lunes, 8 de febrero de 2010

Al confesionario


Detrás del velo de misericoridia y sensibilidad del cual se busca camuflar el envío de un presbítero al Sanatorio Los Arcos, quien manifiestamente expresó su voluntad de administrar en el diputado Kirchner el sacramento conocido como “la unción de los enfermos”, subyace un más bien tenebroso vaticinio de muerte cercana que su remitente no desconoce (a pesar de los importantes cambios que dicho sacramento sufrió durante el Concilio Vaticano II, hasta cuyo desarrollo se conocía como “extremaunción”).

El ideólogo de esta movida seguramente actuó sobre un imaginario firmemente arraigado en la mayoría católica (aunque cada vez menos practicante) que puebla nuestro país, enviándole un sacerdote que representa una versión inequívoca del final para el enfermo que en este caso es, además, adversario político. Aún cuando el Arzobispo, protagonizando el papel de pastor celestial de una grey secular, lo niegue.

La unción de los enfermos, a pesar de tratarse de un personaje público, debe ser solicitada por la familia, que es quien mejor informada está sobre el verdadero estado de salud de la persona en cuestión. Si el presbítero recibió agradecimientos y fue despedido a su origen, significa que la familia NO lo pidió. Eso sin mencionar la operación de prensa subyacente pues, tratándose de un acto relacionado a un hecho tan trascendente en la vida de la persona, deben guardarse las formas y respetarse la más estricta intimidad. Por ejemplo, nunca se supo cuándo y cómo se le administró la unción de los enfermos al popularísimo Sandro. Pero sí supimos detalles específicos de como el presbítero Torella aguardó ayer 40 minutos en los pasillos de la Clínica. Esto quién lo hizo público?

Detrás de toda esta mise en scene (que se hubiese evitado de mediar la voluntad con un simple llamado telefónico), por supuesto que sobriamente subjetivada, se puede detectar un tris de animosidad, una dosis no menor de antipatía y hasta cierta leve tirria.

Y detrás de todas estas expresiones de sentimientos negativos anida un vicio principal que va anudado a la ostentación de un cargo. Es decir un poco de envidia apoyada en una cierta soberbia. Una cierta e indisimulable schadenfreude basada en el mal del adversario.

Ambas, envidia y soberbia, amigo cardenal, son pecados capitales.

Al fin, todos somos seres humanos, amigo cardenal; pero usted no olvide, cave, cave, Deus videt.




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6 comentarios:

Anónimo dijo...

Coincido en un todo pero además yo vi en esa actitud un mensaje mafioso.Lo digo en serio.Estos tipos están relocos.
Cuantas cosas debería replantearse la Iglesia Católica.
¿Cómo puede ser que esté tan llena de malas personas y delincuentes?

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
santix dijo...

Yo, si fuera Cristina, en la primera oportunidad que le toque a Bergoglio ir a un sanatorio, asi sea para sacarse una uña encarnada, le mando un funcionario de la morgue para tomarle las medidas para el jonca.
A ver que dice.

Mendieta dijo...

Las palabras justas.
Saludos
PD: lo de Santix me hizo cagar de risa.

guille dijo...

Que se valla a mandar el oleo sarasa a el que lo pida y lo necesite ,tanemos lupin para rato.

Nando Bonatto dijo...

Coincido con Gringo Viejo,el mensaje era claro,reconciliate conmigo ahora o quedas como un hereje de mierda
Me encanto la actitud de los Kirchner nada hipocrita al respecto