbamos a la cama, de escucharlo hablar dirigiéndose a la servidumbre, etc.

Ahí hay un lenguaje distinto de otros. Que ha logrado valoración social, es decir que ese lenguaje es mejor que otros. Por lo tanto hay otros peores. Y si hay mejores y peores, eso redunda en un único concepto: VALOR. Podemos decir que el lenguaje es una forma de valorizar el Capital Cultural. Y, por supuesto, no está distribuido uniformemente y que le permite a algunos obtener beneficios respecto de otros.

Pongamos un ejemplo: una profesora norteamericana ha realizado un estudio que indica que los alumnos de las escuelas pagas norteamericanas, en particular las mujeres, saben lo que la profesora de la clase quiere escuchar. Y actúan en consecuencia. Le responden lo que ella quiere. Es lo que se conoce como docilidad, una palabra con raíz latina de docilis, “que se deja instruir”. Y ese mismo estudio dice que las mujercitas son más dóciles que los hombres. Ese hecho nos dice un montón sobre la estructuración de una sociedad.

Vale la pena no satisfacerse rumiando las ideas propias.

Vale la pena proponerle a la propia mente el desafío de nuevas perspectivas.

Vale la pena dedicarle un tiempo a este documental biográfico con el gran Pierre, una especie de motosierra en el bosque de la autocomplacencia.

Vale la pena.

La continuidad acá
y puede seguir usté...

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