En la entrada anterior trajimos a la mesa un debate
académico que creemos que tiene significación y probables efectos sobre nuestro
futuro.
Hacemos votos para que los tenga, porque está claro que en la
nueva (e inédita) pantalla que se jugará a partir de 2016, considerando la virulenta
dinámica política en nuestra tierra, las lecciones que nos dejan cada día los
intentos de un partido popular por congraciarse con el poder financiero en
Brasil y el fructífero paréntesis que impone la visible pugna de liderazgo entre
las facciones de nuestro poder económico concentrado, abre la posibilidad de
pensar y diseñar un modelo de país que probablemente no haya ocurrido desde los
años de la (nefasta, dirán algunos) Organización Nacional allá por 1880.
Los 12 años de kirchnerismo son, entre otras cosas, una
batalla cultural ganada. Las pruebas son contundentes, por ejemplo en las
maniobras electoralistas desesperadas de los representantes del conservadorismo
local para convocar el “voto útil”: hay que garantizar la continuidad de los
derechos sociales incorporados en la última década y confirmarlos con un
monumento a Perón.
Los académicos observan, decíamos en la entrada anterior,
parámetros cuantitativos razonablemente elegidos, “pertinentes y relevantes”
dicen en su jerga. Entre ellos cuenta la calidad educativa (se sabe que este
blog desconfía consuetudinariamente de los cuantificadores impuestos por orgas internacionales, por caso el PISA), la productividad, la cohesión social,
etc.
Nosotros, sin desestimar las agudas conclusiones de los
sabios, creemos que los países avanzan a un estadío superior sólo cuando
amplias mayorías de su sociedad están sintonizadas en la misma armónica, cuando
sectores populares ampliamente mayoritarios bailan al ritmo de la misma música. Es esa gran mayoría, y no hablamos de los resultados de una elección sino de
algo más ambicioso, la que puede aspirar a imponer una visión que cristalice en
objetivos soberanos, comunes y deseables y que esa visión, ese rumbo sea obligatorio
para las minorías, incluso aquellas que fungieron de mayoría durante largos y
penosos años.
Eso es lo que sintetizamos, audazmente, de las conclusiones
de los académicos. Creemos que los ejemplos de Corea, Finlandia o Japón nos
avalan: sociedades cohesionadas (sea voluntaria o exógenamente) con una
autoestima nacional alta y la firme decisión de trascender.
En nuestro caso estos 12 años, por decirlo de una manera
estilizada, pusieron el foco en los sectores más olvidados de la sociedad, trajeron
a la luz a los invisibilizados del neoliberalismo. Hablamos del 40% más pobre
de nuestra sociedad. Pero declaramos acá y ahora: la hegemonía de la que
hablamos no se construye con la mitad “inferior”. Es más ambiciosa que eso y
requiere de los sectores medios, dando por descontando que la arista superior
de nuestra pirámide sigue creyendo que le sienta mejor el rol dual de ser, a un
tiempo, yugo inflexible de sus compatriotas y cortesana del poder global.
En esos sectores medios se asientan dueños de pymes,
autónomos exitosos, ejecutivos de empresas medianas y grandes, creadores de
valor de las más diversas maneras, pero no sólo ellos, también sus familias,
sus relaciones de clase, sus asistentes cercanos, su secretaria, la familia de
su secretaria, en fin, podemos seguir.
No es un desafío sencillo. Hablamos de gentes que han sido
sometidas a 30 años de un discurso único, deliberadamente alienante y derrotista,
cuidadosa y perversamente diseñado, y que han visto como una profecía se convierte
en realidad con vivencias de hiperinflación, saqueos, piqueteros contra
caballerías, confiscaciones, etc.
Gentes, también debemos decir, de las que nos cuesta
entender cómo pueden vivir en la dualidad de crear y ver alrededor como otros
crean valor todo el tiempo, fomentan innovación, creatividad, soluciones únicas
y atadas con alambre, pero que duran siglos, en un ecosistema en el que los negocios
son hostiles, volátiles, casi fantasmales, donde el derecho de propiedad está
todo el día bajo amenaza, y todo eso pensando que no tenemos futuro, que el
Pasaporte europeo es una bendición, que lo deseable se llama Miami.
Gentes que todo el tiempo son amaestradas en el dudoso arte
de discriminar al pobre, al negro, al cabeza, de desestimar su patrón social, a
las que cada día el poder les inocula una gotita más de odio de clase.
Obsta decir que la descripción es estilizada y genérica, un
intento jauretchiano y audaz de un relato de clase, pero a instancias de sus
padres, los hijos de estas familias son los que se suben a un micro, marchas
centenares de kilómetros y emprenden acciones solidarias con otros argentinos
que viven en una tribu del Chaco o una villa miseria en Junín de los Andes. O resuelven
dedicar largas jornadas a juntar y ordenar donaciones en una capillita cuando
la naturaleza se ensaña con sus compatriotas. La solidaridad, la nobleza y el
empuje rezuman, hasta que se enciende el televisor.
Ese es el desafío de la próxima etapa si nos queremos tomar
en serio atravesar con éxito el Mar de los Sargazos.
Es un desafío inédito en la historia humana. En todos los
otros casos, los procesos de emblocamiento hegemónico de las sociedades fueron
hechos desde arriba hacia abajo, y en la mayoría de los casos instrumentados a
punta de fusil o bajo amenaza de inanición. Elites que convencieron, pero después del
primer tiro. Sabemos que no es el camino.
Nuestro camino, el del peronismo, es ir de abajo hacia
arriba, pacíficamente, por vía de la persuasión, tendiéndole un sólido puente a
aquellos a quienes el mismo peronismo creó y luego liberó a su albedrío, para
que vean en los sectores sociales que los sostienen a hermanos, a compatriotas,
a compañeros en el mismo barco.
Si este proceso de cohesión tiene éxito, el disciplinamiento
de potenciales sectores rebeldes, los dueños históricos, es automático. Nada
más insobornable que una sociedad convencida.
Tendernos la mano es lo que sigue.
1 comentario:
yo era parte de eso, era, los comisarios politicos me llevaron de soy a era.
espero sinceramente que no tengan exito
saludos
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