sábado, 19 de mayo de 2012
Desde estas hermosas playas...
La sociedad griega vive una de sus opciones más difíciles: prenderse a las migajas de la servidumbre o luchar contra ella con riesgo de derrota. De un lado el abismo ya conocido y del otro, un oscuro vacío sin nombre. Su pueblo fue empujado al corredor de la muerte por la endogamia entre una elite disociada de los intereses de la población y una red internacional de expoliadores financieros que redujo el país a un simulacro de Nación soberana.
El PBI de Grecia cae desde 2008 y a este ritmo cerrará en 2012 un 20% debajo del nivel anterior a la crisis. Los jubilados fueron invitados a vivir con pensiones entre 20 y 30% menores; el salario mínimo fue cortado en 20% y el desempleo raspa el 25%. El país está siendo extirpado en esa proporción.
Pero los macrodatos no consiguen traducir lo que pasa en las vísceras de una agonía cuando alcanza este nivel. Son los detalles los que explican la brutalidad cuando la tasa de suicidio crece el 40%. El presupuesto griego en educación sufrió un recorte del 60% este año. Ningún organismo subsiste cercenado en el 60% de su todo: ni la merienda de los chicos fue ahorrada de la bulimia de los acreedores. De las periferias más pobres llegan relatos de desmayos en las aulas: es hambre.
La tragedia muda funciona como una endoscopía de las consecuencias sociales y éticas de preservar la riqueza financiera cuando el mecanismo que la sustenta colapsó en sus propios términos. La riqueza financiera es el gran cadaver de esta crisis, pero se mueve como un zombie insepulto. Ejercer su derecho de renta sobre la riqueza material de la sociedad implica a partir de ahora cortar la merienda de niños que se desmayan de hambre en las periferias de Atenas. Es preciso desinflar el poder leonino de la banca, pero no será el mercado quien lo haga. Quizás las urnas. Quizás las calles. Siempre la política. Nunca las leyes de
autosuficiencia mercadista.
Una delgada capa de hielo es la base de esta sombría primavera europea. Y un lago helado se revuelve debajo. Los engranajes vitales del mecanismo económico colapsaron: en vez de prestar a la producción y al consumo los bancos mantienen más de 600 mil millones de euros en el Banco Central Europeo después de recibir una ayuda de liquidez de monto equivalente. La serpiente se come su propia cola. En rigor la zona del euro ya no dispone de un sistema bancario en sentido estricto; la banca se convirtió en el termómetro y en la fiebre de la crisis. No presta y ya no consigue captar ahorristas; sus reservas comienzan a ser corroídas por los retiros.
Ahora los residentes se suman a la corrida. Y si bien ella todavía no atravesó la frontera que separa el miedo del pánico, ya superó el puente del contagio. Este jueves los españoles comenzaron a retirar masivamente sus ahorros.
Las acciones de los bancos empujan a las bolsas a la inmersión en la 4ta mayor economía euro. Si Grecia cae, España ocupará su lugar en la fila hacia el cadalso. El país está siendo picado tal como se pica un toro en la arena antes de matarlo. Los especuladores sangran el cuerpo español de un lado, la derecha gobernante les ofrece más carne humana del otro.
Este jueves, Rajoy, con un semblante aterradoramente imperturbable de la derecha que ata a la nación a un cepo, aprobó más cortes en salud y educación. Es una masacre. El ejemplo de Grecia puede ser inútil. El dinero arisco sólo acepta financiar al Estado español cobrando intereses cinco puntos encima de lo que pagan por papeles alemanes. Y sólo a corto plazo. Quien todavía tiene empleo pierde poder adquisitivo de forma devastadora. La derecha es aplicada y no erra el corte en la niebla de la crisis. Hace sólo cinco meses que está en el poder, pero ya entregó lo prometido: la distribución de la renta nacional ya se invirtió a favor del capital. En 2010 los asalariados españoles tenían 48.5% de renta. Los patrones 43%. Hoy las porciones son 45 y 46,5% respectivamente.
El cementerio social prepara sus cortejos en Europa. Pero los medios conservadores no retroceden. La inercia de los aparatos ideológicos reclama continencia en las columnas, en los títulos, en las jerarquías de los noticieros, en los zócalos, en los editoriales explicitos y también en los implícitos.
"No hay alternativa" advierten, en un juego macabro.
"Peor que sangrar en las manos del mercado es la hemorragia de quien intenta enfrentarlos"
"No hay salvación fuera del ajuste"
"Es la hora de la verdad después de la fiesta"
A cada uno lo suyo: liquidez garantizada a los acreedores. Al resto el ocaso.
Una palabra, sin embargo, desconcierta el orden global de servidumbre comandado por los medios:
ARGENTINA
En 2003, cuando comenzó el ciclo Kirchner, Argentina era una especie de Grecia de América del Sur. Desacreditada a los ojos de su propio pueblo, se balanceaba en las manos de los mercados especulativos. Néstor Kirchner heredó del extremismo liberar una tasa de pobreza que afectaba al 50% de los 37 millones de argentinos.
Una deuda impagable de 145 mil millones de dólares comprometía a la generación presente, sus hijos y nietos y los que estos alguna vez tendrían. La moratoria desesperada de 2001 terminó por anestesiar los mecanismos de crédito y financiamiento, sin los cuales ninguna economía funciona. Los acreedores sobrevolaban el país como buitres. El cerco se ajustaba de manera brutal. Los mismos medios que hoy dicen que los griegos no tienen alternativa prohibían el debate de cualquier política que no fuera la de rendición. Pocos se listaban entre los aliados.
Incluso en Brasil, el entonces ministro de Hacienda, Antonio Palocci, imponía ditancia sanitaria entre Kirchner y Lula, en sintonía con la presión internacional.
Para tener dimensión del cerco vivido por la Casa Rosada entonces alcanza con multiplicar por diez la presión que los líderes del euro, los medios, los banqueros y el FMI ejercen hoy contra el pueblo griego.
Néstor Kirchner no se dobló: dio sentido estratégico a la moratoria. Impuso un descuento del 70% de la deuda a los acreedores destinó ingresos crecientes a los programas sociales y de fomento. La tasa de pobreza se redujo al 10% de la población. La economía argentina fue la que más creció en el hemisferio
occidental de la última década.
La rebelión, naturalmente no fue impune. Ninguna rebelión es impune al orden vigente. Mienten los que venden pasajes para algún paraíso histórico desconocido. Las rupturas incluyen costos y la Argentina pagó y paga los suyos. La banca diseñó un cerco internacional obstruyendo el acceso del país al crédito en dólares. Una parte de la población sufre adicionalmente la travesía entre el viejo y el nuevo orden. Pero el país hoy ni de lejos recuerda el campo de concentración a la esperanza que asfixiaba antes de
optar por un camino propio.
Las circunstancias de ese brazo de hierro son astutamente omitidas por la crítica conservadora, que desdeña los innegables éxitos registrados. Es necesario a cualquier costo despreciarlos y devaluarlos como un punto fuera de la curva, un fuego fatuo de populismo anacrónico, inflación maquillada y boom pasajero de commodities.
Con todas sus vulnerabilidades, el disenso argentino rasga el imaginario de la crisis como una opción de re-erguimiento histórico enfrenta el martirio del monetarista ortodoxo en acción en Grecia, España, Portugal y otros por venir. Delante del funeral catastrófico en curso, su ejemplo mete un ruido intolerable en el manso discurso mediático, sembrando el virus de la duda:
qué es peor, sucumbir a la asfixia ortodoxa o luchar como hizo la Nación Argentina, en busca de un recomienzo con soberanía y dignidad?
Saúl Leblon - Carta Maior
17/V/2012
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