jueves, 30 de abril de 2015

Caliente



milonga linda, chiquita
bien empilchada o rasposa

caliente como baldosa
que le da el sol de verano
caliente como aquel tano
que lo afanaron de bute

como al loco farabute
que dijo macho y dio el grito
caliente como Benito
pintando a Pedro Mendoza

caliente como leona
que le llevan los cachorros
cuando apuntados por chorros
los alza la policía

dijo alguien y sabía
sin ser muy inteligente
que la vieja siempre es vieja
cuando está el fierro caliente

Aníbal Troilo



miércoles, 29 de abril de 2015

Tu peronismo o el mío



Hizo una pausa, sus pupilas se dilataron, noté un extraño brillo en sus ojos.

Pareció que iba a reprimirse, pero no. Embistió. Y me preguntó "qué es el peronismo?"

No era un turista gordo, pelirrojo y de bermudas buscando una very typical impresion.

Tampoco era un chicanero gorila, hijo de gorila, nieto de gorila, listo para volcarme un balde lleno de menemismo en la cabeza.

Parecía una pregunta genuina que buscaba una respuesta genuina.

Estábamos solos en el estaño del aquel bar, y ya era madrugada. 

Toda su fragilidad y su belleza, esa vulnerabilidad que me anula, se hizo punto focal y me explotó en las pupilas. 

Intenté alguna evasiva. Pero no pude negarme, y respondí algo que recuerdo vagamente...

El peronismo?

No es una religión. Ni mucho menos un dogma.

No es una ciencia. Ni mucho menos una filosofía.

No es una marcha, ni dedos en V, ni una liturgia decadente.

El peronismo es una acción deliberada, como un tiro libre: primero pienso dónde y cómo la voy a patear; y después la pateo.

Primero pensar. Pensar significa entender. Comprender que lo más importante, lo más gratificante, lo más fructífero, lo más digno para un hombre es el trabajo. Entender eso. Nutrirse de eso. Profesarlo.

Y luego viene la acción. Una máquina implacable de trabajar. Y de generar trabajo. Para sí. Y para otros.

Un peronista es alguien cuyo objetivo, cuya meta, es trabajar. Y crear trabajo. Más trabajo. Más digno. Más amplio.

Un peronista verdadero se revuelve en su asiento cuando alguien, cercano o lejano, no tiene trabajo. Y va a hacer algo para que ese trabajo ausente, se haga presente.

Un tío que le consigue a su sobrino su primer trabajo genuino, por simple que sea, es peronista. Aún cuando sea el tío más radical de todos. 
No es lo mismo que el que le consigue un contratito o un curro. Ese no es peronista. A lo sumo demócrata progresista, pero no peronista.

El director del hospital, el gerente de empresa, el supervisor que recibe una orden de recortar personal y esa mañana tiene una gastritis, es peronista, aún cuando no lo sepa.

El funcionario que empuja un plan de viviendas es peronista. 

El sindicalista que lo piensa 7 veces y decide un paro, suspendiendo momentáneamente el trabajo para tener más y mejor trabajo, es peronista. 
Lo que explica porque para un peronista hacer una huelga es una de las decisiones difíciles. Uno ve a los pollos sobreros amenazando paros acá y allá con una liviandad insultante y se da cuenta de que no son peronistas. Un peronista va a retorcer los argumentos hasta que lo lleven al borde del abismo y ahí dirá: “si no nos dejan otra salida, tendremos que evaluar una huelga”. Es peronista, y aunque esté haciendo lo correcto, esa noche no duerme.

El Moyano que paraba con sus compañeros del MTA cuando la desocupación arañaba el 23% era peronista. El Moyano que para porque la crema del movimiento obrero paga impuesto a los ingresos no es peronista. Porque no existe ningún circunloquio explicativo que le permita justificar de qué manera, removiendo ese impuesto, habrá más trabajo.

Aunque Moyano me cante toda la marchita a centímetros de la cara, mi grito silencioso es más profundo: no Hugo, eso no es peronismo.

Peronismo es más laburo, más genuino y más estable en las ganas, en la mente, pero especialmente en las vísceras.

Esto permite ordenar los tantos de esa vieja disputa: aunque haya sido amo y señor del partido, Menem no fue peronista. No fue peronista por Tartagal, por Cutral Co, por Gregores, por los frigoríficos entrerrianos, por los pueblos sin ferroviarios y por 1 de cada cuatro laburantes poniendo un remis o un parripollo. 
Nestor sí lo fue. Exactamente por lo contrario.

Tanto es así, que cuando un peronista se queda sin laburo, va a visitar a su viejo amigo peronista. 
Y le cuenta que está sin laburo. 
Y al amigo peronista se le atraviesa el vermú en la garganta y le dice, no te preocupes porque hablo en la fábrica y en la semana te llamo. 
Y habla en la fábrica. 
Y en la semana lo llama. 
Esto ya lo sabía un viejo peronista, y lo firmaba diciendo que “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”. Era por esto.

Coincidamos en que los que le enseñan al hijo a abrir cerraduras ajenas o implementan un Megacanje millonario son los menos, los puntos fuera de la curva. 
Finalmente, a la mayoría de los hombres la falta de laburo se nos presenta como un enorme dilema al que intentamos ponerle fin con un nuevo laburo. Porque, como decía ese viejo, “peronistas somos todos” no?...


Iba yo irrefrenable por estos senderos cuando, sorpresivamente, ella se me acercó y sentí sus labios de fuego detener mis palabras. Con un beso como brasa. 

Que luego confirmó cerca de mi oído con un “peronistas son los buenos”.



jueves, 16 de abril de 2015

Una visita a Waterloo



Me presento, soy Miguel de la Barra.

Corre diciembre de 1829 y acabamos de llegar a Bruselas después de varias semanas en barco desde el puerto de Valparaíso.

Vamos camino a París, adonde me esperan el Canciller francés, para validar mis credenciales de embajador de mi país, Chile, y eventualmente me recibirá Carlos X, ese monarca de poderes cortos que hace lo que puede para gobernar una Francia que todavía experimenta réplicas del terremoto político de 1789.

Y como nuestro objetivo es vólatil e incierto, además de la evidente verdad de que no hay muchos favores que en las actuales circunstancias Francia pueda hacerle a Chile, me consuelo pensando en que no vale la pena apurar el paso y que mucho mejor está invertido el tiempo si aprovecho mi paso por este pueblo que funge de gran capital belga para acercarme a lugares que siempre quise conocer.

Les cuento que me gusta sobremanera la historia, y en particular la historia de un brillante estratega como Napoleón Bonaparte. No lejos de aquí, unas 5 leguas al sur yace el fatídico terreno en el que el Corso encontró el fin de su carrera militar, hablo de Waterloo. No puedo desaprovechar la oportunidad para conocer ese paisaje.

Estoy muy inquieto por ir y difícilmente esta noche pueda dormir. Pero debo hacerlo, ya que mañana tengo una cita muy temprana para recoger a quien será mi guía en este paseo, un hombre al que no conozco personalmente pero que fue compañero de armas de mi finado hermano. He tomado su sugerencia y haremos el trayecto a lomo de caballo; si bien puede ser un poco más lento que un viaje en calesín o sulky, no me molesta: al contrario me moviliza poder tener una larga conversación con quien será mañana mi lazarillo.

-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

El día está espléndido y después de dos horas y tanto de caminata, llegamos a las planicies de Waterloo. Hace casi 15 años en este lugar se decidía la suerte de la igualdad social en Europa.

Nuestro joven continente, América, creo que por fortuna adoptó la forma republicana prácticamente en cada región.

Pero déjenme contarles un poco de nuestro guía. Si bien ya tiene cincuenta y tantos, se muestra activo y vital. Su charla hasta aquí ha sido interesantísima y puedo entender porqué mi hermano estaba subyugado por él. Sus modales, aunque denotan la frugalidad propia de una formación militar, han sido amables y tanto él como su sirviente han estado todo el tiempo preocupados por nuestra comodidad. Y me sorprende la forma en que cabalga; arriba de su caballo parece tener 20 años menos, enhiesto y seguro. 

Una vez en las praderas de Waterloo vivimos una de las experiencias que mejor recordaré en la vida. Demostró conocer el desarrollo de la batalla de un modo tan claro y preciso que parecía haber estudiado a las batallas de Napoleón en el mismísimo terreno en el que ocurrieron. Con sus indicaciones y sus gestos entendimos perfectamente cómo Bonaparte planteó su primer ataque, que parecía conducir a una victoria segura y luego nos llevó a un suspenso inenarrable cuando, con un chasquido de los dedos y señalando una lomada, hizo aparecer al prusiano Von Blücher. 

Desde allí nuestro guía criticó con esmero y gran criterio los movimientos franceses. Era hermoso y emocionante oírlo explicar sobre el terreno a Napoléon, y hasta parecía interpretar por sí mismo y contarnos el hilo de pensamiento del genio francés. Nunca olvidaré aquellas horas.

Emprendimos el regreso a Bruselas al galope en aquella hermosa tarde de verano, con nuestro guía erguido y silencioso, unos pasos adelante. Parecía que el recuerdo de un pasado glorioso, completo de victorias pero también amargo lo envolvía.

Y sin duda, también alguna lágrima corrió por sus mejillas esa tarde. 


Creo que omití decirles su nombre, disculpen. Se llamaba José de San Martín. 



domingo, 12 de abril de 2015

Idiota por metro cuadrado



Últimamente aburren mucho, pero mucho, ciertos boluditos fuertemente demandantes de consumo irónico antiK que se creen dueños de una verdad oculta, la cual atesoran con celo y les sirve para definir en su favor el debate ideológico frente a cualquier interlocutor que apenas sobrevuele un argumento oficialista.

Esta suerte de sobrinos pelotudos del @CoronelGonorrea, que no sólo pueblan twitter sino el mundo real, creen que son los dueños secretos de una kriptonita a la que recurrirán para desintegrar automáticamente al montonero que ose enfrentarlos, convirtiéndolo en una estatua de sal del tío Cámpora. La chicana suele tomar la forma “sí, todo lo que quieras, pero cómo justificás el incremento patrimonial de Cristina del cuarentafogochasimatradumil por ciento, eh? ehhh?!?!?!?! no ves que son unos chorros???”

Asunciones. Un boludo de estos casi con certeza es porteño y, descartado, cacerolero. Sufre también de otros síndromes, como creer que Fernando Bravo es un gran periodista, pero eso son problemas congénitos que se tratan en otros blogs. Es decir que el tipo está invariablemente encuadrado en el ABC1 de la ciudad de Buenos Aires.

Permiso, sigamos generalizando. Digamos que este boludo es mando medio de una multinacional privada, le encanta escuchar a Lapegüe en FM100 y vive en un departamentito de 70 metros en el barrio de Belgrano, lugar desde donde el mundo se entiende con mucha mayor facilidad. Lo que nos interesa acá es su inmueble: admitamos por un segundo que en el 2003 este muñeco ya era propietario del mismo, que no es de esos que se lo compró “a pesar del” kirchnerismo.

Según funcionarios del gobierno de Macri, en particular de su Subsecretaría de Planeamiento Urbano, el caballero en cuestión era propietario de un inmueble valuado en promedio 724 dólares por metro cuadrado, con un dólar que en diciembre de 2003 valía 2,97 $arg/usd, es decir su inmueble valía cerca de 150 mil pesos (datos tomados de páginas 34 y 39).

Asumamos que mantuvo la posesión del departamentito hasta el presente y sin contabilizar todo lo que incrementó su patrimonio por otros ingresos y adquisiciones, según la estadística de operaciones de un conocido sitio de negocios inmobiliariosde Capital Federal, el precio de los departamentos por metro cuadrado en Belgrano está en la actualidad en 2498 USD/metro, con la unidad de dólar oficial valuada en estos últimos días en 8.80 pesos, es decir que ese bulincito hoy vale 1.54 millones de pesos.

Es decir que, sin que el salame hiciera en los últimos doce años otra cosa que criticar al gobierno y asegurar la propiedad del departamentito, su patrimonio ascendió de 150 a 1540 miles de pesos, un escalofriante 922%. 

Sí, leyó bien, sin moverse de la pantalla de TN nuestro salame creé que en el incremento patrimonial de CFK se encierra la quintaesencia del deterioro moral y político argentino que escandaliza a Kovadloff y a Nelson Castro.

Nota: ahora, si quiere, súmele los ingresos salariales de un presidente durante los últimos 11 y pico de años, más un sueldo de diputado (para CFK primero y luego para Néstor durante un lapso) y mantengámosle las manos atadas a Máximo para que no pueda perfeccionar ninguna venta ni contrato durante el período y vemos de que estamos hablando.






sábado, 11 de abril de 2015

Contando los feijões



En estos días de Cumbre de las Américas y palabras dichas en la cara del presidente de Estados Unidos, en el Congreso Brasileño se está tratando la iniciativa PL 4330/04, conocida como ley de tercerización.

En pocas palabras consiste en la ampliación de las prerrogativas empresarias en ese país para tercerizar no sólo las actividades secundarias al objeto productivo y comercial de una firma sino extenderlas, si se promulga exitosamente en el Senado la media sanción que ya tiene en Diputados, a las actividades inherentes o principales.

Dicho aún más a tierra, en Brasil como en Argentina es posible que actividades como la seguridad, la higiene o la auditoría sean llevadas a cabo por terceros, quedando dichos trabajadores fuera del convenio colectivo que cubre a los sindicalizados en las operaciones productivas principales. De ponerse en práctica esta “lei de terceirizacao” en el hermano país, también podrán contratarse y mantenerse fuera de convenio a trabajadores para las actividades principales.

Sí, pensamos lo mismo: "Qué noventoso!"

Después de la experiencia neoliberal local no necesitamos analizar en profundidad el sesgo y el objetivo de la iniciativa, ni mucho menos averiguar quienes son los potenciales ganadores tras aprobarse esta regulación.

Pero no es objetivo de esta entrada analizar el día a día político brasileño y este proyecto de  ley en particular, sino poner en evidencia el curioso curso que vienen tomando los acontecimientos en el país hermano, en particular considerando que no hace cuatro meses la presidente Dilma Rouseff asumía su segundo mandato y cuarto período consecutivo por parte del único partido nacional y popular brasileño con verdadera vocación de poder.

Además del tratamiento (hasta acá exitoso a medias, le resta ser tratado en Senadores) de una ley neoliberal, las encuestadoras de los medios dominantes (Datafolha pertenece al diario Folha, acérrimo antilulista) indican que la imagen positiva de Dilma ha caído hasta un inestable piso del 15%. De la misma manera que no le creemos a las encuestas pagadas por el candidato, tampoco le creemos al guarismo presentado por Folha, pero no podemos dejar de coincidir que la gestión de Dilma atraviesa su  peor momento.

“O que aconteceu” para que las cosas en Brasil hayan tomado este cariz?

Podríamos recurrir a un largo e intenso análisis que sin duda debería incluir tópicos tales como las marchas opositoras realizadas en el invierno del 2013, el movimiento Passe Livre, la puesta en escena judicial y mediática del proceso conocido como Mensalao, que encarceló a encumbrados cuadros políticos del gabinete de Lula sin que a la compañera –mejor dicho camarada- Dilma mostrara una gota de empatía por los afectados, los pobres resultados electorales de fines del año pasado con los que llegó al poder, el escándalo de corrupción en Petrobras popularizado como LavaJato, hasta el nombramiento de un ministro de economía ultraortodoxo (si siguiéramos con esta enumeración hasta podríamos incluir el inesperado resultado futbolístico del mundial del año pasado).

Pero tal análisis excedería las pretensiones de esta nota y dada la ramificación y complejidad de tema, hasta podría convertirse en árbol que no deja ver el bosque.

Nuestro breve e improbable diagnóstico hace foco en un asunto mucho más sencillo, ya que la caracterización del liderazgo ambiguo y difuso de Dilma se nos presenta evidente.

Ni ella ni el resto de la cúpula que conduce actualmente los destinos del Estado Brasileño ven con buenos ojos lo que conocemos como populismo.

En tal sentido conservan una mirada centralista y europeizada, con fuerte arraigo en los prejuicios típicos tejidos alrededor de esta forma politológica que no casualmente ha sido convertida banalmente en la peste negra de la política occidental. Nadie, de Algeciras a Estambul, quiere ser tildado de populista.

Lo cierto es que la valentía necesaria para superar tales prejuicios por parte del PT quizás sería también suficiente para diseñar una estrategia que lo impulsara a alzarse con voluntades populares más robustas y mayoritarias, que le proveyeran la imprescindible hegemonía política que le garantice el “jogo de cintura” político necesario para dotar de autonomía, sustentabilidad y permanencia, no sólo al partido en el gobierno, sino a las reformas sociales conseguidads en la última década (en particular las de Lula 2003-2011).

Por supuesto que existen sustanciales diferencias entre recrear procesos populistas y populares en sociedades como la ecuatoriana o la boliviana, dada su dimensión económica y geopolítica, que en un "país-continente" como Brasil, cuya centralidad, foco y, en particular, magnitud de inversiones recibidas en el mismo período desde el mundo desarrollado es muy alta. No necesitamos sobre-simplificar una ecuación geopolítica sensible y con grados de restricción adicionales. Pero tampoco declamar resignación y someter los cambios al referendum del "mercado". Sabemos como termina.

Lo cierto es que el proceso popular brasileño viene siendo sometido a presiones y la amenaza latente de un desgarro prematuro hacen que su horizonte de supervivencia parezca reducirse al orden del mes o el trimestre, en lugar de los más de tres años y medio que todavía le restan a la actual administración.

Esperemos que no sea demasiado tarde, espeamos que no sea inútil poder transmitirle a Dilma nuestra peregrina idea, adaptada a los modos de un asesor económico de Clinton

“Es el populismo, Dilma”