Hay un factor que actúa como propagador de inflación y que tiene que ver muy directamente con lo que hoy está al uso llamar inflación inercial: las expectativas.
Todos los analistas, economistas más cercanos y más lejanos al gobierno, periodistas, políticos incluso, cuando hablan de inflación le atribuyen a las expectativas un rol muy importante.
Aquel que alcanzase a tener un dominio más o menos aceitado sobre todos los canales a través de los cuales se establece la generación y transmisión de expectativas, puede propiciar políticas expansivas, con la certidumbre de que cuenta con una herramienta muy eficaz para evitar desbordes inflacionarios.
Una barrera de contención en un ámbito de propagación del fenómeno (aunque no sea su causa fundamental).
Tal vez, en la Argentina actual dominar las expectativas podría brindar la posibilidad de aspirar a mantener una economía “calentita”, con una inflación notablemente menor a la actual.
Ahora bien, ¿cuál es la situación? El Gobierno no está en la mejor posición como para encarar el desafío.
Actualmente (atención a la transitoriedad de estos fenómenos), la realidad indica que el Ministro de economía da un discurso diciendo que el Gobierno se compromete a enfrentar el problema de la inflación, y el que tiene unos mangos sale corriendo a comprar dólares. Esa es la situación actual, mal que pese.
En algunos casos, ya entramos en la lógica del aumento preventivo. Por eso (entre otras cosas) desconfío de las explicaciones que hablan del “poder de los oligopolios”. Por supuesto que los oligopolios están en condiciones de salir ganando en cualquier puja distributiva que se establezca, pero la verdad es que, una vez desatada la carrera, el almacenero de Villa Luzuriaga enseguida piensa en el aumento de precios como forma de mantener su capital de trabajo ante la posibilidad de que sus proveedores le trasladen aumentos cuando tenga que reponer mercadería. Y no es que el tipo (estos miles de tipos) complote junto al capital concentrado. Actúa de manera previsible de acuerdo al diferencial de información con el que cuenta. Y hasta se perjudica a sí mismo, sin saberlo, entrando en la carrera de lleno. Porque lo que sí es cierto es que los capitales concentrados tienen la forma de imponer sus condiciones en el contexto que fuera (inflacionario o no). Pero ese es otro tema. La realidad es que llegados a determinado punto, el tipo actúa previsiblemente así.
(Aparte pagan costo financiero altísimo si necesitan adquirir capital de trabajo en el mercado financiero “paralelo”, pero es es otro asunto).
Otra cuestión es que tampoco existen puentes firmes que sirvan para establecer los vínculos necesarios con gente de la que necesariamente se requiere colaboración.
Un ejemplo claro es la operación llevada a cabo por Clarín y La Nación sobre el aumento de la canasta escolar. Pensemos un poco. Si Clarín dice que dos gomas de borrar valen $5,90, mientras que se las consigue en las librerías entre $1,40 y $2,60 según las marcas, ¿a qué está apuntando? No lo veamos desde la visión del consumidor solamente. Pensemos en el librero que ve en el diario que otras librerías están vendiendo dos gomas a $5,90. Automáticamente piensa: “yo soy un pelotudo, que vendo a $1,60. Cuando tenga que reponer mercadería, cómo hago?”. Fijémosnos que la operación se hizo una semanita antes de que la compra de inicio de clases llegara a su punto cúlmine.
Entonces, hay actores con condiciones informativas privilegiadas (en el sentido de que tienen llegada, y se les cree) que pueden operar negativamente sobre las expectativas, y que tienen pocos incentivos para no hacerlo. Su poder de fuego, sin embargo, es bastante limitado. Vale la aclaración, porque tiende a sobrevalorarse lo que estos actores pueden generar. Pero, sin ser invencibles, un poco influyen.
Ese es el contexto, el cuadro de situación. No es inmodificable, pero hoy por hoy es complejo. Hay que reconocerlo y tratar de analizarlo al máximo para saber en qué condiciones se opera.
Tal vez, en este momento sea preferible plantearse objetivos mínimos, de menor alcance, y adoptar una postura de “resistencia” ante las propuestas de ajuste anti-inflacionario más salvajes (que generen “shocks”, que es lo que hay que evitar invariablemente). Y ceder algún puntito frente a otras demandas. Más adelante trataremos de profundizar un poco en algunas ideas sobre lo que, a mi modo de ver, se podría hacer.
3 comentarios:
Con tu permiso. y sin ser un técnico. Todo lo que decís sobre las expectativas es cierto.
Pero la palanca última que permite que eso influya es la baja productividad por falta de reinversión y crédito barato (podés invertir el orden de los factores).
De ahí la importancia estratégica del Fondo del Bicentenario, aunque sólo figurase como garantía de última instancia para bajar las tasas.
Si los salarios suben y la demanda crece, pero la productividad no, faltarán productos y subirán su precio. Ese es, creo, el nudo gordiano. Saludos.
Bob: yo tampoco soy un técnico así que estamos en igualdad de condiciones. No pida permiso, hombre.
No estoy en desacuerdo con lo que dice.
Pero, como todo tiene que ver con todo...
La falta de crédito para la producción está bastante relacionada con la expansión del consumo y con el comportamiento de los precios.
Los bancos no prestan a largo plazo por temor al descalce. Y hay algo muy cierto, también. Tienen los bancos fondeo de largo plazo? Entonces, el exceso de liquidez se canaliza en el corto plazo, porque es básicamente de corto plazo.
Esa es una condición constitutiva de la economía argentina. Mejor dicho, la economía argentina, y mucho más después de la crisis del 2001, tiene un sesgo en ese sentido.
El desbalance entre el comportamiento expansivo del consumo y la inversión tiene nombre: el ahorro privado (su "deficiencia").
Entonces, el punto es cómo suplir esa carencia. Marcó del Pont está en eso. Pero es complicadísimo.
Después discutimos algunas cosas sobre el Fondo el Bicentenario, si quiere.
Gracias por el comentario.
Un abrazo.
No sé, pero cada vez me convenzo más que la inflación "ES" las espectativas.
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