En este post hablaremos de política científica y
tecnológica. Sabemos que muchos de nuestros estimados lectores no quieren saber nada con activadores enzimáticos, nanopartículas cerámicas o haces de neutrones lentos y que más bien preferirían una de tiros o, mejor, una de tetas. Lo sentimos mucho.
Cerca de cumplirse 10 años del punto
de inflexión de un (en apariencia) invencible y abrumador proceso de
primarización y empobrecimiento de las capacidades científico –tecnológicas
argentinas, que tuvo una segunda Noche de los Bastones Largos en aquel triste
imperativo de Cavallo a los científicos del Conicet a reunirse con los platos
sucios, dichos imprescindibles protagonistas en la recreación y sostenimiento
de una senda de desarrollo nacional virtuoso y soberano aún no pueden salir de
la sorpresa y la euforia.
10 años después, decíamos, es raro
como el actinio encontrar protagonistas, sean apellidos de renombre o el último
de los becarios, hablando en contra, total o parcialmente, de la reversión
iniciada durante la administración de Néstor Kirchner y profundizada luego por
Cristina Fernández (cristalizada en la creación de un ministerio ad-hoc). No
obstante, es propicio hacer esfuerzos para evaluar el camino recorrido, los
proyectos en desarrollo y las potencialidades todavía no aprovechadas.
Resulta de Perogrullo decir en este
punto que el desarrollo industrial de una nación como la nuestra tiene en la
pata científico-técnica un eje fundamental. Lo que no es trivial es preguntarse
cuál es la política tecnológica que complemente de la mejor manera el actual proceso
de re-industrialización, acompañando las líneas directrices del “modelo”,
búsqueda del pleno empleo, inclusión e igualdad de oportunidades y justicia
social.
La biblioteca académica actual presenta
dos menúes posibles para abordar el tema. Una de ellas suele denominarse la
estrategia de la oferta científico-técnica. En ella las universidades y los
grandes centros de investigación, en resumen los “productores de conocimiento”
son el motor central de este desarrollo, y el énfasis está puesto en la
generación de conocimiento, sin control estricto del cauce y de las áreas
disciplinarias en las que esta ocurre. El resto de los participantes del
denominado Triángulo de Sábato, industria y gobierno, se suponen traccionados
por los primeros. El ejemplo de uso para ilustrar esta estrategia es el de Estados
Unidos.
La otra mitad de la biblioteca es
antagónica a la anterior: pone el centro de gravedad del esquema en las
necesidades y requerimientos de los potenciales beneficiarios de la producción
de conocimiento. Así, los actores fundamentales son industria y gobierno, que incentivan
al sistema de ciencia y tecnología para que sirva adecuadamente a sus necesidades.
La “familia” científico tecnológica se avoca a resolver la problemática que emerge
de los cuellos de botella y restricciones productivas que surgen en la
industria o en la inversión gubernamental. De una manera estilizada, Corea del
Sur es el ejemplo de uso para representar esta estrategia.
Antes de cualquier dictamen
apresurado, veamos por un minuto las ventajas y adversidades que cada modelo
contiene, especialmente en consideración de nuestro actual contexto como país,
no sin antes un par de digresiones.
Lo primero a dejar en claro es que
aún después de 10 años de inversión robusta y continuada en el sector, la
situación científico – técnica en Argentina es apenas incipiente. Habiendo
cosechado logros significativos que pueden enumerarse en cantidad de científicos
repatriados o en millones de pesos dedicados al financiamiento de programas
específicos, no podemos perder de vista que, en la mayoría de los campos del
conocimiento, estamos lejos de la frontera.
Lo segundo es mencionar que la formas
de producción de conocimiento han variado de manera ostensible en las últimas
décadas: de arcaicos paradigmas basados en el modelo del científico autónomo e
independiente encerrado en su laboratorio generando innovaciones únicas y
sorprendentes (el modelo Alva Edison, por ponerle un apellido), hemos pasado a
esquemas más complejos, en los que grandes equipos científicos, organizados por
disciplinas, internacionalizados y multitareas, con varios protagonistas
avanzando en los múltiples frentes que una problemática impone, con logros más
programables y predecibles que nunca antes.
En vista de estas dos menciones, resulta
casi obvio entender por qué una adscripción plena a la primera estrategia puede
conducirnos a lograr éxito en algunas batallas puntuales, pero no nos garantiza
ni de cerca la victoria en la guerra. Como dijimos, Argentina está muy lejos de
la frontera en muchos aspectos. Y los países que primerean en el desarrollo
científico no perciben el liderazgo científico como algo neutral, que les será
arrebatado sin resistencia. Podremos tener logros significativos y hasta podremos
sumar algún nuevo premio Nobel en ciencias duras, pero el verdadero liderazgo
en el campo científico-tecnológico es una larga y encarnizada batalla en la que
ningún jugador está dispuesto a resignar milímetros. Esta sola imposición de la
realidad pone a la primera estrategia en tela de juicio: qué armas de seducción
utilizaremos para retener a los productores de conocimiento. Qué poder de
imposición de agenda tendremos para que nuestros líderes del conocimiento
prefieran investigar en el terreno de las enfermedades de la pobreza como el
Chagas o la Hidatidosis, en lugar de acoplarse a la agenda primermundista del
HIV o los efectos de la sobrevida. Esto por mencionar uno y sólo uno de los
riesgos del desarrollo motorizado por producción de conocimiento.
Analicemos la segunda estrategia: es
por cierto menos costosa, los recursos no van a satisfacer demandas de grupos
de investigación cuyos resultados no garantizan aplicación nacional inmediata,
sino a cubrir demandas genuinas originadas localmente (nuestra industria o
nuestro gobierno). Pero es insoslayable que la industria argentina mantiene un
atraso relativo importante. Y esto tiene
efectos inevitables sobre el tipo y nivel de demandas que industria y gobierno
pueden ejercer sobre la ciencia. Sin dejar de mencionar que la frontera
tecnológica se mueve, y para colmo, en direcciones no siempre anticipables. Un
sistema de ciencias enfocado exclusivamente en satisfacer las demandas industriales
contiene el riesgo de aportar muchísimo recurso y energía en la consecución de
tecnologías y capacidades que están a punto de convertirse en obsoletas. Así,
en lugar de crear caminos y senderos novedosos, existe la posibilidad de que
estemos pavimentando callejones sin salida.
Para países con un desarrollo
industrial y científico-tecnológico MEDIO como el nuestro, quizás la respuesta
inteligente a esta problemática central sea, justamente, una estrategia
interMEDIA en la que sin dejar de atender las demandas de industria y gobierno
de manera enfocada, existen al mismo tiempo incentivos para producir avances en
campos de conocimiento con un nivel laxo de encauzamiento y monitoreo.
Dicho de manera estilizada e
ilustrativa: si no queremos un “supermercado” de conocimientos en el que
industria y gobierno llenan su carrito frente a una oferta múltiple, pero
tampoco estamos en condiciones de ofrecer un “restaurante” temático en el que
los menús de progreso científico-tecnológico están predeterminados, qué
queremos?
Y finalmente, una “tercera vía”, una forma "peronista" de política científica, es
realmente posible?
4 comentarios:
Patético... una versión aggiornada de Varsavsky... el "científico del tercer mundo".
Por lo menos tienen algo claro: industria y gobierno en Argentina no son funcionales a un sistema científico, del tipo que sea. Es un punto a favor de ustedes.
Por algún extraño motivo la "ciencia" es un fetiche (de clase media) que el gobierno trata sabiamente de explotar... pero de ahí a que la ciencia "resurja" en Argentina hay una gran distancia.
La ciencia cuesta MUCHO dinero ¿cómo justificar semejante gasto? el modelo productivo argentino tiene como objetivo de máxima la sustitución de importaciones de productos de tecnología madura y hasta obsoleta, después, por el lado del gobierno, temas como el Chagas y demás cuestiones asociadas a la pobreza están al tope de las demandas ¿ustedes creen que van a encontrar a muchos científicos entusiasmados por estudiar cosas que se resuelven con vivienda digna y agua potable?
Queda muy alto el listón a superar después de escuchar a Macri, Ricardo Alfonsin, Hermes Binner, Lilita Carrió y Alcides Acevedo hacer agudos comentarios sobre ciencia, tecnología, innovación e inserción social.
Se nota que están "en el ajo".
Estaba con algunas dudas hasta que leí el comentario de Alcides y ahí me quedó todo muy claro.
Muy Bueno
Contra, lo que usté propone es el modelo supermercado chino, oferta limitada con rotisería al fondo. Los precios son razonables pero lo central de la estrategia supermercadista china es que mantienen el estilo de oferta y de negocio sin importar que familia toma las riendas( vió que ellos rotan, no ?) Me parece que es el problema principal
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