Había una vez una ciudad en el centro de Europa, capital de un imperio anacrónico y decadente, que vivió una auténtica explosión intelectual y artística.
Esa ciudad era Viena, en el período que va desde las guerras napoleónicas hasta la Primera Guerra Mundial. Un siglo en que la ciudad de los Habsburgos fue la vanguardia de cambios vertiginosos en la música, en las artes plásticas, en la arquitectura, en la literatura, en la psicología y en el pensamiento social.
En esa ciudad y en ese período floreció un pintor de gran originalidad: Gustav Klimt (1862-1918). De familia humilde, pudo obtener una beca para estudiar pintura y diseño de interiores. Se lo considera integrante del modernismo y, dentro de esta escuela, participó en el movimiento de la Secesión vienesa, agrupamiento de los pintores ajenos a la academia.
Klimt logró en sus obras un poco frecuente y seductor maridaje entre un erotismo poderoso y un manejo de símbolos que atenuaba el impacto sobre los más pacatos. Tal vez influyó en este logro el escandalizado rechazo que sufrieron sus pinturas para el Aula Magna de la Universidad vienesa, consideradas "pornográficas". Así produjo obras en las que casi sólo con insinuaciones, produce una fuerte impresión erótica, tales como las dos Judith. Otra de sus obras que transmite erotismo es El beso.
Aquí se reproduce Dánae, obra pintada en 1907 y que pertenece a una colección privada en Viena. ¿Quién puede permanecer indiferente ante ese relumbrar de muslos vigorosos?
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