lunes, 9 de mayo de 2016

Cooptaciones y Eufemismos



Decíamos en la entrada pasada que la ciencia económica más que una disciplina es un campo de batalla donde se dirimen las disputas por el sentido común que adquieren las investigaciones y, principalmente, sus corolarios y consecuencias.

En esa entrada hablábamos del proceso de enjuage y suavizado al que se sometieron los principios keynesianos. Por supuesto no es el único caso: en el curso del último lustro fuimos testigos de la aparición de la teoría de Piketty, que vino a desintegrar la tesis de Kusnetz que decía que en el largo plazo las sociedades tienen naturalmente a una distribución progresiva del ingreso. Con buena data y sesudo análisis Piketty demostró lo que todos sabíamos: la tendencia es hacia la concentración. A quienes nos interesa el tema nos llegó a apasionar el intento por "destruir" la tesis de Piketty; algunos lo hicieron frontalmente: Piketty puso mal una coma acá y un tilde allá. Otros fueron por la cooptación: es capitalismo es cíclico y las mediciones del francés no alcanzan.

En fin, como sea, hay entre estos procesos uno que nos interesa especialmente. En 1958, pleno apogeo de las teorías keynesianas y los estados de bienestar en los países centrales, un señor llamado William Phillips publicó un artículo que volvió a sacudir al mainstream económico.

Estudió 96 años de correlación en Gran Bretaña entre desempleo e inflación. Su hipótesis, que surge de un análisis extendido del modelo IS-LM, fue obvio: en las condiciones típicas del funcionamiento de un mercado de competencia, lejos de "efectos de borde" diferenciales, desempleo e inflación están relacionados de una manera intrínseca e inversa. Cuando aumenta la inflación, baja el desempleo. Y viceversa.

Su trabajo, condensado en la denominada curva de Phillips, pasó a ser parte de la infraestructura del pensamiento económico. Por supuesto su enunciación y efectos son totalmente adversos a las estrategias de los poderosos cuando, buscando disciplinar sociedades y naciones, presentan planes económicos que disfrazan como demandas por bajar la inflación, al que caracterizan como "el impuesto de los pobres".

De manera que la Curva de Phillips era un grano en el culo del poder desde el momento mismo de su presentación en sociedad. Y su destino estaba cantado: o demonizarla o recusarla. Ocurrió lo segundo. La crisis del petróleo de 1973 desencadena unas condiciones específicas: la economía global entra en recesión pero el crecimiento exponencial del precio del petróleo desata un derrame inflacionario sobre la totalidad de los bienes porque todos, de una manera u otra, tienen un contenido energético.

De manera que por un período de tiempo se da un efecto inédito en la economía mundial que hoy se conoce como "estanflación": inflación rampante y desocupación creciente. Alcanzó sólo con este set de condiciones espurias, gatilladas por un evento inaudito: la cartelización subrepticia de la oferta energética en el mundo.

Esta circunstancia permitió a los economistas del mainstream "librarse", por fin, de la Curva de Phillips. Desautorizaron su validez arteramente, una vez más. Es como decir que un auto de la Fórmula Uno no sirve porque no tiene cenicero. Una teoría  socio-económica no puede ser evaluada a la luz de condiciones excepcionales, si dichas condiciones no están previstas en las premisas del modelo en cuestión, toda vez que los agentes tienden a actuar distinto. 

Los profesores de economía ortodoxos que se ven en la "difícil, sucia" tarea de mencionar a la Curva de Phillips en sus cursos de Macroeconomía, lo hacen como refiriéndose a un capítulo cerrado (y preferentemente muerto) e invalidado.

Esto tiene, naturalmente, impacto directo sobre la Argentina de hoy y sobre nuestra realidad económica. El gobierno de Cambiemos ha puesto a la inflación en el centro de su agenda. Por supuesto no es inocente: disfrazada de una pretensión virtuosa de cuidar el bolsillo de la ciudadanía, la lucha contra la inflación esconde su verdadera naturaleza, detener el proceso de distribución progresiva del ingreso.

La economía argentina no ha sufrido recientemente ninguna perturbación que inhabilite la validez de la Curva de Phillips, que nos dice que hay una única verdad.

La INFLACIÓN se regula con una palanca que en el otro extremo dice DESOCUPACIÓN.
La virtuosa expresión "El gobierno quiere bajar la inflación" tiene en economía una lectura reversible y viciada, una cinta de cassette que se pasa al revés para escuchar al demonio de la realidad: "El gobierno quiere subir la desocupación".


Los despidos con que el macrismo despegó su gestión, sobre una importante masa de trabajadores estatales que fueron etiquetados perversamente como "ñoquis camporistas", fue el comienzo de su nuevo relato y una insoslayable señal al poder económico: si bien gravísima, su consecuencia más importante no serán los 50, 60mil despedidos y despedir gente ya no es una incorrección ni económica ni política. Empezó, desembozadamente. Todas las grandes empresas en Argentina están reduciendo planteles o su contracara, reduciendo salario real.

La disyuntiva será inevitable: es un hecho que la inflación bajará efectivamente en el ahora famoso #SegundoSemestre. Y también más allá. Sólo el patrulla perdida de Aranguren puede adversar con este hecho. En consonancia la desocupación subirá. IRREMEDIABLEMENTE.

Está en el ideario de este gobierno la repetición de un ciclo que ellos consideraron virtuoso y, a la luz de su pardigma, uno de los mejores ciclos del capitalismo vernáculo: el del menemismo 91-95. No lo confesarán. Pero ese es su sueño húmedo.

Enfrenta, eso sí, algunos problemitas. Por ejemplo no tiene el precedente de un ciclo de hiperinflación provocada, ese efectivo disciplinador social.

La repetición de ese ciclo es improbable porque después del menemismo 91-95 (y por lo tanto más fresco), en nuestra memoria social y política, están el 19 y 20 de diciembre de 2001. 

Precisamente de esta confrontación de modelos hablaremos en los próximos episodios.









domingo, 8 de mayo de 2016

Secuestros y Cooptaciones



Que la economía ha sido cooptada por los poderosos es algo que ya hemos reiterado en este blog. Siendo la ciencia que estudia cómo se cortan y distribuyen las porciones de la torta, era obvio que el mango del cuchillo tenía dueños garantizados.

Por supuesto que esta cooptación no podía ser perfecta: existen personas curiosas que no se conforman con que les cuenten un cuento pletórico de sentido común y deciden preguntar, preguntar y preguntar. Al final del camino los preguntones económicos se agrupan dentro de un colectivo sin límites claros denominado "economía heterodoxa" mientras que los que juegan en el equipo de los patrones reciben la etiqueta de "ortodoxos".

Ser economista ortodoxo no sólo tiene la ventaja de jugar en el equipo de las estrellas; además todos los medios de comunicación están a tu favor y cuentan con detalles tus jugadas exitosas, al tiempo que esconden tus fracasos.

Sin embargo la historia del pensamiento económico esconde anécdotas jugosísimas que ponen en evidencia con qué arte se ejecuta la manipulación de las investigaciones y los hechos que ponen en discusión al poder o bien se omitan, o bien se tergiversen.

Uno de esos momentos de la historia es el que describiremos a continuación.

John Maynard Keynes era un noble británico bien forrado, que frecuentaba las élites de la corte y el parlamento inglés, se codeaba con las minas más lindas y multiplicaba su fortuna en la timba de la Bolsa Londinense. Difícilmente se podría decir que JMK fuera un modelo de proto-marxista. Por el contrario era un tipo criado y fiel al capitalismo.

Pero también vivían en él algunas características de personalidad muy marcadas: era un tipo extremadamente ético, intelectualmente muy brillante y condenadamente curioso.

Digamos que antes de Keynes no existía la economía de países. No estamos diciendo que en rigor no existiera, sino que no era una algo que se tratara como una disciplina de ciencia social. Los países tenía cuentas, un presupuesto, ingresos y egresos que típicamente eran monitoreados y administrados por un Ministro de Hacienda. Hacienda se refiere a ese quehacer: controlar las partidas del presupuesto.

El mundo ya había tenido a Smith, a Ricardo, a Stuart Mill, a Marshall y sus marginalistas, sabía lo que era la economía. Pero cuando JMK publica en 1936 su libro "Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero" claramente los modelos económicos precedentes entraron en zozobra. Keynes lo sabía, y simplemente ninguneó que le estaba dando un golpe mortal al capitalismo victoriano conocido hasta el momento. Pero confiaba que su teoría podía colaborar en sacar al planeta de la crisis más profunda de la que se tenía registro. Sólo amparado por su honestidad intelectual le presentó sus ideas a quien más las necesitaba: el presidente norteamericano FD Roosevelt.

Como era de esperarse, el Poder necesitaba una urgente estrategia de control de daños científicos que pudieran emerger de la "Teoría General". Así, en septiembre de 1936 se convocó en Oxford a un Congreso de Econometría cuyo eje central era, naturalmente, discutir a Keynes.

En ese congreso hizo su aparición una terna (Harrods, Hicks y Meade) que presentaron una interpretación matemática de postulados centrales de la Teoría General. Había una cierta desesperación, siempre ocurre con las nuevas teorías, por leer a Keynes con los lentes de la teoría anterior. Y es esperable que la TG pusiera muy nerviosos a los economistas de la época: en sus 318 páginas no hay un sólo grafico, dibujito que ilustre la contundencia académica de la teoría; es un ladrillo de análisis, deducciones y corolarios en prosa.

De la terna anterior Hicks tomó el mando y escribió en abril del 37 un trabajo: "El Sr Keynes y los "Clásicos": una interpretación sugerida".

Este fue el proceso por el cual se intentó domesticar al indomable Keynes: Hicks crea lo que se llama el modelo IS-LM, acrónimo por inversión/ahorro/liquidez y dinero.

Paradójicamente, en las aulas de economía de todo el mundo, cuando se enseña la teoría keynesiana por default los profesores recurren a explicar el modelo IS-LM. Sinceramente hay implícito un engaño: ese modelo es la interpretación ortodoxa de la teoría keynesiana. A fuerza de repetirlo durante 80 años, muchos piensan que están enseñando a Keynes.

No deja de ser un dato que a nuestro modo de ver captura el estrés al que estaban sometidos los economistas que necesitaban entender a Keynes, que el gráfico del modelo IS-LM tiene insoslayables puntos de similitud con el gráfico más fuerte del que disponía la economía clásica: el del punto de encuentro de la oferta y demanda de un mercado que establece el precio y la cantidad de equilibrio de un bien determinado. Hasta en eso se notaba la necesidad de domar a Keynes.

En pocos años la economía ortodoxa logró un triunfo parcial: han posicionado a la teoría keynesiana como un caso especial, una excepción, asimilable a la frase "Economía de la Recesión". La historia y los hechos nos cuentan todos los días, especialmente en países con estructuras económicas como la nuestra, que es exactamente al revés: las condiciones que deben darse para el cumplimiento de las leyes básicas de la ortodoxia económica son un subconjunto de la economía keynesiana.

Este post buscando aclarar que ni a Keynes dejaron de tergiversarlo. En breve una próxima entrega donde miraremos otra tergiversación, pero esta vez mucho más cara a nuestra realidad, a nuestros derechos y a nuestro bolsillo. Ejecutada, como siempre, por los dueños de la pelota.


Hasta entonces.