Cuántos muertos dejó Fidel Castro?
Cuántos muertos dejó la gripe aviar?
Cuántos la vaca loca?
Cuántos muertos dejó el Y2K?
Cuántos muertos el agujero de ozono?
Y cuántos cayeron por las armas de Saddam?
Cuántos muertos nos dejará ISIS? Y cuántos muertos nos
dejará la respuesta a ISIS?
Cuántos muertos nos dejan el exceso de peso y el exceso de sal
y el exceso de alcohol y el exceso de tabaco?
Cuántos muertos dejan el churrasco y la exposición al sol?
Cuántos muertos dejó el Hombre de la Bolsa?
Se pasan la vida metiéndonos el miedo en el cuerpo
Asustándonos con cosas que no existen o que, si existen,
apenas matan.
Pero ellos se pasan la vida asustándonos con el déficit
fiscal y la inflación.
O con el Cuco, como si fuésemos niños.
Con todos sus Cucos.
Porque saben, hace 5 mil años, que nada es más fácil que
dominar una sociedad asustada.
El miedo nuestro es el control de ellos.
Nuestro miedo pide policías, tanques, carros hidrantes, balas de goma,
puertas blindadas y cámaras.
Vendidos por ellos para defendernos de los males que nos vendieron
antes.
El miedo justifica la mano dura.
El miedo justifica los vidrios polarizados y los autos
blindados.
El miedo justifica quedarse en casa y no salir.
El miedo justifica todo
eso.
Pero tengo una mala noticia.
Muchos desconectamos el aire, ese que usamos por miedo a
enfermarnos.
Y cuando el motor se detuvo, entró por la ventana el viento
de otra verdad.
Las cortinas volaron y quedó claro que lo que de verdad mata
es la desigualdad, la pobreza, la injusticia. Y que nadie muere de miedo.
Que los males están ahí afuera. Y empiezan a terminarse cuando
nos juntamos. Cuando nos reunimos. Cuando nos miramos a los ojos.
Corre el viento. Aireamos el miedo.
Es largo el camino.
Corre otra verdad.
Y en eso estamos.
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