Qué es ese ruido? Qué es lo que está fallando?
Parece la correa de distribución. Pero no. Lo que está
fallando es ese proyecto de izquierda progresista moderada filo-liberal,
formateado a la sombra de El Fin de la Historia fukuyámico, en el que
democracia y capitalismo se casan y viven felices para siempre, con pequeños
ajustes en la tornillería, cambio de foquitos quemados y cambio de filtros cada
10mil kilómetros.
Esos ruidos y chirridos que se escuchan en las grandes
democracias occidentales señalan que hay un daño mayor y que difícilmente
podamos mantener la velocidad y el rumbo como si nada hubiese ocurrido.
Y, como suele ocurrir, cuando vamos a chequear
los desperfectos confundimos síntomas por enfermedades. El problema para la
izquierda progresista moderada parece ser Trump. El problema parece ser el UKIP
británico. O el problema es la franchuta Le Pen. O el triunfo de la ultraderecha
en Austria.
Son todos síntomas, pero ahí no está la enfermedad. El problema no
está en las poleas ni en las correas de transmisión, que en esencia transmiten los daños y meten ruido.
El problema está en que las izquierdas progresistas moderadas
que se autoproclamaban motores del proyecto, han sido intervenidas, cooptadas,
infiltradas por un aceite trucho que les vendió el poder financiero en Wall
Street. Ese aceite con alto nivel de acidez picó las piezas, las oxidó y las
estropeó. El daño parece irreversible.
Así, las izquierdas progres moderadas propulsoras de ese
modelo de convivencia pacífica terminaron imponiendo una agenda tan pero tan
parecida a la de sus antagonistas que las diferencias sólo son perceptibles bajo el microscopio.
España no puede no gustarnos como ejemplo atroz. Veamos.
La diferencia
ideológica entre el derechoso Partido Popular y el izquierdoso Partido Socialista
Obrero Español es tan nimia que casi con naturalidad surgieron en sus extremos exteriores, expresiones que tratan de recrear una izquierda real (Podemos) y
una derecha real (Ciudadanos). Notablemente, para consolidar el diagnóstico, la
probabilidad de que un caso de corrupción financiera de los más graves y
obscenos de la historia peninsular reciente, pueda corresponder a actores del
PP (supondríamos a la derecha más amiga del poder financiero corruptor) o a
actores del PSOE depende de la caída de una moneda.
Por caso el escándalo de las tarjetas negras de Bankia ensucia a Rodrigo Rato, miembro del PP y amigo de nuestro DeLaRua, mientras
que casos como el Filesa o el AVE se asocian al PSOE. Y no
alcanzan los dedos de las manos para enumerar casos de corrupción en autonomías
y ayuntamientos en los que, a poco de tirar de la cuerda, uno termina encontrando miembros regionales
de ambos partidos, hundidos en la mierda.
No es un accidente: el establishment mundial tuvo capacidad para
infiltrar y dominar a los partidos del poder a escala global. También en
Argentina.
El menemismo no sería concebible sin la híper del 89, pero no sería
posible sin personajes como Manzano, como Grosso, como Bauzá. Piezas de un motor partidario que fueron lubricadas con aceite de negocios fáciles y diezmos interminables.
Es en circunstancias como estas en las que se percibe y se
diferencia con claridad a los verdaderos mecánicos de los chantapufis. Los
mecánicos se toman su tiempo, analizan y tratan de llegar directo a la causa raíz del
problema. Los chantapufis sólo te cambian lo que está roto y te mandan a casa,
esperando que vuelvas dentro de un ciclo electoral para ofrecerte un repuesto
igual al anterior, pero más caro, porque "este es alemán".
Trump es el síntoma. La causa raíz del problema es el titiritero Wall
Street controlando desde las sombras los hilos de Hillary.
La contaminación financiera ácida que afecta al lubricante
es silenciosa y opera solapadamente. Pocos actores a nivel internacional la han
identificado y su prédica es, por supuesto, limitada. No alcanzarán 20
asambleas en Puerta del Sol, ni cien acampes en Occupy Wall Street, ni mil
primaveras árabes: la diseminación de la falla es sutil y los medios de comunicación que
deberían alertarnos son controlados por el vendedor del aceite. Cuando alguien rompe el molde, siempre hay una embajada de Ecuador para encarcerlarlo.
En nuestro camino a una inédita re-nacionalización, esta vez paradójicamente globalizada y con conflicto en ciernes entre China y EEUU, quedan todavía muchas cosas por romper.
Y por casa?
La descripción previa tiene tantos puntos de contacto con el
escenario político local como grados de libre albedrío. Por ejemplo confirmemos que el
gobierno de Macri es síntoma y no enfermedad: está allí por razones que lo
trascienden y que no puede manejar, aún cuando algunos de sus protagonistas centrales
no pueda disimular un cierto grado de soberbia y hasta escriban libros sobre la
épica que significó ganarle al peronismo en elecciones limpias.
Aún más: los analistas medio pelo dicen que, inversamente a
lo esperado, al gobierno le va mejor en política que en economía (una zoncera
para coleccionar, pero usemosla también para poner ladrillos). Se debe
a razones que son hijas del triunfo electoral.
Obtienen leyes que jamás hubieran imaginado negociar. Si suponen que se debe a sus capacidades artesanales en el Congreso se
equivocan. La oposición realmente existente quedó congelada en un manequin challenge en el que ningún actor, ni siquiera CFK (mal que les pese a los troskirchneristas),
tiene capacidad de juego sin que cada movimiento propio signifique entregar fichas al adversario: un loose-loose que ya lleva un año y que sólo podría disiparse
con la potencia de las urnas (el potencial utilizado adrede: también podría
ocurrir que las urnas del 2017 no digan nada sustancial al corpus peronista, y
la letanía permanezca y viabilice un segundo mandato del peor gobierno de nuestra
joven democracia, Dios nos guarde).
Que Macri es el síntoma, repetimos, habilita la analogía con
nuestra primera descripción. Pero termina allí.
El kirchnerismo no fue esa izquierda progre moderada a la
que se le caen los papeles del discurso y cuando los levanta, sólo leé notas al pie llenas
de neoliberalismo. El kirchnerismo fue una izquierda populista inmoderada,
ambiciosa y justa, pero provinciana y miope. A la que le sobró coraje para dar
batallas innecesarias y le faltó excel para garantizarse supervivencia.
Jugó un juego que entendió a medias. Y, en rigor, le fue bastante bien. Hasta perder por primera vez en la historia democrática con la derecha rancia en las urnas. También pueden vanagloriarse de eso si quieren.
Valiente y mezquina al mismo tiempo. Tanto, que su
mezquindad la encerró en su propia isla y que su valentía la hizo quemar las
naves, para luego nunca más poder salir a la mar.
La clave reside, insistimos, en dejar de preocuparse por los
síntomas. Y atacar la enfermedad. Que no afecta ni al macrismo, ni a sus votantes, ni a sus aliados circunstanciales: afecta al peronismo. Mirarnos al espejo, explorar, entender y
reconocer la derrota, y convertirla en victoria y en el plano secreto que nos lleve de vuelta al poder.
Está todo ahí, dicho y escrito. Sólo se requiere dejar de
fungir colectivos, proyectos que son personales, reconocernos genuinamente en los pobres y los
olvidados que decimos representar y bajar la cabeza y volver a tender lazos de franqueza y humildad con la sociedad. Que, como la vieja, siempre nos está esperando.