sábado, 26 de julio de 2014

Dos lugares, tres candidatos


Una lectura que no prescinda de simultaneidad y correlación entre las esferas política y económica y que busque explicar el colapso de 2001, con el único fin de entender nuestro presente, podría decirnos que la pugna principal en los albores de aquella crisis era la colisión del intento de hegemonía entre dos factores de poder.

Uno de ellos el histórico y tradicional dueño de la sartén y del mango, que desde siempre pero con más profundidad desde 1976 hasta aquel fatídico verano campeó victorioso en nuestras pampas: la oligarquía diversificada (OD).

El otro, mucho más reciente, cuya “cabeza de playa” quizás haya empezado con el proceso de industrialización liviana peronista hasta 1955 pero para el que el verdadero “desembarco en Normandía” tiene no más de una década en nuestros anales: las empresas transnacionales (ET), para quienes el proceso de privatizaciones de nuestras grandes empresas de servicios públicos convirtió a nuestra tierra en lo más parecido al edén de los negocios fáciles y la renta limpia. Hasta cierto punto.

Dos factores de poder que hasta no más que un lustro antes de los luctuosos días de diciembre de 2001 habían logrado una inédita alianza de intereses, atada al pingüe negocio de hacerse de los activos que el Estado argentino, es decir nuestra población en su conjunto, habían tardado más de medio siglo en construir y que ellos, en menos de una década iban a capturar casi en su totalidad (zafaron bancos públicos, centrales nucleares, qué más?).

Esto en simultaneidad con una segunda versión de la revancha hegemónica dictatorial 76-83, esta vez no sanguinaria sino económica, vía desregulación y apertura indiscriminada de la economía: debilitar hasta prácticamente hacer desaparecer al factor de poder que realmente se postuló como su contradicción principal, la sinergia positiva entre una incipiente burguesía nacional PYME alimentada, educada y dispuesta a entregar su presente por un “Argentinean Dream” y las clases más humildes que con satisfacción ofrecen su sudor y sus horas productivas a cambio de ese pequeño paraíso peronista de vacaciones, aguinaldo y ascenso social por vía de la educación.

Estos dos factores, decíamos, resolvieron tímidamente a partir de 1996 pero con fuerza a partir de 1999, año en que la devaluación en Brasil abre un interrogante insoslayable sobre pertinencia del traje de buzo acorazado que nos regaló Cavallo en 1991, denominado Plan de Convertibilidad: nos salvó de eventuales tiburones y nos mandó al fondo del mar.

Está claro que la efímera administración De La Rua eligió jugar con la camiseta dolarizadora (ETs) y protegió a la moribunda Convertibilidad, mientras Duhalde y sus secuaces se pusieron al servicio de Techint y Clarín, digamos AEA en su conjunto, digamos OD, para mostrarle a Chupete lo equivocado que estaba y lo cruel que puede ser una elite vernácula cuando exige disciplina.

Para entonces empieza a gestarse la “anomalía argentina” en palabras de Forster: allí donde hay países que en 50 años sólo conocen un dictador salvaje e implacable, Argentina es bendecida con dos líderes popular que además de audaces y decididos, domina el tempo político para reinstalar el sueño de muchos, en el caso de Néstor por lo menos de 30 mil que ya no están.

Estamos en 2014 y 11 años después del amanecer kirchnerista la ecuación abierta entre los factores de poder que dominaron la década pasada (OD y ET) sigue sin resolverse, en particular porque viven una contradicción insuperable respecto de qué moneda se requiere para ejercer el poder: a los primeros les alcanza con pesos locales, los segundos tienen que convertirlos en moneda dura para que su dedicación tenga sentido.

Esa contradicción irresuelta se refleja en la coyuntura política y explica la existencia de dos candidaturas y tres candidatos en representación de nuestro establishment: por un lado las empresas transnacionales buscan imponer a Macri como su mascarón de proa. 

Y por otro lado la oligarquía local todavía no se ha definido entre dos oferentes que con sus ventajas e inconvenientes, son lo más potable que encontró en una década: Massa les es más genuinamente propio, más “gerenciable”, aunque adolesce de implantación territorial a nivel nacional, un territorio de disputa que con el paso de los meses vivirá la demanda de todos. 

Y Scioli, que tiene mejor instalación y podría convertirse en heredero de la aceitada herramienta electoral peronista/kirchnerista, virtud que a los ojos oligárquicos es al mismo tiempo su mayor activo y su mayor incerteza. Si el hombre queda atrapado y deudor del dispositivo electoral kirchnerista deja de ser químicamente puro: esto no es algo que los tradicionales dueños de la Argentina acepten incondicionalmente. 

Probablemente no deseen negociar nada con el kirchnerismo y prefieran borrarlo de la faz del país a fuerza de campañas mediáticas en las que lo asocien a corrupción e ineficiencia (nada nuevo, comenzaron el día que este proyecto se desentendió de esos intereses cruzados echando por la puerta de atrás a Lavagna).

Este análisis podría explicarle al confundido cacerolero porque “sus candidatos” no hacen lo que pregona @rinconet y se ponen de acuerdo en esas tres o cuatro cosas básicas que el país necesita, una suerte de módica Moncloa opositora, para convertir a la oposición en una invencible CDU y a todos nosotros en Alemania. En esencia porque representan intereses cuyas contradicciones no han podido superar desde 2003 a la fecha. 

Nuestros caceroleros, en otro esfuerzo por el pensamiento fácil, responsabilizarán por las divisiones existentes a cosas tales como la mezquindad, el egoísmo y otras miserias de los políticos y la política, que siempre es sucia, mala, fea. Lo de siempre.

Mientras tanto al kirchnerismo le quedan algunos meses, que inevitablemente deberán incluir algún relajamiento al bolsillo de los votantes,  para tejer un candidato que identifique y atrape. Esto ya está en marcha y el espectro de nombres empieza a reducirse. 

Lo pendiente? Dejar de vender el pescado viejo facturado varias veces y enamorar dibujándonos un futuro en el que den ganas de entrar, vendiéndonos nuevos escenarios y logros futuros, al mismo tiempo realistas, compartidos y posibles. Los activos del pasado, la fatigada listita de la década sólo sirve para confirmar que el kirchnerismo tiene la potencia y la capacidad de soñar en el ADN y que dejará la vida en ese esfuerzo.


Finalmente eso, dejar la vida por un sueño, y el amor de una gran mujer, son de las pocas cosas por las que los Cartoneros creemos que la vida vale la pena, no?


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