El Café de Rick

Quizás cueste llegar a entender qué hace Rick Blaine regenteando un café en el lejano y tranquilo Marruecos fracés. En parte porque es norteamericano y ha sido expatriado. En parte porque es un tipo bastante introvertido y habla poco de sí mismo.

Sin embargo, a medida que transcurre la película, el personaje se gana el corazón de los cartoneros perdedores e idealistas.

Su café es el abrevadero de nazis, de franceses traidores de Vichy, de perseguidos, de asilados políticos y de ladrones. Y es también el lugar adonde recalan Laszlo y su esposa Ilsa, un antiguo y enorme amor que abandonó a Rick en un oscuro pasado, dejando sólo una carta.

Con este inesperado encuentro, el fuego entre Ilsa y Rick, fuego que estuvo muy vivo años antes, vuelve a encenderse. El más frío de los espectadores sentirá esa pasión en la pantalla. Pero Rick, como suele ocurrir en estos casos, deberá decidir entre su propia felicidad, reteniendo a la mujer que ama, y la virtud: que Laszlo siga su camino liderando la Resistencia francesa desde algún lugar seguro.

Pero ahorrémonos malentendidos: Rick está en Casablanca porque es uno de los pocos lugares en el que está seguro. Rick tiene un pasado de mercenario. Eso es lo que fue cuando traficó armas a Etiopía en su lucha contra el invasor italiano. Eso es lo que fue cuando combatió a los falangistas en España.

Un mercenario. Que elige a sus contratistas por la justicia de sus causas y por la pasión que ponen en pelear por sus ideales, coincidiendo seguramente con los de él.

Es el tipo de mercenarios que nos gusta.

Evidentemente, el Doctor no tiene el mismo parecer. Se nota.





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