
Una linda tarde de octubre, como la de ayer pero hace 62 años,
Bernardo estaba en su laboratorio, trabajando como todos los días. Alguien le avisó que tenía un llamado, hablaban en inglés y lo buscaban.
Se arrimó al teléfono y los siguientes 3 minutos no los olvidó nunca más en su vida.
Llamaban de Suecia, la Fundación Nobel, para informarle que era uno de los tres acreedores al Premio Nobel de Medicina y Fisiología de ese año. Después, en medio de la emoción, fue difícil tener claro como siguió la conversación. Que iban a volver a ponerse en contacto para enviarle instrucciones y arreglar su viaje a Estocolmo en Diciembre y todo eso. Cosas que él vagamente recordó. Porque estaba azorado. Y, en verdad, porque no importaba. Se convertía en el primer nobel argentino y el primer nobel latinoamericano en ciencias "duras".
Bernardo, había sido un niño brillante. Había ingresado a la Facultad de Farmacia de la UBA a los 14 y a los 17 ingresó a la de Medicina. A los 24 estaba presentando su tesis doctoral sobre la "actividad fisiológica de la glándula pituitaria". Detrás de este tema y otros, asociados al sistema endócrino, a la glándula hipófisis, a la insulina y a cómo se metabolizan los carbohidratos, Bernardo continuaría por el resto de su vida. Los enfermos de
diabetes le deben en mucho a su trabajo la longitud de la vida que gozan pero principalmente la significativa mejora en su calidad, reconocible en las gravosas consecuencias que se testifican en los casos sin tratamiento: angiopatías (corazón y miocardio), retinopatías (ceguera) y nefropatías (riñones) por citar algunas.
Sólo la tumultuosa evolución política del país en aquellos años complicó sus investigaciones. Algún peronista, de seguro más peronista que Perón -alcahuetes siempre sobran-, mandó retirarle sus cargos universitarios y no le dejó otro camino que recluirse en una fundación creada ad hoc en el sector privado. Durante este período ocurrieron los acontecimientos con los que abrimos este post: el Nobel en el 47, nominalmente otorgado por “s
us descubrimientos sobre el rol de la hormona del lóbulo anterior de la pituitaria en el metabolismo del azúcar”.
Para estos cartoneros el Nobel es un premio demasiado devaluado y manoseado como para representar algo significativo. Pero nos ayuda a ver que detrás suyo hay un importante conjunto de aportes que Bernardo hizo al desarrollo científico argentino. A esos nos referimos.
En 1957, restaurado en sus cargos por la Libertadora, propuso fundar un organismo que no era otra cosa que el hijo putativo del CONICYT de Perón, y que él denominó Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (
CONICET), del cual fue director hasta su muerte, en 1971. Notablemente, quizás, haya sido esta gestión la que más le aportó al desarrollo científico argentino y no los variados y merecidos premios que fue cosechando a lo largo de su carrera.
Los gobiernos peronistas de Néstor y Cristina Kirchner reconocen esa vieja y triste deuda con Houssay. Y la honran con hechos más que con palabras. La tabla mostrada abajo indica, en miles de pesos corrientes (para evitar lectores capciosos que se rasgan las vestiduras por la ausencia de un indicador en moneda dura también se expresan en dólares, una demasía ya que mayoritariamente esos presupuestos van a engordar sueldos -un no transable- los alicaídos bolsillos de nuestros científicos y técnicos que no hace mucho empezaron a retornar de la para nada deshonrosa pero poco afín tarea de “lavar los platos”), el monto otorgado dentro del Presupuesto Nacional al organismo de Houssay en tres gobiernos arbitrarios, dos de ellos de insoslayable cuño neoliberal.

Deben agregarse aquí otros actos de gobierno significativos en el área: la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología, sin ir más lejos, es uno fundamental.
Sirva esta información para periodistas que se distraen en operaciones críticas, tales como averiguar el justo precio de los pasajes aéreos a Montevideo o la cantidad y calidad de las armas en manos de miembros de los Movimientos Sociales.
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