domingo, 11 de octubre de 2009

Imperio



Una idea que ha quedado muy eclipsada en la historia latinoamericana es la de retener, aún después de independizarnos de España, la forma de gobierno monárquica para estas recién paridas naciones americanas.

Para nosotros, nacidos y criados en regímenes republicanos, esa idea de monarquía siempre fue extraña y ajena. Incluso la actual, convenientemente aggiornada y democratizada.

Pero a principios del siglo XIX, las únicas referencias republicanas cercanas eran la norteamericana y la francesa, y esta última más que un ejemplo parecía el compendio de cosas que nuestros criollos no querían hacer.

Por eso no es extraño que liberales criollos, hijos del iluminismo, promovieran una monarquía como forma de gobierno local. Belgrano es el ejemplo que nos citaron en la escuela nuestras maestras, con un poco de timidez y vergüenza porque, como decíamos, la sola idea hoy nos parece ridícula.



En 1815 viajó a Europa en una misión cuyo objetivo era conseguir un monarca para nuestro país. Esperaba que Carlos IV, el padre de Fernando VII que vivía su exilio en Italia, autorizara a su hijo menor, Francisco de Paula, a viajar a nuestro país, acceder al trono y comenzar rápidamente un proceso de pacificación y estabilización. Este último era el verdadero objetivo de Belgrano: no perder vínculos identitatios comunes entre el virreinato en Buenos Aires (que incluía Uruguay y Paraguay), la capitanía chilena y el virreinato peruano (que incluía la actual Bolivia) en esos años de anomia y desorganización regional. Es decir, "usar" al monarca para forjar la Patria Grande.

Sabido es que su misión no tuvo éxito: nadie en Europa quería verse como expreso enemigo de una decadente pero todavía influyente España. Por eso, vuelto del viaje, su posición en el Congreso de Tucumán viró a la de sostener un monarca de ascendencia Inca. Aquí es interesante notar que nuestra declaración de la Independencia estaba redactada no sólo en castellano, sino también en quechua e inglés.

Pero estas ideas hoy extrañas y que no llegaron a materializarse en el sur, sí lo hicieron más al norte: la guerra de la independencia mexicana también duró muchos años, más de una década. Similarmente a lo que ocurría aquí, al principio la posición expresa de los sublevados era apoyar el regreso de Fernando VII a la corte peninsular, privado del mando por las tropas bonapartistas. Cuando el ejército francés empieza a perder el control de España, las fuerzas locales van mutando hacia el republicanismo y empiezan a mirar a Estados Unidos como modelo de organizació con mejores ojos. Pero a diferencia de lo que ocurrió aquí, la contraofensiva española en México fue más efectiva y prácticamente logró retomar el control del país.

Las fuerzas independentistas acabaron convirtiéndose en una de las primeras guerrillas de las que se tenga conocimiento en el continente, y se recluyen en la intrincada geografía montañosa y verde del sur del país. Hasta allí llega a combatir Agustín de Iturbide, militar nacido mexicano al mando de las fuerzas realistas, las fuerzas insurgentes al mando del líder Vicente Guerrero.

Políticos ambos antes que guerreros, llegan a sentarse en una mesa en febrero de 1821, sobre la que diseñan y firman el Plan de Iguala que, a través de tres líneas reguladoras, decreta la independencia de México y convierte a este país en el primer Imperio latinoamericano, bajo el mando de Agustín I, que no es otro que el habilísimo Agustín de Iturbide y Aramburu. Su geografía alcanza ese sentido comprehensivo que Belgrano buscaba en el sur: se extiende desde la Alta California hasta el itsmo de Panamá, la Patria Grande Mexicana.

Su Imperio, cuyo escudo ilustra este post, va a conocerse en la historia mexicana como Primer Imperio. Agustín I, con su maniobra, se erige como un "traidor" a su pasado realista, aunque España no lo combatirá con virulencia gracia a ciertas preferencias económicas que Agustín le garantiza a la madre patria. Pero en no más de dos años será, a su vez, traicionado por los rebeldes republicanos que previamente habían pactado con él la necesidad de la paz que deviene del Tratado de las Tres Garantías y logran disolver la estructura imperial.

Con un ADN similar, no creemos que Julio César Cleto Cobos tenga las mismas habilidades políticas que Agustín I. Pero en estos días probablemente haya sentido en carne propia eso de ser "el traidor traicionado".



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1 comentario:

Charlie Boyle dijo...

Dos o tres cositas.
1- Mexico y Lima eran cabeceras de virreinatos en serio. Esto quiere decir que los virreyes eran parientes directos del rey. Acá en el plata los virreyes eran de poca monta, es mas el virreinato se crea en 1770 y pico duró muy poco tiempo comparado con los otros. Esto da tradiciones diferentes.
2- La tradición monárquica siempre fue fuerte por estos lares, de esto nos ocupábamos en este post http://carlosboyle.blogspot.com/2008/12/latinoamrica-sistmica-i.html Decíamos:"Es evidente que Latinoamérica tiene tradición imperial heredada de España que, a su vez, antecedió a la portuguesa y a las señaladas por Wallerstein, y con tal herencia de autoridad fuerte es regla impuesta. Todas las viejas burguesas querían estar emparentadas con la monarquía española, solo basta recordar la venida de la Infanta Isabel para el centenario de la independencia en 1910. Los estados "fuertemente centralizados y personalizados" a los que hace referencia Lucas son sus herederos directos y los que tapan la diversidad entre Civilización y Barbarie. Todavía hoy se nos manda a callar la boca."
3- Banco a Belgrano en esta, la república era un proyecto masón -imperial ingles. La república instauró un fractura cultural. Si en cambio hubiésemos tenido una interfase, el cambio no hubiese sido tan brusco y sangriento