La
entrada anterior, dijimos, no engloba la suma de razones
de la derrota. Usamos el término “blandas” para denotar las de carácter
emocional, ligadas a las emociones. Entendemos, como claramente lo expone
nuestro amigo Claudio Scaletta aquí, que la performance económica fue actriz
protagónica en la novela de los últimos años hasta llegar al ballotage. Le toca
el turno al bolsillo…
Lo duro
Desde hace casi 100 años, cuando inicia una incipiente
industrialización, Argentina sufre una enfermedad crónica, casi endémica, propia
de países con estructura productiva como la nuestra, altamente competitiva en
la producción de ciertas materias primas y de baja productividad en la producción
de manufacturas industriales.
Estas características fueron largamente estudiadas por
académicos de la ciencia económica argentinos, sudamericanos e incluso
europeos. La denominada “asimetría en los términos de intercambio comercial”,
la brecha monótonamente creciente en la evolución de los precios de los
productos que Argentina exporta versus los que importa nos condena a un
fenómeno de ciclos repetitivos que se agudizaron en los años 50 y 60 del siglo
pasado y se denominaron “stop&go”, avanzar y parar.
El fenómeno es vastamente estudiado por los alumnos de todas
nuestras carreras de licenciatura en economía política. Queremos decir con esto
que se trata de un tema persistente y ya desideologizado: le ocurrió a los oligarcas
que comandaron de la década infame (1930), le ocurrió a Perón, le ocurrió a los
golpistas del 55, a las democracias proscriptivas de los 60 (el onganiato) y le
volvió a ocurrir a Perón, en realidad a su viuda, durante la gestión económica
de Celestino Rodrigo.
Sistemáticamente (y sin solución efectiva a la vista) las
reservas de divisa de nuestro banco central entran en un embudo que conduce al
ahogamiento, efecto denominado Restricción Externa (RE). La única solución a
mano ha sido, repetitivamente, la de una fuerte devaluación que, penalizando salarios
y precios no transables (los que no admiten comercio exterior) de la economía
modificara nominalmente la competitividad, mejorando las exportaciones y conteniendo
las importaciones.
No obstante, esta solución era (es) sólo un placebo
transitorio que se basa en la depresión artificial del factor trabajo nacional
y que durará lo que esa depresión inducida permita: si la dinámica salarial
interna es alta, ese lapso de alta competitividad artificial se diluye
rápidamente con cada aumento salarial de los trabajadores (aquí una mínima
digresión para desmentir el argumento cínico y flagrante de que el kirchnerismo
devaluó 230% desde 2003, de 3 a 9,60 pesos: queda claro que las devaluaciones
son las que se aplican instantáneamente y no la suma de pequeñas variaciones en
largos períodos, que no generan mejora de los costos laborales sino,
tradicionalmente, acompañan variaciones de otras variables macro).
Analizado a lo largo del tiempo, el stop&go dibuja en típico
diagrama de dientes de serrucho que va repitiéndose en el tiempo: una rampa
ascendiente de economía en crecimiento y valuación de la moneda hasta un punto
máximo en el que se alcanza una RE insuperable, que se resuelve precipitando
una devaluación y caída abrupta del valor de la moneda, dejando a las variables
listas para volver a repetir el ciclo nuevamente.
Hemos dicho que ese evento es reiterativo y contradictorios
como somos aquí nos rectificamos: en rigos el último evento bajo este patrón fue
la explosiva devaluación de 1975 conocida como el rodrigazo. No volvió a
ocurrir desde entonces, pero no porque nos hayamos “sanado milagrosamente” sino
porque desde la dictadura del 76 este patrón inestable de crecimiento fue reemplazado
por otro… peor: desindustrializarnos, sin más. La dictadura del 76 sembró las
semillas todavía imperfectas de un neoliberalismo que empezó haciendo sus
ensayos operativos en Chile y Argentina.
Con la destrucción de la industria local la RE pasó a ser un
problema secundario frente a otro más grave: como sostiene el empleo y la
inclusión social una economía sin industrias. La respuesta puede encontrarse el
19 de diciembre de 2001: a los piedrazos.
Pero abandonado el patrón neoliberal postconvertibilidad, no
podemos dejar de notar que, en rigor, no ocurrió nada significativo en nuestra
estructura económica que permitiera pensar y mucho menos garantizar que
cualquier nueva industrialización por sustitución de importaciones quedara
vacunada y libre de nuestra enfermedad crónica, la RE.
Un par de golpes de fortuna en lo económico marcaron el
ingreso del kirchnerismo al gobierno:
- Para cuando Néstor llegó, el trabajo social y
políticamente sucio de devaluar para salir de la convertibilidad ya había sido
ejecutado por el primer equipo económico de Duhalde (RemesLenicov). Y de manera
salvaje: nunca Argentina había vivido una devaluación de 300%.
- Un jugador inesperado en el escenario económico
mundial, China, modificó los escenarios del siglo pasado. El Imperio Central necesitaba
hierro, soja, cobre, aluminio, algodón, arroz y cuanta commodity flotara en el
océano.
- Sumemos las bajísimas tasas de interés en el
período 2001-2008 en los países centrales, que hicieron que los dólares inundaran
los mercados, cuya consecuencia, junto con el punto anterior fue una burbuja
gigante de precios, por un lado demanda real de la economía china y por otro
demanda como producto de posicionarse financieramente en productos básicos y
timbear en el mercado mundial.
Esta combinación colocó cronológicamente al kirchnerismo en
un momento único: al inicio de una ola (el diente del serrucho del stop&go)
cuya duración en el tiempo era inusitadamente larga porque año tras año el
precio de las oleaginosas, los cereales y nuestros vacunos sólo subía.
Esto demoró el angostamiento de brecha: pasaban los años y tardaba
en ocurrir. Hasta que la crisis del 2008 explotó y, tras 6 años gratis,
volvimos al ciclo habitual de angostamiento: para 2011 estábamos
definitivamente en RE y lo consagramos con la imposición del Control de
Cambios, lo que se conoció popularmente como “el cepo”.
Nada sustancial había ocurrido en nuestra estructura
productiva para evitar el enésimo rebrote de nuestro mal.
Durante años los kirchneristas hicimos alarde de un dato casi
anecdótico: allí donde los gobiernos previos instalaban sesudos gurúes de la
economía cuya tradición era sentarse frente a la cámara una vez por año para
contarle a la población qué formas tendría el desfalco, travestido de plan
económico, NK subsumía a sus sucesivos ministros a un rol secundario y con un
cuadernito Arte y una bic llevaba el control de las variables más importantes
de nuestra macroeconomía.
No estaba mal como metáfora arrabalera de la verdadera significación
de la ciencia económica: no se trata de diseñar e interpretar complejos
gráficos econométricos; se trata de tener el coraje y la audacia de cortar la
torta por el lugar más adecuado.
Pero, quizás encandilado por el rutilante (y en apariencia
sostenido) éxito de este método, el kirchnerismo creyó que la conducir la economía
de un país era eso: una libreta de almacenero y los números en orden.
Lamentamos desde estas notas aguar la fiesta: uses la libreta
que uses, la restricción externa, implacable como la parca, está viniendo a
buscarte.
Hay, eso sí, algunas formas de conjurar su llegada, de
demorarla y, si los dioses te son finalmente favorables, inmunizarte. Son
condiciones necesarias pero no suficientes: ponerlas en práctica no te
garantizan que no vaya a ocurrir, pero en tu gobierno sos moralmente
responsable de ponerlas en acción.
El kirchnerismo lo sugirió allá por el 2011 cuando la frase “sintonía
fina” replicaba insistentemente, pero nunca puso manos a la obra. Y como
consecuencia, hoy la RE campea dueña de la tierra. Postulamos todavía más: la
RE es el único verdadero problema de nuestra economía y en la medida que no se
resuelva, no volveremos a despegar.
La solución de los factores de poder concentrado es la tradicional,
la fácil: devaluación, que paga el pueblo trabajador.
Si queremos superar ese patrón de cortar por lo
más delgado, hay que entender el problema.
Repetimos: los montos ingresados por
las exportaciones (típicamente primarios) se ven alcanzados en el tiempo por
los montos ingresados por las importaciones (típicamente industriales).
Se trata de que esto se demore en el tiempo o no llegue, con
un proceso de cristalización y robustecimiento permanente del tejido industrial:
- para exportar bienes cada vez más industriales,
con mayor valor agregado, que impliquen más dólares por kilo exportado
- para sustituir y dejar de importar cada vez más bienes
industriales que pasamos a producir aquí.
Nuestro balanza comercial tiene hoy tres grandes deudas:
energía, autopartes, insumos y equipos para la industria automotriz, insumos y
equipos para la industria electrónica.
Tomemos un sector cualquiera a modo de ejemplo, el
automotriz: las partes del león en el costo de los automóviles que fabricamos
son motor y transmisión. Son partes caras y complejas. Cada auto que vendemos
es un motor y/o caja que importamos. Si al vehículo lo exportamos, queda
compensado. Si lo vendemos en el mercado doméstico (como los 600mil del año
pasado) no hay reposición de los dólares usados para comprar motor y caja.
A este patrón productivo lo podrían modificar:
- sus actores directos, las terminales. Pero son
subsidiarias de multinacionales extranjeras que tienen planes geoestratégicos
que indican que en Argentina y en el Mercosur se fabrican estos modelos y de
esta forma. Ergo, forget it.
- el de siempre, el Estado: entrando a negociar
con su enorme poder de fuego e imponiendo reglas, que sólo son efectivas si
impactan el bolsillo de la multinacional.
Un plan industrial consistente es eso, replicado en decenas,
cientos de cadena de valor, sobre las que se trabaja coordinando e imponiendo
líneas directrices serias a todos los actores basadas en (1) aumentar la
exportaciones de productos con mayor valor agregado, usualmente asociado a
mayor tecnología y/o mayor diseño; (2) sustituir importaciones de bienes cuya
producción local sea económicamente viable y tecnológicamente alcanzable. Esta
combinación es virtud de que demanda de la sociedad mayor cantidad de fuentes
de trabajo y mano de obra cada vez más capacitada. Es una combinación adecuada
de apoyo a las pymes proveedoras, de impulso tecnológico, de articulación para
la innovación, de calificación del recurso humano, de vinculación comercial con
países con potencialidad compradora. Es, en suma, mucho laburo, multidisciplinario,
muy coordinado, muy poco “político”, poco mostrable. Pero es nuestro único
camino a un desarrollo inclusivo, industrial, sustentable. Quien venda otra
cosa, vende espejitos de colores.
El kirchnerismo basó su éxito económico en su gestión y
ordenamiento de la MACRO, de manera tal que esta ofreciera condiciones para la
inversión y el consumo. Y soslayó la política industrial.
Confió en el cuaderno de Néstor, y siendo imprescindible, no
era suficiente.
El Ministerio de Industria fue el peor de todos, lo decimos sin
tapujos. Una patética performance. El Plan Argentina Industrial fue una jodita
de Tinelli. Si se requieren pruebas, lo invito. El siguiente link corresponde
al discurso de la Presidente en la Cena Anual de la Industria, frente a su
gabinete, a empresarios, directivos de cámaras sectoriales, funcionarios, etc.
Fue el 2 de septiembre pasado en Tecnópolis. Cristina habló durante una hora y
media y, rompiendo su estilo de retórica sin soporte, utilizó varias diapositivas.
En ellas se muestran muchos datos interesantes de la
macroeconomía, laborales, educativos, de infraestructura, de ciencia y
tecnología, de incentivación de la demanda y el consumo, de inversión, se ven comparaciones
regionales e internacionales de diversos parámetros. También aparecen caripelas
que causan escozor, como la deun fiscal de mesa del PRO de apellido Rattazzi
(disculpen los lectores el mal trago). Se habla en ellas de la performance
industrial macro, de la participación sostenida y creciente de las MOI
(manufacturas de origen industrial) en las exportaciones, etc.
Todo muy lindo. Le pido al lector paciente y dedicado que
identifique cuál de las muchísimas transparencias que van apareciendo en esos
90 minutos corresponde a una política de intervención industrial a nivel micro
en alguna de las casi 40 cadenas de valor existente en el país. Y le anticipo... no va a encontrar. Sencillamente porque no hubo.
Argentina tiene especialistas, académicos, técnicos con la
visión heterodoxa e idónea para encarar esta enorme tarea. El kirchnerismo no
los convocó. Ni siquiera los escuchó. Axel Kicillof conocía al dedillo estas
debilidades: si la jefa no las tenía en su mapa, él no trabajó para
transmitirlas. Solo hubo narcisismo por el modelo y poca voluntad de ampliar,
profundizar, mejorar. Se acuerda el lector de la tríada expuesta en el
post anterior: clausura, hermeticidad, refracción? Ups, reaparecen en escena.
Para quienes deseén buscar dónde seguir este tema, leyendo a alguien que sabe y no a advenedizos como estos servidores, un link de
Héctor Valle altamente recomendable. No podemos dejar de destacar un punto: si usté leé en este texto un abordaje tecnocrático, formal, lejano del problema, lo invitamos a que lo relea. Las intervenciones en las cadenas de valor operando localmente, la mayoría de las cuales tienen jugadores concentrados y poderosos como dueño de estancia no es una de amiguismos y buen trato: requiere por los menos los mismos pijazos y patadas en los escritorios que habrá pegado Néstor en su gestión. Disciplinar a muchos de esos actores es romper muchos huevos para una gran tortilla nacional y popular. Lea a Valle, se lo sugerimos nuevamente.
Ahora volvamos. Esta es la realidad: estamos inmersos en una crisis. Debemos admitirlo como primer camino a su solución.
- Pero no es la crisis que diagnostica la ortodoxia,
usina de los tradicionales factores de poder, que pide como un mantra
permanente el ajuste y equilibrio de las cuentas fiscales. La RE no se
soluciona modificando variables asociadas al tesoro y la integridad fiscal. Nada que ver.
- Ni tampoco es esa versión filo-histérica de Kicillof:
“el mundo que se nos cayó encima”.
Este "estancamiento" (no tan grave si este año creciésemos al 2.8%, pero es un ancla que nos tiene demorados y NOS HACE PERDER ELECCIONES) es producto de no haber encarado durante estos años una política
industrial seria y enfocada, que sin garantizarnos el paraíso, al menos nos
hubiera permitido jugar algunas fichas a chance.
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Una peor noticia para terminar de escupirle el asado: los equipos de economía e industrialización que fueron armándose alrededor de la candidatura de Scioli (y me evito hacer nombres) tenían este diagnóstico certero y robusto sobre esta realidad. Queremos decirle que el 22 de noviembre no sólo se perdió una elección. Se perdió una oportunidad inédita en nuestra historia económica reciente.