domingo, 3 de febrero de 2013

Mala película



Parecía un imposible, una utopía.

Que tanta tristeza, tanta injusticia, tantos seres humanos abandonados por el sistema, tantos proyectos negados, tantas vidas segadas en suicidios inexplicables, tanta nueva pobreza, tanta decepción encontraran a sus responsables y no quedaran impunes, sin explicación.

  • En España, por ejemplo, la crisis provocó que 4,3 millones de familias españolas quedaran sin sustento.  La mitad de ellos hace más de un año que no encuentran trabajo. Si la cuenta es entre los jóvenes de hasta 35 años, 55 de cada 100 están desocupados y el 60% no encontrará trabajo en el próximo año. Uno de cada diez hogares peninsulares tienen a TODOS sus miembros sin trabajo y 9 millones de persona se encuentran en la pobreza.
  •  La situación en Grecia no es mucho mejor: además de que el nivel de vida de la población ha descendido el 35% desde Lehmann Brothers, una de las variables que asusta por su incremento es la tasa de suicidios. Los griegos fueron tradicionalmente un pueblo feliz, con las menores tasas de suicidio del mundo. No es para menos, tienen un país hermoso. Pero 3200 griegos no pudieron apreciar esa cualidad y se han quitado la vida o lo han intentado infructuosamente desde 2010. Ese número supera todos los suicidios de la década del 90. Quizás tenga que ver con cuestiones subjetivas como la desesperanza y la falta de un horizonte. O quizás los motivos sean plenamente objetivos: 120 mil empresas han desaparecido en el país helénico en aquel lapso.
  • En Italia hay problemas. Y si Italia, uno de los 4 grandes de Europa cae, el futuro de la mismísima UE quedaría en entredicho. El único optimista era Monti, pero la deuda externa trepa al 120% del PBI y también lo hace la destrucción de fuentes de trabajo: la tasa de quiebra de las empresas creció el 22% y ya 8.3 millones de personas pueden considerarse pobres.


Por suerte en todo este tiempo hubo personas encomendadas a encontrar las causas de tanto sufrimiento y ponerle remedio. Como en una mala película en la que se busca la vacuna contra un virus fuera de control, nuestros doctores-héroes se abocaron a encontrar la cura y no tuvieron miedo de exponerse al contagio.  

Para ello dedicaron horas inacabables, postergaron sueño en habitaciones de hoteles cinco estrellas y, seguramente confundidos por los husos horarios, despertaron a colegas en horas inconvenientes para obtener un nuevo dato crucial para entender y explicarle a la humanidad las causas de un fenómeno que se abatía como noche negra sobre nuestra especie.

Tuvieron que sufrir el enorme inconveniente de olvidar el cepillo de dientes en casa cuando fueron convocados a subirse de urgencia a la cabina First Class de un avión que los depositaría en lugares a los que fueron convocados para ser testigos de primera mano de lo dramático y acuciante de la situación. Eso sí, siempre detrás del vallado interpuesto por las autoridades locales. Desde limousinas blindadas de vidrios oscuros. Adelante de las vallas, mientras tanto, la policía se ocupó de llamar al orden a algunos “infectados”.

Y, también como en las malas películas, esta semana tuvimos el final feliz. Gracias a los denodados esfuerzos y al espíritu incansable de nuestros protagonistas hemos comprendido la oscura y hermética causa de nuestros males.

Sólo cuando la música de suspenso llegó a su clímax, sólo entonces la chica bonita e inteligente del casting, Christine Lagarde, puso su mejor cara de circunstancia, aspiró hondo y lo dijo:

“La culpa de todo la tienen las erróneas y nada confiables estadísticas de la Argentina. Deben corregirlas.”

Italianos, españoles, griegos y portugueses volvieron a respirar aliviados.

Hubo lágrimas, abrazos interminables y besos largamente debidos.

Tal cual.

Como en una mala película.



1 comentario:

Jack Celliers dijo...

Ironía demasiado compleja, no habrá cacerolo que la entienda.