En pocos días asistiremos a un hecho histórico,
inflexivo para nuestra historia política. El 10 de diciembre asumirá el gobierno, avalado por un
51.4% de los votantes en las urnas de un ballotage, el primer partido de
derecha, democrático, políticamente independiente y autónomo de nuestros partidos
tradicionales, un hecho sin registros en 170 años de historia (más o menos)
democrática.
Es la primera vez que votamos un gobierno de derecha en
elecciones libres sin proscripción? No. Naturalmente pondremos la elección de
Menem en 1989 bajo un paraguas de minidebate, pero la agenda desplegada por el
menemismo entre el 89 y el 95, esa metamorfosis alimentada a pizza y champagne,
convierte inequívocamente a las
elecciones del 95 en un triunfo democrático de la derecha.
La novedad es que ahora, por primera vez, la derecha llega
por derecho propio, sin deudas ni tributos pendientes a la política
tradicional. Veremos en acción a la tecnocracia vernácula, tomando medidas sin
tener que pedirle permiso a ningún “líder popular”. Siendo una pésima noticia
para la mayoría de nuestro pueblo, los trabajadores y las clases populares, es
una excelente noticia para nuestra democracia.
En síntesis, estaremos entregando bienestar, trabajo, futuro
e igualdad de oportunidades, a cambio de una pax política inédita. En nuestra
historia política, desde la sanción de la ley de sufragio universal en 1916 y hasta
1983, cada vez que el poder económico concentrado quiso recuperar el poder lo hizo
de manera violenta, a fuerza de proscripciones, bombardeos aéreos, fusiles y
desaparecidos. Desde 1983 hasta 2015, inhibida la vía militar, los grupos
concentrados impusieron condiciones apelando a la violencia económica:
gatillando hiperinflaciones, corridas bancarias y desabastecimientos.
La experiencia del macrismo podría conducirlos a una nueva
lógica: armar un partido político, dotarlo de herramientas efectivas de
marketing y un liderazgo carismático y competir en igualdad de oportunidades
con los partidos de cuño popular. La derrota electoral reciente no nos deja
valorar en toda su dimensión este nuevo escenario político. Aún cuando se
perfila de manera casi inobjetable su costo: se reescribe en este preciso
momento en las góndolas de los supermercados.
Un estrecho desfiladero
Este modo de acceso al poder, novedoso y pacífico, debería
simultáneamente generar varianzas sobre su despliegue en la arena política a
partir del 10 de diciembre.
Cada vez que el poder concentrado tradicional, nuestra
derecha vernácula decíamos, recapturó el control del gobierno, sus métodos e
instrumentaciones fueron invariablemente salvajes, violentos, inescrupulosos.
Quizás atendiendo a la herencia histórica de un pasado de sojuzgamiento de las
clases populares (Informe Bialet Masse, década infame, fusilamientos de JL
Suárez, desaparecidos) con la democracia moderna nuestra derecha no podía desprenderse de otras
formas de retorno que no fueran las de revancha despechada y virulenta: saqueos
y represión en el 89, piquetes, vuelta a los saqueos y la represión salvaje en
el 2001.
Puede teorizarse frondosamente sobre los motivos de esta
violencia, sobrevolando todo el tiempo esa discusión lo escrito por Naomi Klein
en “La doctrina del shock”. Pero no puede soslayarse un dato de la realidad.
Faltan 11 días para la entrega del mando y el único dato duro de “anormalidad”
de las últimas horas han sido las remarcaciones de precios en despensas y supermercados. Nada hace prever que una explosión pudiese ocurrir en las próximas
horas por la que el futuro régimen pudiese responsabilizar al kirchnerismo.
De allí en adelante las responsabilidades de conducción le
caben al macrismo y si bien están funcionando a todo motor los medios
concentrados en la instalación del escenario de “pesada herencia recibida”, lo
cierto es que el riesgo de hacer explotar la granada en la propia trinchera presenta
riesgos insalvables.
“El fantasma del 48.6” velará silencioso los primeros meses
del gobierno PRO. Su presencia, aunque de una manera indisimulable. Y si bien ese
obstáculo no será un seguro todo riesgo para las clases populares, claramente
condicionará fuertemente su accionar.
De manera que vemos como mucho más probable un inicio de
gobierno “moderado”, digamos institucionalista, con una apertura fuertemente “dialoguista”,
construyendo su legitimidad con ladrillos que vienen de la deconstrucción de
los símbolos negativos del pasado kirchnerista, antes que sobre un “arrasamos y
damos vuelta todo en 6 meses”; lo que, dados los resultados electorales, la
composición del Congreso y el clima de expectación reinante, suena inviable.
No estamos diciendo que todo va a seguir igual: claramente
el nuevo gobierno es antitético tanto en medios como en fines. Pero tiene una
oportunidad de abandonar la virulencia operativa que caracterizó a nuestra
derecha. Lo que nos permite instalar un cuestionamiento que no estamos seguros
de contestar con suficiencia? El PRO es réplica rigurosa de nuestra derecha
tradicional, con médula en la oligarquía diversificada? Veamos: sin duda un
actor central dentro de la articulación PRO es la Sociedad Rural, lo que llevan
a responder afirmativamente esa pregunta. Pero, al contrario, otro actor
central son multinacionales extranjeras representadas por Chevrolet y Shell, y
esto es una respuesta negativa a esa misma pregunta.
La primera metáfora es que la Sociedad Rural no tiene ningún escrúpulo en esclavizarte en un container mientras se levanta la cosecha, una forma pre capitalista, mientras que la forma de sumisión del sujeto en un esquema Chevrolet, Shell, Citibank, McDonalds, CocaCola es la del consumo, un mínimo engranaje tercermundista, acrítico e inconsciente del mecanismo en el que opera y al que le compra sus necesidades básicas. Ambas visiones, regresivas para nuestro pueblo, son a su vez competitivas en los oídos de nuestro nuevo Príncipe gangoso.
La segunda metáfora es que antes que
Kill Bill, veremos un delicado y sutil juego de Palitos Chinos, jugado por Macri.
Como sostenemos con nuestro amigo y compañero Arnaldo Bocco,
estamos probablemente ante una nueva alianza de poder, en la que convergen
facciones parciales de la taxonomía política tradicional, dando lugar a una
reconfiguración política. Creemos que
sin abandonar su sesgo profundamente conservador y reaccionario, sus mecanismos
de avance serán distintos, moderados respecto de los que se apuran a contarnos algunas
alarmas kirchneristas.
La muñeca política de Macri y su círculo de poder serán
centrales en la tarea de priorizar y ordenar la agenda de regresión popular que
sin duda nos espera. Y serán artífices de su propia supervivencia en la dificilísma
selva de la política argentina. Nuestra opinión, innecesaria, es pesimista en
este sentido, y no porque el PRO no tenga experiencia de gestión y cuadros operativos.
Es pesimista porque la urgencia e imperatividad de los intereses en pugna (y no
necesariamente en pugna) no parece tener la paciencia requerida para jugar a
los Palitos Chinos.
1 comentario:
Excelente y clarísimo. Gracias.
Publicar un comentario