Catalina II, Emperatriz y Autócrata de Todas las Rusias, las gobernó durante 34 años, uno de los períodos más largos de su historia monárquica. Y poco tiempo después de su muerte en 1796, un historiador ruso le escribió al nieto de la zarina: “Si comparamos cada período conocido de la historia rusa, todos concordarán en que el zarinato de Catalina fue la época más feliz para el pueblo ruso”.
El juicio actual es mucho más complejo: no hay un hecho que defina el reinado de Catalina ni un acto épico que genere admiración. Incluso en su propio tiempo Catalina tenía críticos furiosos que la veían como una usurpadora oportunista y mancillada con la sangre de su esposo. Pero también tenía defensores acérrimos, entre los que el más popular era Voltaire, el filósofo francés, a quien premiaba con regalos lujosos y cumplidos excesivos, y que respondía reverenciándola y operando como su asesor de imagen en Europa Occidental.
Un breviario posible de su reinado debería incluir las guerras con los turcos que le dieron Crimea y el acceso al mar Negro a Rusia; la reorganización del sistema de municipios; un mecenazgo todavía recordado en el campo de las artes y la apropiación de todos los bienes eclesiásticos y la conversión de obispos y sacerdotes en funcionarios estatales. También la generación de la primera deuda externa de la historia rusa.
Pero Catalina reservó su mejor lugar en la historia de la imaginación. La recuerdan como la zarina Iluminista ocupada en insertar un pueblo atrasado en una cultura occidental. Y como una apasionada mujer que podía ser fríamente manipuladora o trágicamente frustrada en el terreno del amor, a pesar de que todos sus adversarios intentaron hacerla quedar como una casquivana.
Algunos de sus más exquisitos palacios han sido expuestos a la dilapidación, y otros se mantuvieron cerrados y protegidos. El palacio de invierno de San Petersburgo es hoy el Museo Hermitage, aunque los apartamentos privados de la mujer que sus enemigos llamaban “Mesalina del Norte” ya no existen. Fuera de la ciudad, los largos Jardines de Verano ya no contienen las montañas rusas (ajá!!... de ahí el nombre) que mandó instalar como entretenimiento veraniego.
El Complejo Real de Peterhof, donde Catalina vivía intermitentemente durante su reinado, es el punto de atracción más popular de Rusia y tiene la intimidad de un lugar visitado por 6 millones de personas al año. Pero uno puede descubrir, régimen comunista mediante y muchos años más tarde, que hay algo del mundo de Catalina que permanece. No se trata de sus leales cosacos contratados como Guardia Real o los diamantes traídos de Amberes para premiar a los referentes de su corte, sino de una realidad compleja y plena de contradicciones. Esa mezcla entre deseosa y revulsiva que siempre tuvo Rusia de acercarse a la cultura occidental, esa demanda permanente por una gran reforma y por un gran reformador, un autócrata benevolente que volviera a ser el Padrecito, el gran líder que convocará a la nación a su destino de grandeza. Por algo se usó el apodo de Padrecito, que se supone nace con Pedro el Grande, tanto para los zares como para los líderes comunistas.
Catalina no se hubiera sorprendido ni un ápice del destino corrido por un sucesor como Mikhail Gorbachov. No se le hubiese movido un pelo por palabras como las que Gorbachov escuchó en su campaña electoral de 1996: “Salí de acá, Judas, vendiste nuestro país”.
Por supuesto que Catalina también habría entendido absolutamente a Néstor y Cristina. Y habría tenido un buen consejo para darles: "reforma, ma non troppo". Porque Catalina sabía que las reformas se comen a los reformadores. Y por eso se cuidó de no cruzar esa línea invisible. Porque creía que tenía un compromiso con el pueblo ruso y porque creía que era la única que entendía sus necesidades. Y porque quería seguir reformando.
Catalina quería ser admirada como tal, y dedicó una parte importante de su vida a temas estructurales de la realidad rusa, aún cuando fueran muy poco glamorosos. Temas como el Código Civil, la educación, la salud, los orfanatos, el planeamiento y asentamiento de pueblos y ciudades en la infinita estepa rusa y el desarrollo de una agricultura en estado muy primitivo.
Vio que el país poseía llanuras muy ricas y vio que estaban claramente sub-explotadas. Y recordó que su tierra de origen, Prusia atravesaba una de las hambrunas más duras de las que se tenía memoria, consecuencia de años de mal clima sobre todo el continente y, si se quiere, también de la interminable Guerra de los Treinta Años. También recordó que entre sus antiguos prusianos, alemanes y holandeses estaban quienes se enorgullecían de ser los mejores trigueros y molineros de Europa. Gente industriosa y voluntariosa, exactamente lo que le faltaba al Gran Imperio Ruso.
Entonces publicó un edicto real que distribuyó en Prusia y en Sajonia, en Hesse, en Würtemberg y en Holanda, en los valles del Rin y del Elba: invitaba a una emigración hacia las ricas y pacíficas llanuras del Volga, donde proponía una colonización planificada bajo su amparo. Salvaguardando durante exactamente 100 años las costumbres de origen. Esto es, respetar la instalación de escuelas y maestros alemanes; religión, sacerdotes e iglesias alemanas; costumbres y leyes alemanas durante un siglo.
Y, probablemente producto del hambre que reinaba en Europa, tuvo bastante éxito. El cumplimiento de las condiciones pactadas que testificó el primer contingente de 20 mil inmigrantes alemanes se hizo conocido en Alemania y en el curso de los siguientes años llegaron a Rusia muchos "alemanes del volga". A fin del siglo XIX se estimaban en 500 mil.
Dicen que allá por 1870, cuando se cumplían los cien años que estipulaba el Edicto Real, el estado ruso volvió a las colonias de alemanes del Volga a hacer valer sus términos. Venía a tomar posesión soberana de las colonias y a “rusificarlas”. Y que los alemanes del Volga ya no tenían a la “Madrecita” para defenderlos.
Entonces dicen que, temerosos de perder su identidad, apuraron la organización de misiones que buscaran un destino urgente que siguiera amparándolos en su unidad germánica.
Dicen que una de esas misiones, en un barco que llegó a un país muy lejano, se encontró con un tal Nicolás “Chingolo” Avellaneda y con un tal Bernardo de Irigoyen, hombres urgidos por ponerle cristianos a unas tierras recientemente conquistadas a unos indios. Y dicen que las negociaciones llegaron a buen término y que les asignaron, como era la costumbre, unas tierras cerca de la frontera.
Será por eso que el abuelo de Contradicto hablaba únicamente alemán, tenía un pasaporte escrito en ruso y se crió en un campo argentino, cerca de Coronel Suárez, lejos ya de la siempre recordada “Madrecita” Catalina...
Catalina quería ser admirada como tal, y dedicó una parte importante de su vida a temas estructurales de la realidad rusa, aún cuando fueran muy poco glamorosos. Temas como el Código Civil, la educación, la salud, los orfanatos, el planeamiento y asentamiento de pueblos y ciudades en la infinita estepa rusa y el desarrollo de una agricultura en estado muy primitivo.
Vio que el país poseía llanuras muy ricas y vio que estaban claramente sub-explotadas. Y recordó que su tierra de origen, Prusia atravesaba una de las hambrunas más duras de las que se tenía memoria, consecuencia de años de mal clima sobre todo el continente y, si se quiere, también de la interminable Guerra de los Treinta Años. También recordó que entre sus antiguos prusianos, alemanes y holandeses estaban quienes se enorgullecían de ser los mejores trigueros y molineros de Europa. Gente industriosa y voluntariosa, exactamente lo que le faltaba al Gran Imperio Ruso.
Entonces publicó un edicto real que distribuyó en Prusia y en Sajonia, en Hesse, en Würtemberg y en Holanda, en los valles del Rin y del Elba: invitaba a una emigración hacia las ricas y pacíficas llanuras del Volga, donde proponía una colonización planificada bajo su amparo. Salvaguardando durante exactamente 100 años las costumbres de origen. Esto es, respetar la instalación de escuelas y maestros alemanes; religión, sacerdotes e iglesias alemanas; costumbres y leyes alemanas durante un siglo.
Y, probablemente producto del hambre que reinaba en Europa, tuvo bastante éxito. El cumplimiento de las condiciones pactadas que testificó el primer contingente de 20 mil inmigrantes alemanes se hizo conocido en Alemania y en el curso de los siguientes años llegaron a Rusia muchos "alemanes del volga". A fin del siglo XIX se estimaban en 500 mil.
Dicen que allá por 1870, cuando se cumplían los cien años que estipulaba el Edicto Real, el estado ruso volvió a las colonias de alemanes del Volga a hacer valer sus términos. Venía a tomar posesión soberana de las colonias y a “rusificarlas”. Y que los alemanes del Volga ya no tenían a la “Madrecita” para defenderlos.
Entonces dicen que, temerosos de perder su identidad, apuraron la organización de misiones que buscaran un destino urgente que siguiera amparándolos en su unidad germánica.
Dicen que una de esas misiones, en un barco que llegó a un país muy lejano, se encontró con un tal Nicolás “Chingolo” Avellaneda y con un tal Bernardo de Irigoyen, hombres urgidos por ponerle cristianos a unas tierras recientemente conquistadas a unos indios. Y dicen que las negociaciones llegaron a buen término y que les asignaron, como era la costumbre, unas tierras cerca de la frontera.
Será por eso que el abuelo de Contradicto hablaba únicamente alemán, tenía un pasaporte escrito en ruso y se crió en un campo argentino, cerca de Coronel Suárez, lejos ya de la siempre recordada “Madrecita” Catalina...
5 comentarios:
Buenisimo el relato
y cruzaban el mar durante seis meses
de mies a mies
de las orillas del Don
a las del Quequen Grande
de Ucrania a las pampas
ojos claros entre piel rendida
duro aleman del siglo 18
sonando entre chingolos
Las vueltas de la vida...
Del Volga,bestium, del Volga
Otro alemán del Volga y van...
Les comenté el post y envían
saludos de las familias entrerrianas Dubs, Heinze y Riedel
Publicar un comentario