La atrofia de los mecanismos de comando de los sistemas económicos nacionales es la prevalencia de estructuras de decisión transnacionales
Celso Furtado
En algún momento de los últimos meses ocurrió un hecho mudo, pero que grita la tendencia real del capitalismo que modela nuestro planeta. El año pasado el Credit Suisse había calculado que el 1 por ciento más rico del planeta poseía el 48% de la riqueza producida en el planeta. El Reporte de Riqueza Global en su versión 2015, emitido por el Credit Suisse hace pocos días, indica que ese 1% es ahora propietario del 50.4% de la riqueza global. Es decir, se ha perforado la simbólica cifra de la mitad de la riqueza mundial. La ONG británica Oxfam lo había predicho en enero, sin que eso signifique celebración alguna.
Es obvio que este proceso de concentración en menos y menos manos tiene efectos sobre la estabilidad social en los países y amenaza la seguridad global. La pobreza es ahora un poco más difícil de combatir, amenaza la inclusión política y genera efectos innegables sobre la corrupción: es cada vez más difícil mantenerse cristalino cuando las corporaciones chocan con los intereses de los gobernantes y sus pueblos.
Un estudio reciente en India muestra que la mitad de sus nuevos milmillonarios ha construido su fortuna sobre la base de "renta gorda", lo que en criollo significa subsidiados por acciones y muchas veces omisiones de los gobiernos (permisos para construir en suelo público o el control no legalizado de medios de comunicación).
El capitalismo, así, se va corriendo de manera ominosa desde su eje competitivo e innovador a tu eje monopólico y corporativista.
Nuestra predicción es que estas secuencias, a lo largo de la historia, suelen terminar peor de lo que empezaron, con sangre, con regímenes totalitarios o imperios del terror. Cuando ocurra, no será precisamente una película de Scorcese
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