viernes, 2 de septiembre de 2011
El Luchador
Parece ayer que el luchador escupía ásperamente sus palmas, blandía su espada con ambas manos y comenzaba la faena de castigar enemigos, derribarlos sin misericordia y festejarlo con los suyos. La risa estruendosa. El vino y las hembras enemigas a farreo. Y adelante la vida infinita.
Hasta que llegó el pequeño, el david torpe y minucioso, mirando y repasando el terreno, con sus ojos de risa. Poco más que lo puesto y lo aprendido. Las noches febriles de amigos y discusiones, de abrazos y miradas a hermanos que ya no están.
Derribarlo de un hondazo, de un módico hondazo. Hacerlo caer y sorprenderse. Esperar a que juntara furia y tragara polvo y se repusiera para volver a la carga, los fierros afilados y la angurria pronta. Y con otra piedra volver a voltearlo. Sentir como temblaba la tierra cuando caía. Repasar de nuevo el terreno con la vista y pensar. Escucharlo comer odios y vomitar maldiciones. Y pensar. Mientras el Luchador se levantaba una vez más. Acercarse cauto, forzarlo a sentir el filo e invitarlo a la fiesta de sangre. Y pensar otra vez. Y ver la carne que empieza a manar. Y alajarse si es necesario. No tanto como para huir, ni tan poco como para ser alcanzado por los últimos estertores del luchador cegado. Eso. Dejar que la furia lo nuble. Y voltearlo una tercera y última vez.
Y una vez en el piso. Dejarle el trabajo a ella. La amazona que hunde el puñal, adentro en el vientre. La mano húmeda y temblorosa sintiendo el calor de sus entrañas.
Y ahora sí, la sangre emerger a borbotones. Inundar la piel y mojar la tierra seca. Una sangre negra. Oscura y densa. Con ese olor rústico y amargo del diario de la mañana. Sangre negra que es tinta. Sangre que es verdad.
Escucharlo lamentarse. Preguntar por los viejos amigos, los útiles, no estos, los nuevos, los idiotas que lo trajeron hasta aquí. Sentir que la sangre-negra-verdad se va y se va la vida. Que no puede detener la negra-verdad que deja de ser suya y se hace charcal, sosiego, y que empieza su agonía. La verdad adentro empieza a terminarse y tarde o temprano será el final. Frío. Triste.
Mirarlo desde arriba y dejarlo desangrarse. No acercarse a la bestia hasta el último instante. Y oler la sangre-negra-verdad que llega hasta tus pies.
Pobre gigante.
Siempre es tremenda la muerte.
Siempre nos pone frente a nuestras propias miseria
Pobre luchador.
...
...
Ya está. Hay que seguir.
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